Trump y el inodoro
Nicolás Guillén, cuyos versos son conciertos, tal es su ritmo, escribió La Muralla, un poema interracial, a medio camino entre los Celtics de Larry Bird y un anuncio de Benetton, que debería leer Donald Trump para no parecer lo que parece: el consejero delegado del Klan. Creer que un negro es inferior a un blanco es tan absurdo como creer que un blanco no puede ganar el concurso de mates, pero para el presidente de Estados Unidos la melanina determina tanto los tiros desde la línea de seis veinticinco como la superioridad racial. Lo que no quiere decir que, de poder hacerlo, no hubiera elegido como asesor de asuntos africanos a Martin Luther King, pues, como buen racista, entiende, a imitación de esos señoritos andaluces que permiten al líder jornalero el tuteo, que la condescendencia es una merced de los fuertes.
Si Trump hubiera leído lo versos de trompeta de Guillén, que llevan dentro no sólo jazz latino, sino la declaración de los derechos humanos, entendería que, puesto que ni el color de la piel ni el país de procedencia son opcionales, hay que entender la diferencia como una oportunidad para ser iguales. Pero tengo para mí que el comandante en jefe no sólo no ha leído al sublime mulato cubano, sino que a duras penas sabe leer. Y como la lectura influye en el percentil intelectual, su ausencia explica que argumente como un descerebrado cuando relaciona a los países de origen de la inmigración con el inodoro. Es posible que en Wisconsin le aplaudan la conclusión, pero está tan contaminada de prejuicios que tendría difícil acomodo hasta en la antigua Sudáfrica.
Despreciar a un país pobre porque es pobre es como despreciar a un país rico porque es rico. Prefiero llevar la vida de las chicas de Sexo en Nueva York que la de las mujeres de Ciudad Juárez, pero no se me ocurre pensar que, frente a la frivolidad de las primeras, las segundas eligen voluntariamente la tragedia. El bracero querría ser terrateniente, pero es bracero y merece un respeto. Haití querría ser Alemania, pero es Haití y merece que no le vinculen al intestino grueso. Sí Trump es de otra opinión es porque cree que el sueño americano es como el día de acción de gracias, un producto nacional. No tiene en cuenta que ese sueño pertenece a cualquier haitiano que, cuando mire el mar, se imagine en la isla de Ellis.
Si Trump hubiera leído lo versos de trompeta de Guillén, que llevan dentro no sólo jazz latino, sino la declaración de los derechos humanos, entendería que, puesto que ni el color de la piel ni el país de procedencia son opcionales, hay que entender la diferencia como una oportunidad para ser iguales. Pero tengo para mí que el comandante en jefe no sólo no ha leído al sublime mulato cubano, sino que a duras penas sabe leer. Y como la lectura influye en el percentil intelectual, su ausencia explica que argumente como un descerebrado cuando relaciona a los países de origen de la inmigración con el inodoro. Es posible que en Wisconsin le aplaudan la conclusión, pero está tan contaminada de prejuicios que tendría difícil acomodo hasta en la antigua Sudáfrica.
Despreciar a un país pobre porque es pobre es como despreciar a un país rico porque es rico. Prefiero llevar la vida de las chicas de Sexo en Nueva York que la de las mujeres de Ciudad Juárez, pero no se me ocurre pensar que, frente a la frivolidad de las primeras, las segundas eligen voluntariamente la tragedia. El bracero querría ser terrateniente, pero es bracero y merece un respeto. Haití querría ser Alemania, pero es Haití y merece que no le vinculen al intestino grueso. Sí Trump es de otra opinión es porque cree que el sueño americano es como el día de acción de gracias, un producto nacional. No tiene en cuenta que ese sueño pertenece a cualquier haitiano que, cuando mire el mar, se imagine en la isla de Ellis.
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