Jueves, 21 de noviembre de 2024

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El Parvulito y Cataluña

por Soy católico, ¿pasa algo?

Mi mapa de España es el del Parvulito, que en lo económico situaba un coche en Barcelona, una máquina de coser en Bilbao y una espiga en Sevilla, y en lo geopolítico establecía la división del país en regiones con denominación recia, como Castilla la Vieja. Dicen que adoctrinaba políticamente, y no digo que no, pero lo cierto es que por el Parvulito supimos de San Fernando antes de saber de Franco. Quiero decir que anteponía a Dios al caudillo y por eso, cuando la nación dio la espalda a la dictadura, permaneció católica, consciente de que no fue Dios quien promulgó las leyes fundamentales del Movimiento. En Cataluña, sin embargo, los libros de texto de historia anteponen la fabulación al rigor para que el escolar, incapaz de discernir, no pueda con el tiempo dar la espalda a la dictadura porque él mismo se habrá convertido en dictador.

Quienes creemos en que en la vida siempre ganan los buenos, sabemos lo que cuesta que gane el bien. En el caso de Cataluña, el rigor es poca cosa para impedir el éxito de la fabulación. Esto es así porque, paradójicamente, desmontar una mentira es más difícil que desmontar una verdad, pues la verdad requiere ventanas abiertas, puntos de vista, en tanto que la mentira requiere persianas bajadas, es decir, cerrazón. Entonces, ¿qué se puede hacer? Mentir, no, desde luego, pero sí advertir al independentista trolero de que su estrategia tendrá consecuencias porque, además de la razón, los españoles tenemos la sartén y el mango. En otras palabras, si juego al ajedrez con un ordenador nadie me impide apagarlo antes de que me dé jaque en la tercera jugada.

El ordenador, previsiblemente, aunque se haya comido mi reina con tretas, pedirá el apoyo de Silicon Valley, pero, aunque se lo dé, que está por ver, la partida la habré ganado yo. Es decir, si el Gobierno activa el artículo 155 es más que posible que la partida la gane el Estado, siempre, claro, que cortocircuite un sistema educativo delirante. Imaginen que en La Mancha el profesorado de aritmética cambia a su antojo las cuatro reglas, de manera que el producto de multiplicar cinco por ocho sea setenta, y me llevo dos. Es de suponer que la inspección central le abrirá expediente, que es lo que debe hacer con los maestros que en Cataluña ningunean el reino de Aragón. No sé a qué espera Rajoy para poner firme al somatén docente del delta del Ebro, so pretexto de que la historia también es una ciencia exacta: se puede opinar sobre ella, pero lo que pasó, la guerra de sucesión, pasó. Otra cosa es que el profesorado esté conforme. Si es por eso, a mí, que soy de talla media, tampoco me gusta, aunque lo acepto, el sistema métrico decimal. 
 
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