La izquierda y el delito
Cierta izquierda simpatiza con el delito por la esencia antisistema del delito. Para esta izquierda El Vaquilla es un Lenin cheli y el butrón el pasadizo que utiliza el miserable para un propósito encomiable: la redistribución de la riqueza. Cierta izquierda prefiere Perros callejeros a La ciudad no es para mí porque considera que el tironero refleja mejor que Paco Martínez Soria que España es un país injusto. Y como España es un país injusto, esta izquierda colabora en su ruptura. Por eso, apoya a los secesionistas catalanes en lugar de al Estado, lo que constituye una traición de clase por su respaldo a la región más rica, que es como respaldar a Amancio Ortega en lugar de a la modistilla.
El delito, como acredita Bárcenas, no es privativo de la izquierda, pero sólo la izquierda considera héroe al que lo comete si lo hace en nombre de la libertad o del hambre o de la independencia. Para la izquierda, pues, Puigdemont es la versión culé de Mariana Pineda y no un trilero de la política que, en lugar de escapar cuando ve venir al guardia, le amenaza. Al guardia, claro, no le va a quedar otra que detenerlo porque si no lo hace hasta Madrid pedirá independizarse de España si un día lo gobierna la izquierda radical en vez de Cifuentes, que debe de ser de la izquierda moderada habida cuenta de que todavía no ha pedido el culto compartido en la Catedral de La Almudena.
La Iglesia católica pide lealtad institucional a Cataluña, que es como pedirle dinero, una pérdida de tiempo, mientras el Gobierno amenaza con dejarla sin autonomía mediante la aplicación del artículo más en boga de la Constitución, el 155, guarismo tan de moda que compite ya de igual a igual con el de Pilé 43. Si ante esto la izquierda pide paciencia a Rajoy es porque la izquierda encuentra cierto lirismo en determinados delitos, como el de apalear a un policía o el de dinamitar un país. Ni que decir tiene que percibe romanticismo en el delito sólo aquel a quien nunca le han puesto un cuchillo en el cuello.
El delito, como acredita Bárcenas, no es privativo de la izquierda, pero sólo la izquierda considera héroe al que lo comete si lo hace en nombre de la libertad o del hambre o de la independencia. Para la izquierda, pues, Puigdemont es la versión culé de Mariana Pineda y no un trilero de la política que, en lugar de escapar cuando ve venir al guardia, le amenaza. Al guardia, claro, no le va a quedar otra que detenerlo porque si no lo hace hasta Madrid pedirá independizarse de España si un día lo gobierna la izquierda radical en vez de Cifuentes, que debe de ser de la izquierda moderada habida cuenta de que todavía no ha pedido el culto compartido en la Catedral de La Almudena.
La Iglesia católica pide lealtad institucional a Cataluña, que es como pedirle dinero, una pérdida de tiempo, mientras el Gobierno amenaza con dejarla sin autonomía mediante la aplicación del artículo más en boga de la Constitución, el 155, guarismo tan de moda que compite ya de igual a igual con el de Pilé 43. Si ante esto la izquierda pide paciencia a Rajoy es porque la izquierda encuentra cierto lirismo en determinados delitos, como el de apalear a un policía o el de dinamitar un país. Ni que decir tiene que percibe romanticismo en el delito sólo aquel a quien nunca le han puesto un cuchillo en el cuello.
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