Te sientes amado, ama

La solidaridad es un magnífico sentimiento, loable y siempre digno de ser promovido. Por solidaridad ha habido y habrá hombres y mujeres que hagan cosas, a veces sencillas y otras heroicas, por su prójimo, incluso por personas que no tienen ninguna relación con ellos. Esa solidaridad, como sentimiento humanitario, forma parte de la ley natural que Dios Creador ha impreso en la naturaleza del hombre.
Pero aquí hablamos de otra cosa. Hablamos de caridad. No se opone a la solidaridad, sino que la complementa. Y, sobre todo, tiene una motivación diferente. La caridad nace del reconocimiento de la deuda que el creyente sabe que tiene con Dios. Con el prójimo no tenemos esa deuda -si la tuviéramos no sería cuestión de solidaridad sino de justicia-. En cambio, con Dios sí la tenemos. Cuando el católico se hace consciente de lo que Dios ha hecho por él, si es como debe ser, cae de rodillas ante su Salvador para darle las gracias. Ese agradecimiento es la clave principal de la nueva religión, de la nueva relación con Dios instaurada por Jesucristo. Ahora bien, esa gratitud tiene que traducirse en obras y no debe quedarse en un mero sentimentalismo. Por Cristo, pues,  por agradecimiento a Cristo el católico se acerca al prójimo para ayudarle en función de sus posibilidades. Eso no significa que no lo hubiera hecho por solidaridad, por mero humanismo; significa que ahora, además, lo hace por amor a Dios. Y sabe que no hace nada extraordinario con ello, pues no le está dando al necesitado nada más que una pequeña parte de lo que Dios merece y se lo está dando porque en él es donde Dios lo necesita.
La secularización interna de la Iglesia ha quitado de nuestras motivaciones el "por ti, Señor". Nos ha dejado sólo con la solidaridad, y ésta da de sí lo que da de sí, según las personas y las circunstancias. Recuperar el "amor al prójimo por amor a Dios" es vital en la lucha que libramos contra el secularismo. Y, sobre todo, recuperarlo con obras, tanto sencillas como heroicas.