Cristianismo y propiedad
Con justa razón y necesidad cabe alertar de los peligros humanos, morales y económicos que tiene la expansión de la intervención del Estado en ese fenómeno voluntario y natural, entendido como mercado, y la sociedad civil junto a sus instituciones y tradiciones.
A esa intención responde una reciente lectura titulada Back on the Road to Serfdom (“Vuelta al Camino de Servidumbre” en inglés), una colección de ensayos conservadores y libertarios coordinada por Tom Woods, uno de los máximos exponentes del paleolibertarismo desde una perspectiva católica.
En este artículo solo me voy a centrar en parte del último capítulo, cuyo autor es Gerard N. Casey, un doctor en Filosofía de la University College of Dublin, quien viene a disertar sobre cuestiones como la de la propiedad, desde la perspectiva de la tradición judeocristiana europea, exportada al continente americano.
En primer lugar, cualquiera que conozca los Diez Mandamientos de Dios entiende que el hurto se considera como algún pecado. Sin necesidad de profundizar en enseñanzas catequéticas, se puede obviar que uno no debe tomar como suyo lo que corresponde a un tercero, ni asumir un uso no consentido.
De hecho, el autor en cuestión hace unas precisiones de justificación basándose en Éxodo, uno de los componentes bibliográficos de la Biblia. Precisamente a los capítulos 20:15 y 20:17; estipulando el último que “no codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo”.
Lo citado en la línea anterior, según el autor, ciertamente, prohíbe tanto el robo como el mismo deseo de tener una propiedad ajena para uno mismo, cosa por la que no serás sujeto a arresto policial o procesamiento judicial, pero hay que considerar como “una disposición moral desordenada y una grave fuente de desorden social y espiritual”.
Continúa señalando que “muchas discusiones contemporáneas sobre igualdad y desigualdad parecen estar fundamentadas no tanto en un deseo que esos que tengan poco deben tener más como en un deseo de que aquellos que tienen deben ser privados de sus posesiones”, algo tanto económicamente ineficaz como un ejemplo de codicia (algo inmoral).
Tras ello, recurre a la Parábola de los Talentos narrada en el Evangelio de Mateo para justificar la moralidad de las actividades comerciales, bancarias y financieras. Según esta, se reprueba al empleado que no hizo sino esconder la cuantía económica confiada, cuando debería haberla invertido, pudiendo recibir el trabajador sus correspondientes intereses.
De hecho, refuerza sus puntos de vista haciendo referencia a la parábola de los trabajadores de la viña, narrada en el mismo Evangelio. La lección que se extrae de este texto es que la disposición de la riqueza de alguien no es un asunto que deba estar sujeto a decisión de otros, ya sean estos vecinos, amigos, empleados o el mismo Estado.
Todo lo expuesto anteriormente viene a sugerir que el mercado también tiene unos fundamentos morales, más allá de estadísticas y análisis macroeconómicos. Recordemos las visiones utilitarista y economicista-relativista (que menosprecia instituciones naturales y tradicionales) que tienen cierta relevancia en Occidente, lamentablemente.
En conclusión, el cristiano, independientemente de su derivación teológica (cristianismo, protestantismo,…), debe de mantenerse en alerta y condenar todo ataque a la propiedad privada, necesaria para esa libertad -conferida en la creación divina de todos los humanos.
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