Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Reflexionando sobre el Evangelio

Señalarnos y etiquetarnos no nos ayuda a amarnos

por La divina proporción

La palabra “amor” lleva siendo un campo de batalla desde hace siglos. ¿Qué entendemos por amor? Para unos es simple querencia. Para otros es un sentimiento sublime. Para otros, aquello que no hace sentirnos bien con los demás. El amor es la manifestación de la virtud de la Caridad. En el catecismo se puede leer que la Caridad se contrapone al pecado de envidia y la generosidad al pecado de la avaricia. A veces confundimos Caridad con generosidad. El amor necesita de empatía, que no es más que unidad con quien sufre. La generosidad no necesita de esta afinidad, ya que se trata únicamente dar al que no tiene. ¿Qué es la Amor? Leamos lo que nos dice Benedicto XVI:

«Agapé-Caritas », el cual, como hemos visto, se convirtió en la expresión característica para la concepción bíblica del amor. En oposición al amor indeterminado y aún en búsqueda, este vocablo expresa la experiencia del amor que ahora ha llegado a ser verdaderamente descubrimiento del otro, superando el carácter egoísta que predominaba claramente en la fase anterior. Ahora el amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro. Ya no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca.” (Benedicto XVI (25 de diciembre de 2005). «Deus caritas est»)

Amar es ver a Dios en “el otro”. Ver en quien nos necesita, la imagen del Creador, del que merece el primer y más grande amor. Amor, caridad, es también ver en quien nos detesta la misma imagen de Dios. Quien no ama a Dios, difícilmente podrá amar a su prójimo. En todo caso lo podrá querer por necesidad propia, nunca desinteresadamente. Teniendo claro esto, leamos lo que nos dice San Gregorio:

Estando todas las palabras del Señor llenas de preceptos, ¿por qué hace del amor como un especial mandato, sino porque en el amor radica todo mandato? ¿No pueden todos los preceptos reducirse a uno, supuesto que todos se basan en la Caridad? Porque así como de un solo tronco nacen muchas ramas, así también muchas virtudes se derivan de la caridad. Y no tiene lozanía la rama de las buenas obras, si no está en el tronco de la caridad. Los preceptos del Señor son muchos, en cuanto a la diversidad de las obras, pero se unifican todos en su tronco, que es la caridad. (San Gregorio. In Evang hom. 27)

Es triste ver y a veces padecer, las envidias que se suscitan dentro de la misma Iglesia. Cada bando o partido fomenta el amor interno y el desprecio a quienes no son de su sensibilidad o ideología o no guarda la estética que les representa. Es fácil llamar “ultras”, “progres”, “ortodoxos”, “herejes” a quienes no son como nosotros. Es fácil señalarlos para que los del bando se encarguen de maltratar y despreciar. Lo que es realmente imposible es hacer lo que Cristo nos pide en el Evangelio de hoy:
 

“Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado”


¿Cómo nos ha amado Cristo? Nos ha amado con los límites y carismas que cada cual portamos. Nos ha amado y ha dado la vida por nosotros, aunque algunos de nosotros no nos podamos vernos ni conversar. Nos ha amado aunque nos miremos con desprecio, resentimiento y desconfianza. Pero así somos los seres humanos. Siempre dispuestos a crear guetos y partidos. Nunca dispuestos unir lo que nos diferencia para bien de todos. Pronto celebraremos Pentecostés. Celebraremos al Paráclito que hace posible lo imposible: que nos entendamos hablando lenguas diferentes. Sin duda, el gran olvidado de la Iglesia actual es el Espíritu Santo. Estamos tan seguros de poder imponernos unos a otros, que nos olvidamos de Dios que nos reúne creando sinergias con lo que nos separa. Imaginar unidos cordialmente a “herejes” y “ultras” seguro que nos hará sonreír. ¡Que ingenuidad pensarlo! Pensamos que es como unir agua y fuego, y de hecho es justamente eso. Unir agua y fuego para que el resultado sea vapor. El vapor de la unidad. Sólo Dios lo puede hacer. A lo mejor se trata de dejarlo actuar. ¿O no?

Dios sabrá cómo lo realizará. Yo no me lo llego a imaginar. Mientras el Espíritu Santo actúa, quizás deberíamos intentar amar a los demás como Cristo nos amó. Lo que tengo claro es que señalando a los demás que llamándolos “ultra ortodoxos” o “herejes”, no ayuda demasiado a la acción del Espíritu.
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