El profesor, las flores y el Valle de los Caídos
Mark Twain, y no Groucho Marx, es el gran cultivador del género literario de las citas célebres. Cierto que el segundo tiene una muy buena (“no formaría parte de un club que me admitiera como socio”), pero, en mi opinión, es mejor otra del escritor relativa a los cementerios. Twain destacó la incongruencia de cercarlos con vallas toda vez que los de fuera no quieren entrar y los de dentro no pueden salir. Aunque su obra tiene influencias picarescas (Huchleberry Finn es el Buscón don Pablos con sombrero de paja) la frase adolece de cierta ingenuidad yanqui. Si hubiera vivido en España sabría que los de fuera entran a veces en el camposanto con la intención de embrocar al muerto. O de quitarle las flores, como ha hecho un profesor de la Complutense de visita oficial en el Valle de los Caídos con un ramo depositado en la tumba de Franco, ese hombre.
Quitarle las flores a Franco una vez muerto no es como ganarle la Batalla del Ebro en vida, pero la hazaña tiene su público porque esto en España, el país que inventó el aplauso complaciente. Alfredo, el profesor, se muestra orgulloso de lo que ha hecho, pero lo cierto es que su acción no llega a gesta. Bueno será recordarle lo que espetó el torero Ramón Gómez, el Gallo, al tren que cacareó ufano en Atocha tras sufrir en la subida de Sierra Morena: esos cojones, en Despeñaperros. Y esos cojones, entonces, no ahora, porque la testosterona no es necesaria en democracia. En dictadura, sí, y mucho, pero me da a mí que el docente no habría sido capaz de cantar Al Alba mano a mano con Aute durante el Día de la Hispanidad en plena plaza de José Antonio ni de lanzar octavillas en el cine del palacio de El Pardo durante la proyección de Raza.
El valentón es al valiente lo que el susto al miedo: una parodia. Por eso, mientras el valiente urde la Revolución de los Claveles, el valentón se limita a retirar flores de una tumba del valle de los Caídos, donde, bueno es decirlo, reposan los restos de casi 40.000 soldados republicanos y nacionales. A mí, que suelo persignarme ante cualquier tumba sin tener en cuenta la ideología del difunto, no me parece bien lo que este señor ha hecho con la ofrenda floral. El profesor está en su derecho de cuestionar al dictador, pero a los lugares de culto uno va a rezar, no a imponer su punto de vista ornamental sobre botánica. Ni sobre nada. El docente debería de saber que la historia no se cambia a posteriori. De lo contrario, la izquierda ya habría anulado el gol de Marcelino.
Quitarle las flores a Franco una vez muerto no es como ganarle la Batalla del Ebro en vida, pero la hazaña tiene su público porque esto en España, el país que inventó el aplauso complaciente. Alfredo, el profesor, se muestra orgulloso de lo que ha hecho, pero lo cierto es que su acción no llega a gesta. Bueno será recordarle lo que espetó el torero Ramón Gómez, el Gallo, al tren que cacareó ufano en Atocha tras sufrir en la subida de Sierra Morena: esos cojones, en Despeñaperros. Y esos cojones, entonces, no ahora, porque la testosterona no es necesaria en democracia. En dictadura, sí, y mucho, pero me da a mí que el docente no habría sido capaz de cantar Al Alba mano a mano con Aute durante el Día de la Hispanidad en plena plaza de José Antonio ni de lanzar octavillas en el cine del palacio de El Pardo durante la proyección de Raza.
El valentón es al valiente lo que el susto al miedo: una parodia. Por eso, mientras el valiente urde la Revolución de los Claveles, el valentón se limita a retirar flores de una tumba del valle de los Caídos, donde, bueno es decirlo, reposan los restos de casi 40.000 soldados republicanos y nacionales. A mí, que suelo persignarme ante cualquier tumba sin tener en cuenta la ideología del difunto, no me parece bien lo que este señor ha hecho con la ofrenda floral. El profesor está en su derecho de cuestionar al dictador, pero a los lugares de culto uno va a rezar, no a imponer su punto de vista ornamental sobre botánica. Ni sobre nada. El docente debería de saber que la historia no se cambia a posteriori. De lo contrario, la izquierda ya habría anulado el gol de Marcelino.
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