Recordando la figura de Herrera Oria
por Antonio Gil
Agapito Maestre acaba de publicar un libro aleccionador sobre la figura de Ángel Herrera Oria, un cura que llegó a cardenal pero que antes fue abogado del Estado y periodista. La obra lleva por titulo "El fracaso de un cristiano", y como bien afirma su autor en la Introducción, "no trata de un asunto religioso, tampoco teológico, sino de una sociedad que se determina por la exclusión". Acaso en este momento de la historia, encrespadas las olas políticas y amenazantes las tempestades económicas, sea bueno recordar a un hombre que fue derrotado múltiples veces, casi vivió instalado en el fracaso, pero que siempre supo levantarse, propagando con sencillez que la pertenencia a la Iglesia católica exige fidelidad a la nación y a la ciudadanía.
Herrera Oria pertenecía a la generación de Ortega, D, Ors y Pérez de Ayala. Pasó de abogado del Estado a periodista y después se hizo clérigo. En el año 40 fue ordenado sacerdote, en 1947 es nombrado obispo de Málaga y, en 1965, Pablo VI lo crea cardenal. Fundó una asociación, varios partidos politicos, y combatió el integrismo tanto como al anticlericalismo, intentando modernizar a la Iglesia española. Fue uno de los principales impulsores del periodismo moderno, director de El Debate e impulsor del Ya. La idea central de la vida y obra de Herrera fue crear buenos ciudadanos. La preocupación politica estaba, pues, por encima de la social, y lejos de avergonzarse de esta tarea, considera que es una labor clave del cristiano en España. Herrera no se entretiene con beaterías. Va al centro del problema político de nuestra época: o se participa en la politica o se renuncia a ella. Quien caiga en la segunda opción renuncia a la acción, o al menos, a una forma privilegiada de acción cristiana en el mundo. Herrera es uno de los avanzados protagonistas de su tiempo.
Maestre nos ofrece en su obra las coordenadas principales de la obra de Herrera Oria: "Es menester salir a la calle, a lo público, a la politica. El cristiano es un ser público o no es. Yo les diría a los que se lamentan de las leyes: ¿Qué os pensáis que los enemigos se habían de molestar y trabajar haciendo leyes a vuestro gusto y medida? Id a las urnas, arrebatadles los puestos que nos usurpan, y dejad de lamentaros. Si vosotros no fuisteis a las elecciones, si no acudisteis a la lucha, ¿por qué os lamentáis? Vuestra es la culpa. No tenéis derecho a quejaros". Retumban en los oídos, y más aún en las conciencias libres, estas palabras. Hoy, probablemente, el viejo cardenal colocaría otros acentos en sus interrogantes, por ejemplo, ¿cómo podéis votar a quienes puedan dañar vuestros intereses o convicciones más profundas? ¿Cómo elegir a dirigentes que atacarán sin piedad mis principios más sagrados? ¿No falta acaso una buena formación religiosa, a la hora de depositar un voto? Al menos, tendré que elegir a alguien que construya la sociedad que yo sueño, con los valores que yo defiendo, con as virtudes que más valoro. Lo contrario, sería caer en una flagrante contradicción y una terrible incoherencia. ¿Cómo un cristiano va a depositar su confianza en alguien que va a combatir el cristianismo? ¿Dónde está la lógica más mínima? ¿Qué nos diría hoy, a los creyentes cristianos de esta hora, el cardenal Herrera Oria?
Sin duda, su recuerdo tiene plena actualidad. No se trata tanto de maldecir la oscuridad reinante sino de encender luces nuevas que nos hagan caminar con ilusión y encanto. Cada uno con sus principios y su libertad, con su razón y acción, con su palabra y su afán. Pero sin golpearse con contradicciones incomprensibles.
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