«Garabandal»: cuando la Verdad brilla en el cine
No se pierdan "Garabandal", la película.
Es la más auténtica de la historia del cine. Es el retrato de una mentira, de una serie de mentiras, que deja al descubierto destellos de la Presencia amorosa de la Verdad.
Veamos. Empieza la película con el intento solemne de rubricar una gran mentira: que la vidente firme que no ha visto lo que dice haber visto. Nos damos cuenta desde la primera escena de que los actores no son profesionales: son tan de mentira como las máscaras del viejo teatro griego.
Y, sin embargo, no pueden ocultar en su bienintencionada interpretación el respeto y la veneración. Los actores no actúan, evidentemente. Los actores rezan en "Garabandal". Su falta de profesionalidad artística desvela un interior personal en todos y cada uno de ellos que parece transformado por el acontecimiento que recrean para la pantalla. "Garabandal" es, en su inocencia y pobreza de medios, una oración que se eleva al Cielo como los ojos de Conchita y las niñas que la acompañan. El brigada de la Guardia Civil actúa mal, pero la persona que lo encarna nos conmueve. Es mentira que el profesor Paredes sea el obispo, pero es verdad que no puede demostrar otra cosa que el dolor que le inspira tener que negar en la película todo aquello en lo que cree en la realidad. El gesto de Paredes es doloroso en la misma medida en que es falsa su representación: por eso "Garabandal", la película, es un triunfo de la Verdad sobre el mar de mentiras que rodeó a Garabandal, el acontecimiento, y sobre la inocente mentira de la película en sí misma.
Nunca tanta mentira ha ofrecido tanta verdad. Y con tanto brillo.
Si Paredes es más él, más dramáticamente él que el obispo que representa, el psiquiatra cínico miente con diabólica facilidad, miente y se ve que miente, miente con tantas ganas que pone rostro a la mentira. Es un contrapunto de "metamentira" cinematográfica: mintió en realidad, miente el personaje, miente tan mal que es creíble.
Y la película, por fin, por el respeto de los actores y por la delicadeza de la cámara, por el pudor y la admiración, la ingenuidad con que está rodada, nos lleva a ver la luz, clara, tamizada de ternura, en planos tan típicos, tan obvios que solo una oración puede convertir en magistrales: en "Garabandal", la película, parece que todos, del primero al último, han estado rezando antes, durante y después del rodaje.
Tal es el espíritu de la película más auténtica de toda la historia del cine. "Garabandal" no engaña. Garabandal es verdad.
Post Scriptum: disculpen ustedes si no he sabido expresar lo que sentí al verla. Hay algo de inefable, de experiencia mística en esta película tan sobria. Véanla, por favor. Y recen con y en ella.
Es la más auténtica de la historia del cine. Es el retrato de una mentira, de una serie de mentiras, que deja al descubierto destellos de la Presencia amorosa de la Verdad.
Veamos. Empieza la película con el intento solemne de rubricar una gran mentira: que la vidente firme que no ha visto lo que dice haber visto. Nos damos cuenta desde la primera escena de que los actores no son profesionales: son tan de mentira como las máscaras del viejo teatro griego.
Y, sin embargo, no pueden ocultar en su bienintencionada interpretación el respeto y la veneración. Los actores no actúan, evidentemente. Los actores rezan en "Garabandal". Su falta de profesionalidad artística desvela un interior personal en todos y cada uno de ellos que parece transformado por el acontecimiento que recrean para la pantalla. "Garabandal" es, en su inocencia y pobreza de medios, una oración que se eleva al Cielo como los ojos de Conchita y las niñas que la acompañan. El brigada de la Guardia Civil actúa mal, pero la persona que lo encarna nos conmueve. Es mentira que el profesor Paredes sea el obispo, pero es verdad que no puede demostrar otra cosa que el dolor que le inspira tener que negar en la película todo aquello en lo que cree en la realidad. El gesto de Paredes es doloroso en la misma medida en que es falsa su representación: por eso "Garabandal", la película, es un triunfo de la Verdad sobre el mar de mentiras que rodeó a Garabandal, el acontecimiento, y sobre la inocente mentira de la película en sí misma.
Nunca tanta mentira ha ofrecido tanta verdad. Y con tanto brillo.
Si Paredes es más él, más dramáticamente él que el obispo que representa, el psiquiatra cínico miente con diabólica facilidad, miente y se ve que miente, miente con tantas ganas que pone rostro a la mentira. Es un contrapunto de "metamentira" cinematográfica: mintió en realidad, miente el personaje, miente tan mal que es creíble.
Y la película, por fin, por el respeto de los actores y por la delicadeza de la cámara, por el pudor y la admiración, la ingenuidad con que está rodada, nos lleva a ver la luz, clara, tamizada de ternura, en planos tan típicos, tan obvios que solo una oración puede convertir en magistrales: en "Garabandal", la película, parece que todos, del primero al último, han estado rezando antes, durante y después del rodaje.
Tal es el espíritu de la película más auténtica de toda la historia del cine. "Garabandal" no engaña. Garabandal es verdad.
Post Scriptum: disculpen ustedes si no he sabido expresar lo que sentí al verla. Hay algo de inefable, de experiencia mística en esta película tan sobria. Véanla, por favor. Y recen con y en ella.
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