Jueves, 21 de noviembre de 2024

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¿Vivir nuestra fe aislados en burbujas o en libertad?

¿Vivir nuestra fe aislados en burbujas o en libertad?

por La divina proporción


Hace unos pocos días leía un interesante post de Melinda Selmys en el portal Patheos: “Benedict Option: Do We Need A Catholic Bubble in the Universal Church?” (Opción benedictina: ¿Realmente necesitamos una burbuja en la Iglesia Universal?). El tema de este post parte de una propuesta recogida en el libro: “The Benedict Option: A Strategy for Christians in a Post-Christian Nation” escrito por Rod Dreher.

La Iglesia norteamericana se ha ido vaciando de fieles, especialmente de jóvenes. Rod Dreher defiende que la razón de esta salida es el pseudo-cristianismo insípido que ha tomado posesión de nuestras comunidades. Un cristianismo que se ajusta a lo políticamente correcto y que nos conduce a convertirnos en una estupenda ONG. ¿Qué hacer ante esta invasión? El autor señala que el camino a seguir es el camino de regreso indicado por San Benito de Nursia. Este monje del siglo VI, horrorizado por el caos moral que siguió a la caída de Roma, se retiró al bosque y creó una nueva forma de vida para los cristianos. Construyó comunidades duraderas basadas en principios de orden, hospitalidad, estabilidad y oración. Sus centros espirituales de esperanza eran bastiones de luz a lo largo de la Edad Oscura, y salvaron no sólo el cristianismo sino la civilización occidental. En resumen, lo que Dreher propone es la creación de una especie de burbuja al estilo de San Benito de Nursia. Una Burbuja que nos ayude a auto protegernos mediante un aislamiento asumido.

Volviendo al post de Melinda, la autora indica que ella no estaba de acuerdo con la Opción Benedictina, pero que tuvo una experiencia real que le hizo cambiar de opinión: el cultivo de plantas en un invernadero. Relata que se dio cuenta que en un invernadero convivían plantas de climas dispares, que gracias a los cuidados que se le daban y un experto posicionamiento climático, podían convivir y sobrevivir relativamente juntas unas de otras. Hay plantas que son capaces de vivir fuera del invernadero, pero otras se encontrarían con serios problemas por sequedad, viento, temperatura o tipo de suelo. Las plantas más sensibles, tenían que estar recogidas en espacios controlados, porque no vivirían mucho tiempo fuera de allí. Tras esta reflexión nos indica que:

La idea de que Santa Teresa de que el mundo humano es un jardín es poderosa porque llama la atención sobre el hecho de que Dios realmente valora a todos los tipos diferentes de personas que pueblan Su creación. Él no exige que nos adaptemos a un programa de talla única para el éxito espiritual, porque no nos creó para ser uniformes. Algunos de nosotros somos rosas. Algunos de nosotros somos dientes de león. Algunos de nosotros somos trampas de la mosca del venus. Y eso está bien.

Ahora, aquí es donde se pone pegajoso. La mayoría de los cristianos que son de una disposición relativamente progresista, liberal o emotivista, les encanta esta clase de metáfora. La idea de un Dios que ama la diversidad salvaje de la naturaleza humana es muy atractiva, siempre y cuando se aplique principalmente a los tipos de personas que prosperan en un clima relativamente liberal, progresista y emotivista. A algunas personas más conservadoras, dogmáticas y racionalistas también les gusta esta metáfora (Santa Teresa es, después de todo, doctora de la Iglesia), siempre que se aplique principalmente a personas que prosperan bien en un ambiente definido por la tradición, el dogma y el racionalismo.

A todos nosotros nos gusta especialmente la idea de la diversidad humana cuando parte de la suposición de que “el mundo sería un lugar mejor para todos”, si es mejor para gente como yo.

Como seres humanos, todos tendemos hacia cierto tipo de narcisismo natural. Nuestro marco de referencia subjetivo es, en última instancia, el único marco de referencia de que tenemos experiencia directa, lo que significa que cuando miramos a otras personas, siempre las estamos viendo, escuchándolas, comprendiéndolas en relación con nosotros mismos. Se pueden entender los corazones de otros, escudriñando nuestros propios corazones. Y esto es cierto una gran parte del tiempo, porque los seres humanos realmente tenemos mucho en común.

Pero no siempre es cierto. Aquí es donde nos topamos con problemas. Tenemos una gran dificultad en empatizar con la gente que fundamentalmente piensa, siente y desea diferentemente de nosotros mismos. Por un lado, la Regla de Oro [haz lo demás lo que quieres para ti] no puede aplicarse con sencillez porque lo que quisiera que otros hicieran conmigo, no es necesariamente lo que ellos querrían que yo les hiciera.
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Se podría decir que cuando intentamos tener una vivencia de fe común, nos encontramos con muchos problemas. Problemas que parten de las diferentes sensibilidades y entendimientos que caben dentro de nuestra fe. Dicho sea de paso que tenemos otro problema: la constante lucha para que la Iglesia acepte vivencias y entendimientos que contradicen la misma fe y hasta los Evangelios. Podemos recordar que hace poco el Prepósito General de los Jesuitas indicó que cuando Cristo habló no había grabadoras. Es decir, no sólo tenemos problemas con sensibilidades dentro de la ortodoxia, sino también sufrimos fuertes presiones desde las sensibilidades heterodoxas.

Mi pregunta es ¿Podemos generalizar la analogía planteada por Melisa como ideal de convivencia? ¿Podemos aceptar que la Iglesia es Una en apariencia, pero dividida en cientos de trozos que no pueden vivir unidos? Hay personas relevantes dentro de la Iglesia que plantean que la unidad conlleva tensiones y peleas internas constantes. De esa forma podría haber una diversidad de Opciones Benedictinas, adaptadas y enfocadas a grupos de sensibilidades determinadas. Grupos que se sentirían contentos de vivir una fe sin restricciones abierta a los cambios sociales y políticos del momento. Pero a Melisa se le ha escapado en su reflexión un grupo de plantas que es incómoda de tratar por lo jardineros: las que nacen espontáneamente y son consideradas como malas hierbas. Plantas que se arrancan porque invaden y destrozan los espacios de protección establecidos. ¿Qué hacemos con estas plantas que no tienen espacio ni son apreciadas? ¿No merecen igual reconocimiento y lugar en el gran invernadero eclesial?

No es nada sencilla la situación actual y temo que se irá complicando según pase el tiempo. ¿Qué podemos hacer? Esperar un nuevo Pentecostés que nos una y reúna de nuevo, por encima de sensibilidades y apetencias humanas. Tenemos que orar por ello. Oremos para que el Señor ilumine a los sacerdotes, que tienen que gestionar un diversidad hipersensible que crece día. Oremos para que no nos veamos como enemigos sino como hermanos.
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