El padre Ángel
Pau Gasol es una feliz consecuencia de Cesta y Puntos, el concurso presentado por Daniel Vindel en los sesenta, años en los que el protagonismo de los institutos en la televisión no se derivaba de las agresiones al profesorado. Y lo es porque las preguntas con rebote eran un modo de prolongar en el plató el éxito de Emiliano en la cancha, y, en consecuencia, de mantener vivo en España el entusiasmo por la presión en zona que con el tiempo desemboca en los dos anillos del noi con Los Ángeles Lakers. Y quien dice Gasol, dice padre Ángel, que, en un hábitat deshumanizado, aplica la caridad de un modo sesentero, esto es, sin considerar excepcionales las buenas obras.
Epígono, por honesto, de una época perdida, es consciente de que dar pan al hambriento es un modo de expiar los pecados de la sociedad contemporánea, que deconstruye la tortilla, no porque alimente más, sino para pagar más por ella. En réplica, su obra, Mensajeros de la Paz, proporciona alimentación a coste cero a miles de personas. Y el fundador no se ufana de resucitar a tanto muerto de hambre. Al contrario, asegura de sí mismo que es un sacerdote de base, que no es lo mismo que del montón, pues no hay sacerdotes del montón, dado que, si jugar junto a Messi te lleva a intentar hacerle un caño a Maldini, servir a Dios te lleva a explicar la fe.
Él la explica al modo de Teresa de Calcuta, que es el modo de Don Bosco, es decir, haciéndose el encontradizo con el que sufre. Por ejemplo, un empresario arruinado, o sea, un nuevo leproso, al que ha proporcionado techo y trabajo en la parroquia. El padre Ángel se lo presentó a Bertín en su programa y Bertín, con sus dos metros de ignorancia, tiró de cliché al asegurar que esto sí es Iglesia, que es un modo de decir que El Vaticano no lo es y que las novenas no lo son. Respecto a lo primero, los gestos de Francisco hablan por sí solos. En cuanto a las novenas, no son, cierto, el gin-tonic del catolicismo, no están de moda, pero confieren a mayo su apacible olor a santidad.
Epígono, por honesto, de una época perdida, es consciente de que dar pan al hambriento es un modo de expiar los pecados de la sociedad contemporánea, que deconstruye la tortilla, no porque alimente más, sino para pagar más por ella. En réplica, su obra, Mensajeros de la Paz, proporciona alimentación a coste cero a miles de personas. Y el fundador no se ufana de resucitar a tanto muerto de hambre. Al contrario, asegura de sí mismo que es un sacerdote de base, que no es lo mismo que del montón, pues no hay sacerdotes del montón, dado que, si jugar junto a Messi te lleva a intentar hacerle un caño a Maldini, servir a Dios te lleva a explicar la fe.
Él la explica al modo de Teresa de Calcuta, que es el modo de Don Bosco, es decir, haciéndose el encontradizo con el que sufre. Por ejemplo, un empresario arruinado, o sea, un nuevo leproso, al que ha proporcionado techo y trabajo en la parroquia. El padre Ángel se lo presentó a Bertín en su programa y Bertín, con sus dos metros de ignorancia, tiró de cliché al asegurar que esto sí es Iglesia, que es un modo de decir que El Vaticano no lo es y que las novenas no lo son. Respecto a lo primero, los gestos de Francisco hablan por sí solos. En cuanto a las novenas, no son, cierto, el gin-tonic del catolicismo, no están de moda, pero confieren a mayo su apacible olor a santidad.
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