¿Laicismo o anticlericalismo? ¿De qué hablamos en realidad?
por En cuerpo y alma
Uno de los mantras que desde la izquierda española, tanto la nueva izquierda como la radicalizada izquierda tradicional, se intenta imponer en la opinión pública española en el momento presente, es el que intenta hacernos creer que aunque otros aspectos de la libertad y de la democracia sí se hallen “algo” mejor consolidados en España (solo “algo”, ¡eh?, porque la verdadera democracia es “la que nos traen ellos”), nuestro sistema político tiene aún una asignatura pendiente que no ha conseguido implementar ni adecuada ni inadecuadamente, que no es otra que la del laicismo.
Nada más lejano a la realidad. Nada, por decirlo como realmente es, más falso, más mentiroso, más torticero y más perversamente intencionado.
La Constitución española, y con ellas las leyes que la desarrollan, implementó con toda normalidad, y hasta exhaustivamente, el laicismo que hoy es conditio sine qua non de todo sistema que aspire a ser considerado democrático. Lo hizo en el artículo 14 que reza:
“Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”.
Abundó en él en el artículo 16, que dice:
“1. Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades”.
2. Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias”.
Y sobre todo en el apartado tercero de dicho artículo:
“3. Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”.
Y terminó de afirmarlo en el artículo 26, que consagra otro de los derechos fundamentales e intrínsecos a todo sistema que se considere democrático, la libertad de enseñanza -“todos tienen el derecho a la educación. Se reconoce la libertad de enseñanza”- cuando asienta:
“3. Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”.
No se puede ser más explícito, más claro y más concluyente. Entonces, ¿a qué esa afirmación según la cual, una de las asignaturas pendientes de la democracia española es la del laicismo?
Pues bien, no se trata de una afirmación ni gratuita ni carente de intencionalidad, porque los que tratan de hacernos creer que el sistema político español no garantiza adecuadamente el laicismo lo que quieren no es que lo haga, -¡cómo podrían quererlo, si ya está hecho!-, sino que lo convierta en un fenómeno en el que ellos se sienten mucho más cómodos, que no es otro que el de la represión laicista, o dicho de otra manera, el laicismo represivo. O con una palabra aún más esclarecedora, anticlericalismo, anticlericalismo puro. O todavía con otra, más actual, cristianofobia, verdadera cristianofobia. Es decir, no el laicismo que respeta todas las creencias religiosas sin pronunciarse por ninguna, manteniéndose neutral sobre todas ellas, y en todo caso, cooperando proactiva y proporcionalmente con todas según afirma el artículo 16.3 de nuestra Constitución, no, sino un laicismo agresivo, regresivo, negativo, represivo en suma, que, por un lado, niega todo valor a la religión, -y para decirlo como es, a la religión cristiana en particular- y por otro, la combate por todos los medios a su alcance.
Unos medios que, en unos casos, son más “inocuos”, como esas instituciones a las que vemos negar la presencia de sus miembros en los actos religiosos que celebra con toda normalidad y cotidianeidad el pueblo al que representan. Pero en otros, más agresivos y lesivos, como esas instituciones a las que vemos apoyar manifestaciones antirreligiosas y de auténtico odio con fondos públicos (Padrenuestro blasfemo de Barcelona, exposición blasfema de Pamplona, tetas en las iglesias, via crucis derribados)… Y en el límite, con comportamientos y hasta leyes declaradamente represoras, que lejos de mantenerse neutrales sobre el hecho religioso como el laicismo stricto senso postula, lo que hacen es combatirlo declaradamente, tal y como ha ocurrido en esas dictaduras tan admiradas desde esas mismas instancias políticas del panorama español y mundial, como lo son la soviética, la china o la norcoreana (pinche aquí para conocer algo más sobre el tema), o sin salir de nuestra propia historia, en ese experimento fracasado de estado que fue la II República, con un balance de mártires nunca inferior a los diez mil, miles de iglesias atacadas y varias de ellas destruídas.
En última instancia, el laicismo utilizado contra el laicismo. No es un proceso que no conozcamos, porque es idéntico al que utilizan los que apelan a la libertad, y hasta la utilizan mientras existe, para, justamente, acabar con la libertad. Que por otro lado, suelen ser los mismos, -¡mire Vd. qué casualidad!- que los que quieren acabar con el laicismo apelando al laicismo.
Y bien amigos, sin más que desearles como siempre que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos, me despido por hoy una vez más de Vds.
©L.A.
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