Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Dios y la cláusula de rescisión

por Soy católico, ¿pasa algo?

A algunos católicos, Dios, una vez en su equipo, nos deja libertad de movimientos, no porque seamos mejores, sino porque necesita tapar huecos en las zonas donde el catolicismo flaquea por la dureza del contrario. Conozco bien la dureza del contrario porque yo mismo he sido el contrario. Cuando militaba en el laicismo era un joven marrullero que frente a la elegancia de Beckenbauer, la doctrina eclesial, oponía la contundencia de Benito, el cliché de ateo. No estoy orgulloso de aquello, pero conocer la táctica del rival me ha permitido enfrentarme a él con garantías desde que Dios pagó mi cláusula de rescisión con el perdón de los pecados.
Juego limpio, pero juego duro. Para mantener el resultado es preciso no hacer concesiones a rival que juega sucio. Este partido se gana con Isco y Koke, con los doctores de la Iglesia, pero también con Goicoechea y Migueli, con los soldados de Dios, entre los que me incluyo. Como soldado, cuento chistes verdes y escupo por el colmillo. Como hijo de Dios, me cuentan chistes de curas y me escupen en el entrecejo. Como soldado, repelo el ataque. Como hijo de Dios, acepto la persecución con deportividad. Si me mesan la barba, mejor, me la dejan de tres días, a la moda. Si me escupen, me hago a la idea de que, en vez de saliva de agnóstico, lo que me baja por la cara es baba de caracol, que dicen que rejuvenece, aunque no sé yo.
Para quien sabe que el martirio desemboca en la resurrección, el martirio es un camino tan bueno como cualquier otro para llegar a Dios. Y más corto. Por eso, el soldado, en vez de esconderse se ríe del que le escupe: “¿Ese es tu mejor gargajo?”. No todo el mundo ha nacido para soldado, es cierto, pero todo el mundo tiene la posibilidad de hacerse acompañar por el Salmo 22, que enseña que para escapar del oleaje debes cobijarte en las fuentes tranquilas. Cuando el Señor es tu Pastor, nada te falta, y, en consecuencia, el miedo sobra. Así que, a pesar de la que cae, tenemos razones para estar contentos. De hecho, la tristeza del católico es casi una herejía. 
 
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