Miércoles, 25 de diciembre de 2024

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Estamos enfermos

por La Columna del #CoronelPakez


El problema del hombre es que es un enfermo crónico.
Una unidad espiritual y material que ha sufrido un daño profundo en su ser.
 
Los síntomas son evidentes: odios, guerras, robos, vicios, egoísmos...
 
Males.
 
Estos males son el síntoma.
 
El síndrome está causado por el Mal.
El Mal viene a ser como los virus y las bacterias que producen enfermedades.
El Mal no tiene la entidad de una ameba, sino la de un ser espiritual.
 
Es cierto que hay millones de seres espirituales malos. Se llaman demonios.
 
Y también es cierto que infectan a los hombres. Inoculan enfermedades que, antes o después, llevan a la muerte.
 
La unión entre materia y espíritu en el ser humano es evidente.
 
Muere el marido de un infarto al poco de perder a su esposa tras más de 50 años de matrimonio.
Sufre un cáncer fulminante el empresario arruinado al que sus socios estafaron.
Pierde la voz tras conocer la infidelidad de su pareja.
 
Estamos enfermos. Almas enfermas en cuerpos enfermos que acaban comidos por unos gusanitos voraces.
 
El hombre de Galilea, como le gustaba decir a Johnny Cash, vino como médico.
 
"No he venido a llamar a los sanos, sino a los enfermos".
 
Sí. Nuestro Creador y Padre nos llama enfermos. Y lo estamos.
 
¿Son exigibles a un enfermo grandes esfuerzos? No.
 
Y menos aún en la vida espiritual.
 
Lo que el enfermo, cualquier enfermo, tiene que hacer es, ante todo, reconocer su condición.
 
-Hola, estoy enfermo.
 
-¿Quieres curarte?
 
He aquí la cuestión fundamental. El hombre de Galilea lo sabe y por eso pregunta.
 
Jesús no curará a quien no quiera ser curado. Sentirá una tristeza infinita, pero no podrá hacer nada. Jamás violentará la voluntad y la libertad de su querido hijo enfermo.
 
El enfermo que sí quiere ser curado solo tiene que seguir las indicaciones del médico.
El tratamiento es individual, por supuesto. No vale el mismo para todo el mundo.
Porque cada ser humano es distinto. Único y diferente de cualquier otro.
 
Por eso no sirve la "automedicación", ni seguir los consejos del vecino, ni los de curanderos o de aprovechados de la debilidad humana.
 
Un enfermo está débil.
 
Un enfermo no puede comer según que cosas.
 
Un enfermo tiene que tomar el sol y disfrutar del aire fresco.
 
Un enfermo debe huir de los ambientes enrarecidos.
 
Un enfermo llevará consigo las pastillas.
 
Un enfermo irá a las sesiones de rehabilitación y se ejercitará  con paciencia. Despacio.
 
A un enfermo no se le puede exigir que ame a los enemigos, perdone, no juzgue y sea santo.
 
No podrá. Porque somos hijos de Dios enfermos. Conviene no olvidarlo.
 
Así que yo me pongo en manos del Médico, me fio de él, pido el tratamiento y lo sigo con mucha paz y humildad. No hago nada que no pueda hacer o que tenga prohibido.
 
Y confío en mi total recuperación.
 
Sé que me recuperaré porque sé de Quien me he fiado.
 
Estaré sano, salvo. Seré santo. Pero solo cuando me den el alta y salga por la puerta de este hospital de campaña hacia un día eterno, luminoso y alegre como una mañana soleada del mes de Abril.
 
Eterno Abril de la salud de los enfermos.
 
 
Coda: hagan ustedes mismos la comparación entre medicina y sacramentos, entre tratamiento y oración, entre rehabilitación y vida espiritual. Será una buena manera de hablar con el Médico.
Cuídense. Sean buenos.
 
 
 
 
 
 
 
 
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