Trump y la rogativa
Las dudas que tenía mi padre, albañil, sobre la llegada del hombre a la luna no son las de Pascal, cierto, pero no cursan en su contra porque tanto el obrero de la construcción como el filósofo buscaban respuestas. Quien no las busca es porque ya las tiene. Y eso no siempre es bueno. Valga como ejemplo Donald Trump, que entiende que el cambio climático es un embuste ecologista. Ya. Puede que en la costa Este aún se lleve la manga larga, pero en el sur de Europa la bufanda tiene el mismo futuro que la enagua: ninguno. Y quien habla de moda, habla de pantanos. Mi predicción no tiene validez científica, es decir, no la publicará Nature en página impar, pero estoy seguro de que en cien años España será Etiopia con paella y Londres, Sevilla con té. Con té a las ocho, claro, porque a las cinco hará bochorno en Piccadilly, la calle Sierpes de la City.
Rajoy debería invitar a presidente de Estados Unidos a que cambiara en agosto el rancho de Camp Davis por un cortijo en el valle del Guadalquivir para que se enterara de cómo se las gasta el verano cuando no tiene oposición isobárica. Más o menos como se las gastó el propio Trump cuando para la foto de familia apartó al primer ministro de Montenegro con las formas con que Marcelo se antepondría al delantero del Elche en un balón aéreo. Modales aparte, lo malo es que, además de Trump, aquí son muchos los que niegan la evidencia porque creen que el cambio climático es un invento de la izquierda. Habría que advertirles de que esa conjetura implica darle bazas a la izquierda porque, en ese caso, la sequía sería de derechas.
En realidad, la sequía es el estado islámico del clima. Para frenarla se requiere un acuerdo internacional que combata a la yihad meteorológica, al efecto invernadero. Y, por supuesto, la ayuda del cielo. En los informativos de televisión se ha informado con sorna de que varios pueblos españoles han sacado a la Virgen en procesión para que llueva. El sarcasmo de los locutores ante la rogativa no tiene razón de ser. Primero, porque en la Biblia, diluvio aparte, el agua es una bendición, como aclara el salmo que asegura que Dios conduce al hombre hacia fuentes tranquilas. Y segundo porque el milagro es una constante diaria. Si el Creador es capaz de perdonar, ¿no va a serlo de enviar precipitaciones de fuertes a moderadas?
Rajoy debería invitar a presidente de Estados Unidos a que cambiara en agosto el rancho de Camp Davis por un cortijo en el valle del Guadalquivir para que se enterara de cómo se las gasta el verano cuando no tiene oposición isobárica. Más o menos como se las gastó el propio Trump cuando para la foto de familia apartó al primer ministro de Montenegro con las formas con que Marcelo se antepondría al delantero del Elche en un balón aéreo. Modales aparte, lo malo es que, además de Trump, aquí son muchos los que niegan la evidencia porque creen que el cambio climático es un invento de la izquierda. Habría que advertirles de que esa conjetura implica darle bazas a la izquierda porque, en ese caso, la sequía sería de derechas.
En realidad, la sequía es el estado islámico del clima. Para frenarla se requiere un acuerdo internacional que combata a la yihad meteorológica, al efecto invernadero. Y, por supuesto, la ayuda del cielo. En los informativos de televisión se ha informado con sorna de que varios pueblos españoles han sacado a la Virgen en procesión para que llueva. El sarcasmo de los locutores ante la rogativa no tiene razón de ser. Primero, porque en la Biblia, diluvio aparte, el agua es una bendición, como aclara el salmo que asegura que Dios conduce al hombre hacia fuentes tranquilas. Y segundo porque el milagro es una constante diaria. Si el Creador es capaz de perdonar, ¿no va a serlo de enviar precipitaciones de fuertes a moderadas?
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