Domingo, 22 de diciembre de 2024

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José y María al servicio del Reino

 
 
 
 
Desde hace casi mil años, se inició en la Iglesia la celebración de la fiesta de san José en el corazón de la cuaresma[1]. Posiblemente esta fecha está vinculada a la fiesta de la Encarnación que se celebra seis días después y nueve meses antes de Navidad. Pero podemos descubrir una vinculación entre este hombre justo que arriesgó la vida por salvar la vida de Jesús, y que luego El la entregaría para salvar a la humanidad entera.

     No conservamos ni una sola palabra de José en los Evangelios, solo nos dice de él que era “justo” (Mt 1,19), y nos describe algunos episodios de su vida en el Evangelio de san Mateo y de san Lucas. Partiendo de los pocos datos que nos ofrecen los Evangelios queremos hacer una breve semblanza de la relación de María y José al servicio de Jesús.
     Los Evangelios nos dicen escuetamente que José era Esposo de María, que te­nía el oficio de artesano (sin más explicaciones), que era descendiente de David. Que sufrirá intensamente al tener conocimiento que María su prometida está encinta. Lo más plausible es que ella misma  le comunicara lo que el Ángel le había dicho, como ella había aceptado y se había realizado la Encarnación del Mesías esperado. Luego María se quedaría en silencio y en oración, esperando que Dios se lo revelara a su prometido.  
     José  al tener de ello conocimiento quedará sumido en un profundo dilema interior ¿qué debe hacer? Si la entrega al riguroso procedimiento de la Ley, la puede  presentar ante el sacerdote, y para descubrir su inocencia o culpabilidad, someterla a beber unas aguas amargas (cf.  Nm 5, 11-31), o ante los ancianos del pueblo, pudiendo ser condenada a muerte por lapidación (cf. Lv 20,10; Dt 22, 20-21). Pero José nada de ello hace. Escribirá Arthur Nisin: «No sabemos nada, sino que este carpintero, este justo oculto, era capaz de renunciar al derecho de denuncia que le reconocía el Deuteronomio. José, en la noche de la fe, es capaz de dejarse penetrar por el consejo divino hasta el punto de superar, contra toda evidencia, el escándalo del embarazo de María»[2].
     Esta revelación de Dios a José confirmando las palabras de María, se hará  esperar. Primero permitirá que José viva  en un mar de dudas hasta tomar una decisión. Nos dice el evangelista "como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto" (Mt 1,19).
     El repudio significa que José renuncia a tomar a María como esposa. Una vez tomada esta resolución, y antes de llevarla a cabo, José lo encomienda a Dios, para descubrir si ésta es su voluntad. Será entonces "cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado y tomó consigo a su mujer" (Mt 1,20-21.24). José acogerá a María en su casa, pero no como el esposo acoge a su esposa, para unirse conyugalmente, a aquello ya había renunciado, sino que acogerá a María como a alguien que pertenece a Dios exclusivamente, su misión será guardar el tesoro de su Señor con toda fidelidad, como en esbozo nos relata el libro del Génesis, que José hijo de Jacob fue fiel a la confianza que depositó en él, el señor egipcio a quien servía (cf. Gn 39,9).
     Nos dice el evangelio de Mateo "tomó consigo a su mujer. Y no la conocía hasta que ella dio a luz a un hijo y le puso por nombre Jesús" (Mt 1,24-25). Este texto muestra el respeto soberano de José por la virginidad de María y por Dios su Señor, que había obrado tan grandes maravillas en Ella, y había tomado de Ella una posesión tan particular, como en criatura alguna ha sucedido. María «será un huerto cerrado, una fuente sellada» (Ct 4,12) y José su mejor guardián, como dirá san Bernardino de Siena «cumplió su oficio con insobornable fidelidad». La Iglesia cree que la perpetua virginidad de María, pudo ser realidad por la gracia que Dios concedió a ambos, y la correspondencia fiel de María y José a los designios de Dios.
     María y José estarán unidos por un matrimonio legal, pero también por una misma misión, cooperar activamente en la protección y educación del Hijo unigénito de Dios. Ante esta misión tan especial, no tienen otro camino que seguir con toda fidelidad la palabra de Dios y ser extraordinariamente dóciles a la acción del Espíritu. Ambos lo llevarán a cabo con toda fidelidad y prontitud. Así podrán sortear los numerosos obstáculos y dificultades con que se encontrarán.
     José acepta acoger a María por esposa y al Hijo infantado en su seno. Desde entonces, él cooperará con toda solicitud, a la realización de los designios de Dios, que su esposa libremente ha aceptado. María, con toda humildad acogerá también todos los anuncios que Dios comunique a José, con toda prontitud se levantará de noche y huirá a Egipto para salvar al Niño de las manos de Herodes (cf.Mt 2, 1314) 0 volverá a Israel cuando sea comunicado a José que ya debe volver (cf. Mt 2, 19,23). Si para la mujer no era obligatorio peregrinar a Jerusalén, José no margina a María, su esposa, sino que los dos participan en la celebración de la Pascua, momento culminante del culto judío. Juntos volverán a Jerusalén a buscar a Jesús que a los doce años se ha perdido en el transcurso de una peregrinación. Su actitud es siempre estar alerta ante cualquier manifestación de Dios, y ponerla en práctica con toda prontitud.
      Por los rasgos que los evangelios de Lucas y Mateo nos dan de María y José, podemos descubrir la superación de las consecuencias del pecado. En María existe una obediencia absoluta a Dios, a lo cual José colabora con toda fidelidad. María no va en pos de José, toda su vida está vuelta hacia Dios, y al cumplimiento de sus designios salvadores. Tampoco José ejerce el dominio sobre María, en ellos se superan las consecuencias del pecado en cuanto a la dominación de uno sobre el otro. Pero no les fue ahorrado el dolor y las penas: sufrieron el exilio para salvar la vida del Niño; tuvieron que ganar el pan con el sudor de su frente: María en las tareas de la casa y posiblemente en el oficio de tejedora a que se dedicaban las mujeres de Nazaret, y José al laborioso trabajo de artesano, como expresa bellamente un himno a San José de la Liturgia de las Horas "Y pues que el mundo entero se pregunta,/ di tú cómo se junta ser santo y carpintero,/ la gloria y el madero,/ la gracia y el afán,/tener propicio a Dios y escaso el pan".
     Ambos, como en el texto sagrado de la primera creación del hombre y la mujer, no viven uno junto al otro, sino el uno para el otro, se brindan mutuamente una ayuda recíproca. Es una relación basada en la verdad, la lealtad, el amor, la fidelidad, en una comunión sincera y obediencia absoluta a Dios. Ellos como pobres de Yahvé, vivirán  vueltos a Dios, a Él acudirán siempre en sus angustias. Dios será su refugio y su única riqueza (Sof 3,12). En Él depositarán una confianza humilde y sin límites, Él será en toda su radicalidad su Señor, a quien honrarán realizando un servicio, no exento de dificultad, el de proteger y educar a su Hijo Unigénito.
     La última vez que aparece José en los Evangelios es cuando Jesús regresa a Nazaret después de la pérdida y del encuentro en el templo: “bajó con ellos y vino a Nazaret y vivía sujeto a ellos” (Lc 2, 51). Luego aparece María como tipo de la comunidad eclesial que medita la palabra en su corazón (cf. Lc 2, 52). Desde este momento la narración evangélica hacer resaltar la figura de Jesús, que “crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2, 52).
     José vivió su vida en la coordenada evangélica expresada por el Bautista, “Conviene que el crezca y que yo disminuya” (Jn 3, 30). José, durante la vida pública de Jesús ya no aparece más. No se le ve asistir con María a las «bodas de Caná». En san Marcos, Jesús es llamado en una ocasión «Hijo de María», lo que sugiere que ésta era viuda, pues mientras el padre vivía nunca se hablaba así de la madre. Ello indica que José habría muerto en Nazaret, había cumplido su misión de ser servidor y trasparencia. Es la fecundidad del cristal: dejar pasar la luz.
     Nos “queda la imagen de un «padre» muy venerado, respetado y amado, su último suspiro en presencia de su Jesús y de María, su esposa admirable. Es la imagen de un alma que se exhala en un gran acto de amor y que se va al «seno de Abraham», con todos los «justos, del Antiguo Testamento para esperar allí la entrada en el cielo con Jesús triunfante”[3].  

     En esta entrega sincera de María y José  a Jesús, su vida se convierte en un don para Dios, a quien sirven en la persona de su Hijo, y para toda la Humanidad. De lo que María y José harán por Jesús, Él como Dios, que nunca se deja vencer en generosidad, lo retornará a toda la Humanidad.
     María y José acogieron al Hijo de Dios con verdadero amor, y le dieron un hogar donde fue amado entrañablemente y protegido de todo peligro. Jesús, como Dios, nos ha dado a todos la gran familia de la Iglesia, a la que protege de todo peligro hasta la consumación de los siglos. Ambos arriesgaron su vida por salvarle de la muerte decretada por Herodes. Jesús muere por todos para reconciliarnos con Dios. María y José se esforzaron en educar a Jesús con una formación recta y amorosa (cf. Lc 2, 48).  Así mismo Jesús se entregará de lleno a la formación de sus discípulos en la verdadera voluntad de Dios, que lleva al hombre a la salvación eterna, y ellos mismos recibirán el encargo de anunciarlo y enseñar a guardar todo lo que les ha enseñado (cf. Mt 28,19-20). Gracias a la fidelidad de sus discípulos y discípulas en cumplir la misión que Cristo les dio de dar testimonio de todo lo que habían visto y oído, nos ha llegado hasta hoy por medio de la Iglesia la palabra salvadora de Cristo, el Redentor de todos los hombres.
 
 
 
[1] “La Fiesta de San José ha sido establecida en el Calendario Litúrgico el día 19 de marzo. Los primeros en celebrarla fueron los monjes benedictinos en el año 1030, seguidos de los Siervos de María en el 1324 y por los Franciscanos en el 1399. Finalmente se promovió por las intervenciones de los papas Sixto IV y Pío V y considerada obligatoria en el año 1621 por Gregorio VI” (http://www.nazaret-es.custodia.org/default.asp?id=6069).
[2] Arthur Nisin "Historia de Jesús" Ed. 62, Barcelona 1964, p. 118.
[3] Leon Cristiani, San José, patrono de la Iglesia Universal, Ed. Rialp, Madrid 1978, 116.  
 
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