Reflexión sobre el Evangelio
El fuego sagrado de la Unidad: Pentecostés
Celebramos Pentecostés, la venida del Espíritu Santo. La fundación de la Iglesia desde la Unidad a través de los dones del Espíritu. San Buenaventura nos habla de ello:
Siete semanas después de la Resurrección, el quincuagésimo día, «los discípulos estaban todos reunidos con las mujeres y María la Madre de Jesús, de repente vino del cielo un ruido como una impetuosa ráfaga de viento» (Hch 1:14; 2:1-2)
El Espíritu descendió entonces sobre ese grupo de ciento veinte personas y se apareció bajo la forma de lenguas de fuego, porque iba a darles la palabra a sus bocas, la luz a su inteligencia y el ardor a su amor. Todos quedaron llenos de Espíritu Santo y se pusieron a hablar en diversas lenguas según el Espíritu les concedía expresarse. Les enseño toda la verdad, los encendió del perfecto amor y los confirmó en toda virtud. Es así que, ayudados de su gracia, iluminados por su doctrina y fortificados por su poder, aunque poco numerosos y sencillos, «plantaron la Iglesia con el precio de su sangre» [Breviario Romano] en el mundo entero, tanto por el fuego sus discursos como por su perfecta ejemplaridad y sus prodigiosos milagros.
Esta Iglesia purificada, iluminada y llevada a la perfección por la virtud de ese mismo Espíritu, se dio a amar por su esposo, tanto que pareció bella, admirable por sus distintos ornamentos, pero al contrario terrible como un ejército listo para la batalla contra Satanás y contra sus ángeles (San Buenaventura. El Árbol de la Vida)
El Espíritu descendió entonces sobre ese grupo de ciento veinte personas y se apareció bajo la forma de lenguas de fuego, porque iba a darles la palabra a sus bocas, la luz a su inteligencia y el ardor a su amor. Todos quedaron llenos de Espíritu Santo y se pusieron a hablar en diversas lenguas según el Espíritu les concedía expresarse. Les enseño toda la verdad, los encendió del perfecto amor y los confirmó en toda virtud. Es así que, ayudados de su gracia, iluminados por su doctrina y fortificados por su poder, aunque poco numerosos y sencillos, «plantaron la Iglesia con el precio de su sangre» [Breviario Romano] en el mundo entero, tanto por el fuego sus discursos como por su perfecta ejemplaridad y sus prodigiosos milagros.
Esta Iglesia purificada, iluminada y llevada a la perfección por la virtud de ese mismo Espíritu, se dio a amar por su esposo, tanto que pareció bella, admirable por sus distintos ornamentos, pero al contrario terrible como un ejército listo para la batalla contra Satanás y contra sus ángeles (San Buenaventura. El Árbol de la Vida)
¿Para cuándo un nuevo Pentecostés Señor? Lo necesitamos de verdad. Ya estamos cansados de desconfiar y de hacernos daño unos a otros. Señor, sabemos que sólo Tu Espíritu puede obrar el milagro de la Unidad. Pero sea Tú Voluntad la que impere, no la nuestra. Nuestras fuerzas humanas se agotan demasiado pronto y nuestra templanza no deja de ser pura apariencia ante los demás. Si es necesario seguir adelante, lo haremos con la fortaleza de Tu Gracia.
Ven Espíritu Creador;
visita las almas de tus fieles.
Llena de la divina gracia
los corazones que Tú mismo has creado.
Tú llamado Paráclito,
don de Dios altísimo,
fuente viva, fuego, caridad
y espiritual unción.
Tú derramas sobre nosotros los siete dones;
Tú el dedo de la mano de Dios,
Tú el prometido del Padre,
pones en nuestros labios los tesoros de tu palabra.
Enciende con tu luz nuestros sentidos,
infunde tu amor en nuestros corazones
y con tu perpetuo auxilio,
fortalece nuestra frágil carne.
Aleja de nosotros al enemigo,
danos pronto tu paz,
siendo Tú mismo nuestro guía
evitaremos todo lo que es nocivo.
Por Ti conozcamos al Padre
y también al Hijo y que en Ti,
que eres el Espíritu de ambos,
creamos en todo tiempo.
Amén.
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