Amor y esperanza, luces para Haití
por Antonio Gil
La pregunta que todos nos formulamos es qué podemos hacer para ayudar y evitar, en la medida de lo posible, que tragedias como ésta se repitan. Ciertamente, un seísmo como este resulta desastroso en cualquier lugar habitado del mundo, pero si ocurre en el país más pobre de Iberoamérica los efectos son aún mayores.
De momento, la solidaridad más apremiante para socorrer a las víctimas, concretada en las ayudas internacionales, por una parte, y por otra, en esa oleada de generosidades que ha surgido en el seno de tantas organizaciones, y especialmente, en Cáritas, para encauzar los donativos de todos cuantos quieren ofrecer su granito de arena. La colecta de fin de semana en todas las misas de las iglesias, tuvo como destino la catástrofe de Haití. Se enciende así la primera de las luces para los dramas que vivimos, que no es otra que la luz del amor, el sentido fraternal de la historia, la mano extendida para socorrer, la medicina a punto para curar las heridas, la presencia de los fuertes junto a los débiles en el más hermoso gesto de un ofrecimiento que traspasa todas las barreras.
El amor es el espacio y el tiempo hechos sensibles para el corazón. Alguien escribió este hermoso pensamiento: "El amor es una gota celeste que los cielos han vertido en el cáliz de la vida para corregir su amargura". Un amor que se está derramando ya para salir al encuentro de una desgracia que ha espantado al mundo por sus dimensiones y por su crueldad.
Y junto al amor, la luz de la esperanza. Falta tiempo para que también alguien, desde las filas sombrías de la increencia, lance la pregunta que taladra los siglos y la historia porque afecta al más grave problema de la humanidad, que es la existencia del mal, sobre todo, el mal de los inocentes, la situación de las víctimas. Ese mal que el verso desgarrado de Neruda, plasmó así: "Venid a ver la sangre por las calles", sangre de niños, sangre de mujeres, sangre de obreros, sangre de inmigrantes. Con palabras más o menos parecidas a estas, la pregunta suele formularse en los siguientes términos: "¿cómo es posible que ese Dios bondadoso que ustedes predican permita tragedias como las de Haití?". Y es aquí donde la respuesta nos enciende la luz de la esperanza, proclamando que "las cuentas definitivas de la historia son de Dios, y por ello la muerte no tiene la última palabra. La última palabra es de vida, de resurrección, de liberación". Consternados por la tragedia y el espanto, colocamos nuestro amor y nuestra esperanza como la mejor respuesta.
De momento, la solidaridad más apremiante para socorrer a las víctimas, concretada en las ayudas internacionales, por una parte, y por otra, en esa oleada de generosidades que ha surgido en el seno de tantas organizaciones, y especialmente, en Cáritas, para encauzar los donativos de todos cuantos quieren ofrecer su granito de arena. La colecta de fin de semana en todas las misas de las iglesias, tuvo como destino la catástrofe de Haití. Se enciende así la primera de las luces para los dramas que vivimos, que no es otra que la luz del amor, el sentido fraternal de la historia, la mano extendida para socorrer, la medicina a punto para curar las heridas, la presencia de los fuertes junto a los débiles en el más hermoso gesto de un ofrecimiento que traspasa todas las barreras.
El amor es el espacio y el tiempo hechos sensibles para el corazón. Alguien escribió este hermoso pensamiento: "El amor es una gota celeste que los cielos han vertido en el cáliz de la vida para corregir su amargura". Un amor que se está derramando ya para salir al encuentro de una desgracia que ha espantado al mundo por sus dimensiones y por su crueldad.
Y junto al amor, la luz de la esperanza. Falta tiempo para que también alguien, desde las filas sombrías de la increencia, lance la pregunta que taladra los siglos y la historia porque afecta al más grave problema de la humanidad, que es la existencia del mal, sobre todo, el mal de los inocentes, la situación de las víctimas. Ese mal que el verso desgarrado de Neruda, plasmó así: "Venid a ver la sangre por las calles", sangre de niños, sangre de mujeres, sangre de obreros, sangre de inmigrantes. Con palabras más o menos parecidas a estas, la pregunta suele formularse en los siguientes términos: "¿cómo es posible que ese Dios bondadoso que ustedes predican permita tragedias como las de Haití?". Y es aquí donde la respuesta nos enciende la luz de la esperanza, proclamando que "las cuentas definitivas de la historia son de Dios, y por ello la muerte no tiene la última palabra. La última palabra es de vida, de resurrección, de liberación". Consternados por la tragedia y el espanto, colocamos nuestro amor y nuestra esperanza como la mejor respuesta.
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