Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Benedicto XVI y yo

Benedicto XVI y yo

por En cuerpo y alma

            Mucho he lamentado la muerte de ese gran papa que fue Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, teólogo y moralista sin igual por su claridad de ideas, y sobre todo, por su facilidad, su sencillez y su eficacia en exponerlas, que hacía sentir a su lector que la teología y la moral fueran ciencias sencillas y al alcance de cualquiera. Y así era… siempre que el que las explicara fuera Ratzinger.

             Como es lo normal, dadas las circunstancias, salen ahora a la luz tantos momentos álgidos de su pontificado, e incluso de su vida anterior al papado. Entre todos ellos me han llegado particularmente al corazón dos, que indudablemente no son los más importantes, pero se relacionan estrechamente con lo que son algunas de mis preocupaciones actuales.

             Una de ellas son sus supuestas declaraciones sobre España, cuando afirmó: “El diablo quiere destruir España. El diablo ataca más a los mejores y, por eso, ataca a España y quiere destruir España”. Y digo “supuestas” no porque dude de su autenticidad, sino porque se da aquí una fuente interpuesta que no es otra que el que fuera ministro de Interior del Gobierno español, Jorge Fernández Díaz, a quien se las habría hecho el Papa durante una audiencia que le habría concedido, estando los dos en situación de retiro, tal día como el 17 de junio de 2015. No tengo por qué dudar de la palabra de Fernández Díaz, y el lenguaje es “benedictiano”, por lo que otorgo a la supuesta declaración un alto porcentaje de “autenticidad histórica”. Una declaración que, en todo caso, revela un gran amor por España de ese papa que visitó nuestro país en nueve ocasiones, tres como papa, seis como cerdenal.

             El otro momento es la visita que realizó en 1989, todavía cardenal, y contra toda corrección política, a esa obra gigantesca de la arquitectura, del arte, y del culto cristiano que son la Basílica y la Cruz del Valle de los Caídos. Parece ser que el abad del monasterio benedictino tuvo ocasión de acercársele e invitarle a conocerlo, invitación que él aceptó inmediatamente, como si estuviera no sólo esperándola, sino incluso deseándola.

             Me hizo acordarme de otra anécdota muy relacionada, cuando durante su primer viaje a España en 1981, Juan Pablo II pidió visitar el Alcázar de Toledo, y se le indicó “amablemente” la “inconveniencia” de hacerlo (innecesario explicar “el porqué”), a lo cual, a modo de “diplomática compensación”, se le ofreció realizar una vista aérea del lugar desde un helicóptero, en uno de los muchos viajes que hizo por la geografía española, momento en el que Juan Pablo II habría confesado a sus interlocutores algo así como “no sabe Vd. lo mucho que rezamos en mi casa cuando yo era niño por la liberación de este alcázar”.

             A estas anécdotas indudablemente secundarias en la trayectoria del gran papado benedictidiano, me gustaría añadir dos que son bastante personales.

             Tuve la ocasión de tener al gran Papa Benedicto a dos metros de mí mismo, nos podríamos incluso haber dado la mano (o más propiamente, besado yo el anillo). Me quedó la impresión de que me sonreía… a mí… aunque no sería a mí… siempre sonreía el Papa Benedicto. Eso sí, con dos vidrios de por medio: el del papamóvil con el que se abalanzó contra mi, y el de la improvisada cabina de radio en la que, desde la plaza Cibeles, comentaba yo, con otros compañeros, la visita del Papa a España con motivo de la JMJ del año 2011 para una radio que se llamaba, y se llama, Gestiona Radio.

             Y de la misma manera que estuve cerca del Papa Benedicto, estuve también muy cerca del Cardenal Ratzinger, en una circunstancia incluso más casual. Me hallaba con mi mujer y con unos amigos visitando la espléndida basílica de San Pedro como un turista más cuando, de repente, vimos entrar en ella unos tipos muy pintorescos, elegantemente ataviados con trajes regionales de aire claramente germánico, y portando ostentosos estandartes e instrumentos. Operarios de la Basílica empezaron a desalojarla informando a los turistas de que se iba a proceder a un acto litúrgico, aunque no impedían quedarse a cuantos quisieran participar en él, entre los que naturalmente, nos contamos tanto Mariate y yo como nuestros amigos. Para nuestra sorpresa, el acto litúrgico no era otro que una eucaristía que iba a celebrar con aquellos alemanes tan pintorescos, ni más ni menos que su ilustre compatriota, el entonces Cardenal Ratzinger. Hablamos de algo así como el año 2004, no sabíamos entonces que nos encontrábamos ante quien apenas unos meses después, sería el Papa de la Iglesia Católica con el nombre de Benedicto XVI.

             Un gran papa, sin duda, Benedicto XVI. La sabiduría hecha caridad y amor. Personalmente, lo voy a echar mucho de menos.

             Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.

 

            ©Luis Antequera

            Si desea ponerse en contacto con el autor, puede hacerlo en encuerpoyalma@movistar.es. En Twitter  @LuisAntequeraB

 

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