Filópono: pionero del diálogo ciencia-fe (III)
Hoy terminamos nuestro análisis sobre el singular filósofo cristiano Juan Filópono, formado en la escuela neoplatónica de Alejandría. Esta mezcla de filosofía griega y cristianismo cristalizó en una serie de obras de este autor, en las que observamos un pensamiento que enlaza de manera sorprendente con la visión científica moderna.
Por supuesto, en el período en que vivió nuestro protagonista, siglo V-VI después de Cristo, la ciencia aún no gozaba de autonomía respecto a la filosofía. Sin embargo, fue capaz de desmarcarse de Aristóteles en cuestiones como la afirmación de que la velocidad de caída de los cuerpos no depende de su peso, o su explicación de que una jabalina, una vez lanzada, no se desplaza gracias al efecto del aire, sino que mantiene su movimiento en virtud de lo que Filópono llamaba de dos maneras: enérgeia motriz incorpórea y kinetiké dýnamis, conceptos que anticipan la idea de inercia en la física moderna.
Todo esto no resulta extraño si tenemos en cuenta que Filópono favorecía una explicación basada en principios físicos, physikós, en lugar de la metafísica. Así, mientras Aristóteles pensaba que las cosas se mueven por deseo, Filópono se inclinaba más por la mecánica y también sustituyó la noción abstracta aristotélica de “materia prima” por “extensión tridimensional”. Incluso planteó que los cielos no estaban hechos de un material diferente al de la región sublunar. Conviene recordar que, en el pensamiento clásico, lo que se ve en el cielo —el sol, la luna, las estrellas— estaba hecho de un material llamado "quintaesencia". Sin embargo, Filópono creía que no había grandes diferencias con la composición de la Tierra, lo cual terminaría por demostrarse cierto.
En el ámbito del diálogo entre ciencia y religión, cabe mencionar su obra “Sobre la creación del mundo”, donde expone muchas ideas válidas hoy en día. Por ejemplo, se pregunta: ¿No pudo Dios imprimir como Creador una fuerza cinética al Sol, la Luna y las estrellas, al igual que había dado a la luz y a los cuerpos pesados su propia tendencia a moverse? Así, su concepto de energeia motriz corpórea se trasladaba al movimiento de los cuerpos celestes.
Por otro lado, Filópono se adelantó a algunas de las cuestiones que más tarde enfrentarían pensadores como Galileo, reconociendo que la finalidad del libro del Génesis no es proporcionar una cosmogonía científica, sino “enseñar el conocimiento de Dios a los ignorantes egipcios que supersticiosamente adoraban al Sol, la Luna y las estrellas”. Esto es similar a lo que diría Galileo más tarde: que la Biblia no nos enseña cómo es el cielo, sino cómo ir al Cielo.
Filópono también defendía la idea de que el mundo tiene un comienzo, de acuerdo con el Génesis; aunque para él, más allá de esta afirmación, esto revela el hecho de la creación por Dios, no cómo se llevó a cabo.
Además, se muestra abierto al conocimiento: “quien honre lo que es verdadero, quienquiera que lo encuentre, honra a Cristo, la Verdad”, defendiendo la hipótesis más simple como vía para explicar los fenómenos, una postura que muchos científicos comparten hoy en día y que se conoce como la navaja de Ockham.
Sin embargo, como mencionamos al inicio, Juan Filópono, sorprendentemente, no reconocía la doble naturaleza de Cristo, humana y divina, lo cual limitó en su tiempo la difusión de su pensamiento. A pesar de ello, su obra sigue siendo notable por su audacia y su anticipación de ideas científicas modernas, reflejando una mente extraordinaria para su época.