Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Reflexión sobre el Evangelio

Unidos a la Vid, que es Cristo

por La divina proporción

La Vid es Cristo, nosotros los sarmientos que viven de la savia. Savia que es la Gracia que nos ofrece. Separados de la Vid, nada somos. Unidos a la Vid, podremos crecer, llenarnos de hojas y ofrecer el fruto.

Este esquema tan sencillo, no es evidente para muchos de nosotros. Nos resulta más fácil unirnos a segundos salvadores y mimetizarnos con ellos. En cierta forma, aspiramos a salvarnos por las apariencias que ofrecemos y que aceptamos. Tristemente, cuando los mediadores cambian, muchos de nosotros también cambiamos de apariencia. Despreciamos la del mediador previo y acogemos las nuevas apariencias. Evidentemente, nos convertimos en enemigos de quienes no entran en este juego de aparentar y parecer. No dudamos en maltratar al hermano que no acepta la mimetización, ya que lo consideramos peligroso. Pero sólo hay un Salvador, igual que sólo hay una Vid

… la vid está en los sarmientos para comunicarles vida, no para recibirla de ellos. De esta forma, teniendo en sí a Cristo y permaneciendo ellos en Cristo, aprovechan en ambas cosas ellos, no Cristo. Por esto añade: "Así como el sarmiento no produce fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no estáis en mí". ¡Gran prueba en favor de la Gracia! Alienta los corazones humildes, abate los soberbios. Por ventura, ¿no se resisten a la Verdad los que juzgan innecesaria la ayuda divina, y, lejos de ilustrar su voluntad, la precipitan? Porque aquel que opina que puede dar fruto por sí mismo, ciertamente no está en la vid: el que no está en la vid no está en Cristo, y el que no está en Cristo no es cristiano. (San Agustín. Tratado sobre el Evangelio de San Juan 18)

San Agustín lo deja mucho claro: “aquel que opina que puede dar fruto por sí mismo, ciertamente no está en la vid”. En el fondo, tendemos a creernos autosuficientes y al mismo tiempo, capaces de señalar a quienes no están en la misma onda que nosotros. Esto sucede en todos los niveles eclesiales. Sucede transversalmente con todo grupo, sensibilidad, tendencia o ideología intra-eclesial. La unidad siempre conlleva dejar los aspectos estéticos a un lado y centrarnos en lo sustancial. Pero, en esta época postmoderna no tenemos nada claro qué es lo esencial y qué es lo accesorio. Lo esencial sería aquello que constituye la esencia de nuestra fe. Por desgracia ya existen una gran cantidad de perfiles de fe dentro de la misma Iglesia. La fe se nos ha vuelto líquida en un par de décadas.

Volvamos al Evangelio de hoy domingo. Pensemos a quien estamos unidos y de quien recibimos la Gracia que nos permite conservar y aumentar la fe. Pensemos en lo frutos eclesiales que vamos recogiendo en estas últimas décadas. Pensemos en esta frase del Evangelio: “el que está en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada”. Como Iglesia, ¿Cuánto fruto vamos dando? ¿Contagiamos la fe a los demás? ¿Conseguimos más y mejores vocaciones? ¿Logramos que la sociedad no se separe de la fe?

Ciertamente, los frutos son pocos y estos pocos frutos, sueles ser controvertidos. Pareciera que nos hubiéramos desconectado de Cristo y nos hubiéramos unido a la tendencia social de crear “partidos”. Entiéndase “partidos” como grupos separados y enfrentados unos con otros. Con pesar es posible decir que lo que menos nos importa es Cristo, al Vid. Lo que más nos importa son las formas, apariencias, poder y sobre todo, ser quienes “ganemos” la batalla. Seguramente habría que recordar más a menudo lo que el Señor nos dice: “El que encuentre su vida, la perderá, y el que la pierda por mi causa, la encontrará” (Mt 10, 39). Busquemos perder las Torres de Babel que tanto nos gustan construir. Sólo cuando perdamos la seguridad de la barca, podremos andar sobre las aguas y la Mano de Cristo nos sostendrá. ¿Es esto una locura? Sí. Una locura inaceptable. Una locura que busca unirnos a la Vid y vivir en Ella.
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