Se habla con frecuencia de los males de la familia que se pueden sintetizar en un triple acoso: ― Acoso jurídico: Aborto, divorcio, manipulaciones genéticas y de la natalidad... ¡Cuantas veces leyes inicuas que atentan gravemente contra la dignidad de la persona humana erosionan la familia, santuario y principal defensa de la vida humana! Se olvida así que la autoridad no saca de sí misma su legitimidad moral y que «se hacen culpables de escándalo quienes instituyen leyes o estructuras sociales que llevan a la degradación de las costumbres y a la corrupción de la vida religiosa o “a condiciones sociales que... hacen prácticamente imposible una conducta cristiana conforme a los mandamientos” (Pío XII)» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2286). ― Acoso desde los medios de comunicación: que presentan esos pretendidos modelos alternativos de familia haciendo que, insensiblemente, nos vayamos acostumbrando a ellos. Series que presentan familias deshechas donde el padre o la madre están divorciados; en las que conviven hijos biológicos, adoptivos... y siempre conflictivos... Los programas sobre los famosos que presentan con la mayor naturalidad escándalos, adulterios, divorcios... ― Acoso económico y fiscal. La causa de este cerco se reducen a una: querer desterrar a Cristo, a su Evangelio y a su Iglesia; renunciar a seguir el modelo de familia que Él quiso enseñarnos con su propio ejemplo viviendo treinta años en el seno de un hogar. El mal tiene raíces hondas, principalmente dos: ― El liberalismo: que prescinde de Dios, también en la vida familiar, y reduce la religión a lo íntimo del hombre. Puede resumirse en una frase: “Déjale”. ― El materialismo: la concepción materialista de la vida lleva a la comodidad y destruye el espíritu de sacrificio, sin el cual no es posible la solidez familiar. Siembra la aversión a la vida sencilla y oculta del hogar, ambiente imprescindible para el desarrollo de las virtudes. Su lema es “¿Por qué no?” La única alternativa a este panorama es la educación de los hijos La misión de los padres no termina con el nacimiento del hijo. Entonces comienza una nueva etapa: la de la educación. Dar la vida a un niño no es suficiente. Tomarle de la mano y despertar en él la inteligencia y el sentido de la moral,conducirle paso a paso hasta las puertas que se abren al campo de las actividades humanas es un noble ministerio que necesita una suma considerable de sacrificios por parte de los padres. El Evangelio nos dice que Jesucristo «crecía en sabiduría, y edad, y gracia, ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,52). Estas palabras nos dan idea de la amplitud que debe tener la formación de los hijos: - Edad (desarrollo físico) - Sabiduría (formación intelectual) - Gracia (educación moral y espiritual) Y esto ante Dios y ante los hombres, lo que equivale a hacer de los hijos muy buenos ciudadanos y excelentes hijos de Dios. Algunas pautas para los padres que quieren educar a sus hijos - Recuperar la función de liderazgo natural que tienen. El padre no es el amigo de su hijo ni el profesor un compañero más. - Solo desde ahí se puede motivar. La motivación por la vía de la relación personal: no se trata de ser comunicadores que atraen sino de presentar la verdad que a veces es amarga, pero cura. - Recuperar la pedagogía del esfuerzo. No limitarse a lo fácil, a la condescendencia, a dejarse vencer por la dificultad ante la solución de un problema... - Recuperar ámbitos de sosiego y reflexión. Capacidad de quedarse a solas y de hablar con uno mismo y con los otros. Se intuye que lo que más vale es el tiempo y esto es lo que más agradecen los hijos: perder el tiempo con ellos. Una relación personal, no darles cosas sino darse, porque en esa donación gratuita se descubre el amor y no hay nada más pedagógico que esta pedagogía del amor. Aplicación de todo esto a la educación religiosa: convertir el hogar en lugar de oración, de enseñanza religiosa y de ejercicio de las virtudes - La oración en el hogar. Una familia verdaderamente cristiana practica de un modo ordinario la oración: bendición de la mesa, enseñar a rezar a los niños, el Rosario, la Santa Misa del Domingo.... «Les permites [a tus hijos] ir con frecuencia a los espectáculos y, en cambio, no los llevas a la Iglesia. Pues del mismo modo que los envías a la escuela, debieras llevarlos a esta otra mucho más necesaria. No dejes que vayan con nadie; vete con ellos y después conversa sobre lo que hayáis oído, pues si comentáis en casa la sana doctrina, ésta podrá echar raíces. Verdad es que no suele ser ésa la conducta corriente, sino que, por el contrario, quienes así obran provocan sonrisas. Pero no te importe, porque, por no actuar de este modo, los jueces han de castigar con frecuencia lo que los padres no corrigieron» (S.Juan Crisóstomo). - La enseñanza religiosa en el hogar: es la más eficaz de todas. Más que la predicación en la Iglesia, que la catequesis, que la escuela. Pero la enseñanza principal de los padres ha de ser por el ejemplo. El nervio de la familia cristiana es la tradición y ésta es de ejemplo más que de palabra: «Sed sus modelos en la doctrina del bien y permaneced siempre tales que vuestros hijos no tengan que hacer sino asemejarse a vosotros... Estad convencidos de que el buen ejemplo es el patrimonio más precioso que podéis dar y dejar a vuestros hijos... Hace falta que cultivéis las virtudes. Lo exige vuestra misión y vuestra dignidad. Cuanto más perfecta y santa es el alma de los padres, tanto más delicada y rica es en todo caso la educación que dan a sus hijos» (Pío XII). - Ejercicio de las virtudes: he aquí las virtudes cuya práctica diaria hará a los esposos y a los hijos agradables ante Dios: «Revestíos, pues, de sentimientos de compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia. Soportaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga motivos de queja contra otro. Del mismo modo que el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo, revestíos del amor que es el vínculo de la perfección» (Col 3, 12-14). Estas virtudes permiten que en el templo del hogar se viva en la caridad, en el amor, y como consecuencia, la paz de Cristo reine en los corazones. Y estas virtudes son el fundamento de los deberes familiares que el Apóstol expone a continuación: «Esposas, respetad a vuestros maridos, como corresponde a cristianas. Maridos, amad a vuestras esposas y no seáis duros con ellas. Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, pues es lo que agrada ver entre cristianos. Padres, no irritéis a vuestros hijos, no sea que se desalienten» (Col 3, 18-21). Decálogo para la educación de los hijos Como a todos nos gustan las cosas concretas, terminamos proponiendo un decálogo inspirado en lo que leímos en algún sitio. Los padres pueden tenerlo en cuenta, sirviéndose del amor y el ejemplo como medios, para crear el clima espiritual de un hogar cristiano: 1. La educación debe comenzar desde la más tierna edad del niño. 2. Los padres debéis hermanar la autoridad con la dulzura. 3. Elegid bien la escuela y los maestros que han de auxiliaros. 4. Educad a vuestros hijos en las enseñanzas del Salvador y en su temor y amor. 5. Vigilad las compañías, lecturas, espectáculos y diversiones. 6. No provoquéis la ira de los hijos. 7. No les engañéis para salir del paso 8. No les castiguéis cuando estáis enfadados. 9. Hacedlos amantes de la Eucaristía y de Sta.María. 10. Y por fin, al educarlos, dirigidlos siempre ayudados de la mano sacerdotal.