Master Chef Junior... y no tan Junior
por Canta y camina
Hace 2 veranos mis hijos secuestraron la tele todas las noches del mes de Julio para ver la reposición de “Masterchef Junior”, así que me cundió mucho la lectura en vacaciones.
Confieso que me parecía un programa hortera de bolera, lo que viene a demostrar que cuando juzgas algo sin conocerlo lo más seguro es que te equivoques.
Como estaban todos tan enganchados, desde la adolescente de 17 años hasta el mico de 5, una noche me senté con ellos en el sofá a verlo, ¡y me lo pasé muy bien!
Para empezar me pareció muy original la idea del concurso de cocina para niños. ¡Pero es que tienen un nivel alucinante! Todos me dan cien mil vueltas incluso en cómo se baten los huevos. Me hizo mucha gracia ver cómo los jueces, cocineros profesionales de primera, trataban a los niños y bromeaban con ellos. Cuando me fui a dormir tuve que admitir, con el orgullo muy magullado, ¡que me había gustado!
Hace algún tiempo vimos la repetición de la repetición de la repetición, y cada vez me gusta más porque además de aprender sobre cocina, estoy aprendiendo mucho sobre cosas fundamentales para la vida cotidiana. Y más aún: me da pie para hablar con los niños sobre cosas muy interesantes.
“¡Venga ya!”, me dirás, “tú es que le ves 3 pies al gato a todo, ¡si es un concurso de cocina!” ¡Pues no sabes el juguillo que le estoy sacando!
Estamos viendo a unos niños dedicándose a una actividad que les encanta. Se divierten pero también se esfuerzan. Se enfrentan a dificultades e imprevistos. Se agobian, se estresan, lloran y siguen adelante porque quieren llegar a la meta: ganar la final.
Aquí se manifiesta lo mejor y lo peor de cada uno con la naturalidad aplastante de los niños. Y son tantas las cosas que veo y puedo aprovechar para ir educando a mis hijos que tengo que morderme la lengua para no seguir dándoles la barrila.
Hay unos niños monísimos, de esos que quieres para amigos de tus hijos. Bien educados, dan las gracias, obedecen las reglas del juego, recogen y limpian, reciben los elogios con una sonrisa y las correcciones sin replicar, se ayudan entre ellos, se consuelan y se animan unos a otros cuando “todo les sale al revés” y se congratulan cuando les dan muchos puntos y les felicitan. ¡Son monísimos!
Hay otros a los que todo les da igual, no se esfuerzan, no buscan la excelencia sino que se conforman con lo que les sale, con la chapuza, con la mediocridad.
Y también los hay que me hacen pitar los oídos de lo que me rallan: lloriquean cuando las cosas les salen mal, se hinchan como pavos cuando les salen bien, piden ayuda a los demás cuando tienen dificultades pero no ayudan a nadie, culpan a los demás de sus propios errores, ponen caritas para llamar la atención… En 2 palabras, como dijera el torero: RE-PELENTES.
Así que entre ingredientes, manoplas ignífugas y cacharros me he topado con una escuela de virtudes humana que puedo aplicar a mi propio “concurso” para llegar a mi meta: el Cielo.
Porque podemos tomarnos la vida como viene y dejarla pasar, disfrutando cuando nos va bien y resignándonos cuando nos va mal, o podemos tomárnosla como una aventura en la que hay obstáculos que superar para alcanzar la meta.
Como soy cristiana mi meta es llegar al Cielo cuando me muera, llevarme el premio gordo que será ver a Dios cara a cara, darle un abrazo descomunal, empaparme de la visión de El-que-es por toda la eternidad.
Y para ganar la final tengo los medios necesarios a mi alcance porque Cristo dejó muy claras las reglas del juego cuando fundó la Iglesia y nos proveyó de los mejores utensilios y herramientas.
Además, para participar en este concurso no hay que presentarse a ningún casting: basta con recibir el Bautismo para poder participar. Cómo le vaya cada uno depende sólo de cada uno.
Puedes vivir tu vida siendo buenecito, no haciendo daño a nadie, cumpliendo los requisitos mínimos: vivir ramplonamente.
O puedes optar por la excelencia y sacar el máximo partido a tus cualidades para tu propio bien y el de los demás, esforzarte como un jabato por desterrar tus vicios y defectos, por adquirir nuevas virtudes que te hagan mejor persona: vivir con espíritu deportivo, de superación, de aventura.
O también puedes elevar tu vida al plano sobrenatural y desear parecerte a tu Padre Dios, lo que te llevará a expandir tu corazón y tu alma para que en ellos quepan todos, y a poner tus ojos y tus anhelos en una meta que no es de este mundo: vivir a lo grande.
Porque cuando quieres parecerte a Él, cuando tu meta última es el Cielo, nada es pequeño, todo es grande, así que vives tu vida corriente y moliente a lo grande. Todo tiene significado, todo tiene valor, todo lo haces por Alguien y por
Algo que no te deja insatisfecho al cabo de un tiempo, porque lo de este mundo tiene fecha de caducidad pero todo lo de Dios tiene fecha de eternidad.
En este concurso de la vida habrá veces en que nos saldrán bien las cosas y nos sentiremos muy bien, habrá veces en que tendremos dificultades y nos sentiremos mal y otras en que nos pasarán cosas malas y sufriremos: es así y todos lo sabemos.
Lo bueno es que el juez, el presentador es también el guionista, el inventor del asunto y es nuestro Padre. Cuando se nos olvide poner los huevos en la masa o no se nos reduzca el caldo Él nos animará y nos aconsejará. Y cuando se nos queme el guiso o se nos pegue el arroz nos consolará y secará nuestras lágrimas. Y nunca, nunca, nunca nos eliminará.
Al contrario, siempre habrá repescas y podremos volver a concursar porque este guionista quiere que todos los concursantes ganemos, “quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.” (1 Tim 2,4)
Para más información sobre cómo participar: acercarse a la parroquia que más nos guste y preguntar al sacerdote. O a un amigo de confianza bien formado.
(Escrito en la piscina mientras los niños, tiritando al salir del agua, juegan a las cartas)