Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Amo porque amo, amo por amar. San Bernardo

Amo porque amo, amo por amar. San Bernardo

por La divina proporción


Dios nos ama de forma infinita, porque nadie puede medir a un ser infinito, ni limitar su amor. Aunque en nuestra mente nos parezca imposible amar de esa forma, Dios nos ama sin límite y medida humana posible. El amor, si se mantiene vivo, es capaz de superar todas las pruebas y esperar. Ese es el sentido de la esperanza: esperar con sentido, una razón, un objetivo que nos trasciende y nos completa.

El amor basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo por amar. Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma. Entre todas las mociones, sentimientos y afectos del alma, el amor es lo único con que la criatura puede corresponder a su Creador, aunque en un grado muy inferior, lo único con que puede restituirle algo semejante a lo que él le da. En efecto, cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado: si él ama, es para que nosotros lo amemos a él, sabiendo que el amor mismo hace felices a los que se aman entre sí…

Con razón renuncia a cualquier otro afecto y se entrega de un modo total y exclusivo al amor el alma consciente de que la manera de responder al amor es amar ella a su vez. Porque, aunque se vuelque toda ella en el amor, ¿qué es ello en comparación con el manantial perenne de este amor? No manan con la misma abundancia el que ama y el que es el Amor por esencia, el alma y el Verbo, la esposa y el Esposo, el Creador y la criatura; hay la misma disparidad entre ellos que entre el sediento y la fuente. (San Bernardo. Sermones de san Bernardo sobre el libro del Cantar de los cantares. Sermón 83, 4-6)

En este mundo, el amor queda limitado a experiencias de deseo, necesidad y utilización. Proclamamos la misericordia de Dios, como si su justicia no viniese unida de forma inseparable. Despreciamos la justicia divina, porque nos parece que el amor no puede exigir y limitar por el bien del ser amado. Al final el amor de Dios queda reducido a una complicidad que nos permite hacer lo que nos parezca sin que la conciencia se vea afectada. ¿Excusas? ¿Justificaciones? Todas las que hagan falta, porque creemos que el amor de Dios le limita y le obliga a permitir que nos hagamos daños nosotros mismos.

Como bien dice San Bernardo, Dios y nosotros somos como la fuente de agua fresca y el sediento. La fuente quiere apagar la sed de todo aquel que pase junto a ella, pero respeta a quien decide morir sin probar el Agua Viva que mana de ella constantemente. El sediento puede poner todas las escusas para no beber y padecer los efectos de sus actos. ¿Deja de manar agua porque el sediento decida no beber? Ciertamente no. Así es el amor de Dios.

La fuente no juzga a quien no quiere beber, se juzga el mismo al rechazar la vida que se le ofrece. La fuente tampoco condena, somos cada uno de nosotros los que nos condenamos a nosotros mismos. Si vemos a una persona que rechaza el Agua Viva, no podemos dejar de juzgar que necesita ayuda y ofrecerle nuestra mano.
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