Jesús y los demagogos
Prefiero debatir con Stephen Hawking de física que con un demagogo de política. A las malas, como sé que fuerza es igual a masa por aceleración, siempre puedo propinar un gancho de derecha al sabio para nivelar el debate, pero estoy convencido de que, así coja por el pecho a un demagogo, mantendrá que la independencia generará a los catalanes riqueza y al Barça copas de Europa. Aunque me apabulle con fórmulas, siempre me queda la opción de replicar a Hawking que ni él ni yo hemos resuelto la teoría de las supercuerdas, pero, respecto al demagogo, aunque le apabulle con datos económicos, siempre le queda la opción de decirme que España le roba.
Alguien encontrará paralelismo, pero el discurso demagógico no tiene nada que ver con el mensaje de Jesús, porque este se dirige a los sencillos y aquel a los simples. Si el sencillo capta la enseñanza que subyace tras la parábola del sembrador es porque tiene clara la relación entre azada y sudor. El sencillo sabe que el campo es duro, el simple cree que basta su mirada nacionalista para ver crecer la hierba sin esfuerzo. La hierba, empero, requiere surcos. Al sencillo no le gusta levantarse a las cinco de la mañana, pero lo hace para trazar la linde, la frontera. El simple se despereza a las once porque le han convencido de que se merece la reforma agraria, la independencia.
Al igual que el demagogo, Jesús propone a los sus seguidores un porvenir idílico, la vida eterna, pero a diferencia del demagogo, el lugar de ocultarle la dificultad de transitar campo a través, les advierte de que el camino es complicado. Si Puigdemont les pide a sus acólitos que vendan lo que tengan, repartan el dinero a los pobres y después le sigan, no contaría siquiera con su propio apoyo porque tendría que predicar con el ejemplo, es decir, con la pela. Te digo yo que hace esa propuesta el presidente en vísperas de la Diada y la plaza de Cataluña, en vez de rebosar de gente, habría parecido uno de esos pueblos del Oeste en los que Clint Eastwood, ataviado con poncho, tirotea al malo de la película.
Alguien encontrará paralelismo, pero el discurso demagógico no tiene nada que ver con el mensaje de Jesús, porque este se dirige a los sencillos y aquel a los simples. Si el sencillo capta la enseñanza que subyace tras la parábola del sembrador es porque tiene clara la relación entre azada y sudor. El sencillo sabe que el campo es duro, el simple cree que basta su mirada nacionalista para ver crecer la hierba sin esfuerzo. La hierba, empero, requiere surcos. Al sencillo no le gusta levantarse a las cinco de la mañana, pero lo hace para trazar la linde, la frontera. El simple se despereza a las once porque le han convencido de que se merece la reforma agraria, la independencia.
Al igual que el demagogo, Jesús propone a los sus seguidores un porvenir idílico, la vida eterna, pero a diferencia del demagogo, el lugar de ocultarle la dificultad de transitar campo a través, les advierte de que el camino es complicado. Si Puigdemont les pide a sus acólitos que vendan lo que tengan, repartan el dinero a los pobres y después le sigan, no contaría siquiera con su propio apoyo porque tendría que predicar con el ejemplo, es decir, con la pela. Te digo yo que hace esa propuesta el presidente en vísperas de la Diada y la plaza de Cataluña, en vez de rebosar de gente, habría parecido uno de esos pueblos del Oeste en los que Clint Eastwood, ataviado con poncho, tirotea al malo de la película.
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