Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Apegos humanos

por Juan del Carmelo

Desgraciadamente, unos más y otros menos, todos estamos apegados a las cosas de este mundo.

 

Hace unos días, estuve invitado en una comida. Los comensales, éramos todos personas que habíamos doblado ya el cabo de los setenta años de vida, y a algunos les faltaba solo un año para doblar el cabo de los noventa, en esta navegación que todos estamos realizando por las turbias aguas de este mundo. Escuché atentamente la conversación de los comensales y no tomé parte en ella, cosa rara en mí, que según mi mujer soy un charlatán, hasta el punto que ella llegó a pensar que estaba incomodo o molesto por algo. Pues no, no lo estaba, escuchaba atentamente los temas de la conversación pues ellos me estaban llevando a una meditación. Los temas eran variados. Las señoras conversaban, o quizás más bien presumían acerca de sus colecciones de porcelana. Unas, si era mejor la porcelana de Sargadelos, que la de Vista Alegre o la Cartuja de Sevilla, y también otras señoras más snob, manifestaban que en su casa solo se utilizaba las vajillas de Rosenthal. También se discutía sobre otros importantes temas, como si era más propia la plata cincelada que la repujada.

 

Vista la importancia de estos temas, y queriendo airearme en mis pensamientos, trasladé mi atención a lo que hablaban los señores. ¡Horror! Los temas eran aún más apegados a este mundo. Se hablaba de condecoraciones y títulos. Al parecer había allí, quien llevaba un control exhaustivo, sobre las concesiones que se habían hecho desde hace más de cincuenta años de la Orden de Carlos III, y de Isabel la católica. Otros se lamentaban de no poder exhibir ahora, las condecoraciones que se le habían dado en el antiguo régimen.

 

Esta comida fue para mí un magnifico elemento de meditación acerca de los apegos humanos, y en mi silencio, me preguntaba: ¿Cómo es posible que personas que están ya con un pié en la tumba, se preocupen de estos temas?

 

El apego es un vicio, aunque no siempre lo contemplemos así. Y como todo vicio, este vicio también tiene su raíz en la soberbia humana. Los apegos humanos pueden ser de cuatro clases: apego a la vida, apego a las `personas, apegos a los bienes materiales y el apego a este mundo. Con respecto al apego a la vida, este no hemos de confundirlo con el instinto natural de conservación de la vida que todos tenemos y que no es un vicio. Tanto el apego a la vida como el apego a las personas practicado en sus debidas dosis, no se pueden considerar vicio alguno, pero sí lo son, cuando se rebasan los límites debidos. Comer no es un vicio, pero sí lo es la glotonería. Con respecto al apego a este mundo que todos tenemos, este merece una glosa aparte y no trataremos aquí de él, por lo que solo nos ocuparemos del apego a los bienes materiales.

 

Donde más claramente se ve el vicio humano, es en el afán que todos tenemos de apegarnos a los bienes materiales. Los bienes materiales, aunque necesarios no son imprescindibles, ya me figuro que más de un lector, va a poner el grito en el cielo al leer esto, pero para él aclaro, que muy pocos bienes son necesarios y que la mayoría de los que creemos imprescindibles, son totalmente prescindibles. Nuestro Señor nos dejó claramente dicho: "Nadie puede servir a dos señores, pues o bien, aborreciendo al uno, amará al otro, o bien, adhiriéndose al uno, menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”. (Mt 6,24). Si nos apegamos a las cosas materiales no tendremos, no dejaremos espacio en nuestra alma para recibir al Señor, y nunca podremos poseerlo. Los que tratan de buscar así al Señor, a lo sumo, solo conseguirán verlo vagamente y de lejos, a distancia. El alma humana es como nuestra propia mano, si tiene agarrada una cosa, no puede agarrar otra.

 

Resulta totalmente imposible entregarnos en plenitud al Señor, si nos mantenemos apegados a los bienes materiales, porque lo que ocurre, es que en tal caso tomamos a Dios como una cosa más entre todas aquellas a las que seguimos atados. Es necesaria una renuncia total si queremos que el Espíritu Santo venga a nosotros, nos infunda su soplo y nos conduzca a la unión con Dios. Nadie debe de engañarse en este punto; debemos de desarraigarnos de todo lo creado y estar siempre dispuesto a dejarlo todo si Dios nos lo pide. El Señor nos dijo: “Donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón”. (Lc 12,34). Y Si queremos ser ovejas del rebaño divino, nuestro tesoro más preciado tiene que ser el “Amor a Dios” y de este amor tenemos que llenar nuestro corazón.

 

Escribía San Máximo Confesor, que: “La caridad es aquella buena disposición del ánimo que nada antepone al conocimiento de Dios. Nadie que esté subyugado por las cosas terrenas podrá nunca alcanzar esa virtud del amor a Dios. El que ama a Dios antepone su conocimiento a todas las cosas por Él creadas, y todo su deseo y amor tienden continuamente hacia Él. Como sea que todo lo que existe ha sido creado por Dios y para Dios, y Dios es inmensamente superior a sus criaturas, el que dejando de lado a Dios, incomparablemente mejor, se adhiere a las cosas inferiores por Él creadas, demuestra con ello, que tiene en menos a Dios que a las cosas por Él creadas… El que ama a Dios ama también inevitablemente al prójimo; y el que tiene este amor verdadero no puede guardar para sí su dinero, sino que lo reparte según Dios a todos los necesitados”.

 

Pero hemos de distinguir entre lo que es la posesión o tenencia de bienes materiales y el apego a estos. Se pude ser rico materialmente y pobre de espíritu, por carecer de apego a esos bienes que se poseen. Por el contrario, se puede ser pobre materialmente hablando, es decir carecer de la posesión de bienes materiales y ser tremendamente apegado a los bienes materiales. Aunque bien es verdad que es muy difícil ser rico y no estar apegado a los bienes que se poseen. San Juan de la Cruz, escribía: “Se dice pobre, aunque efectivamente sea rico, porque si voluntad no la tenía pegada a las riquezas y, por lo tanto, prácticamente era pobre. Pero si por el contrario hubiera sido pobre realmente y no lo fuera con la voluntad, no hubiera sido pobre de verdad, ya que su alma estaba rica y llena de deseo y apetito de riqueza... Porque la desnudez no consiste en carecer de las cosas sino en no desearlas”. Santo Tomás Moro, aseguraba que no es pecado tener riquezas, sino amar las riquezas y decía, que: “Nunca en los pasajes de las Sagradas Escrituras, se rechaza y amenaza la posesión de bienes sino el apegamiento que el propietario ha desarrollado inmoralmente”.

 

La vida en el Señor, el tratar de vivir constantemente en su amor, para su amor y de su amor, es lo que nos aparta del deseo de “tener” cada día más y nos lleva al deseo de cada día “ser” cada día más. Porque lo que le hace rico a un hombre, no es lo que tiene, lo que posee, sino lo que es y lo que hace, tanto de sí mismo como a favor de los demás. El apego a lo que tenemos nos ata, e impide que Dios entre en nuestro corazón. Fulton Sheen escribe, que: “Por muchos cabellos que se tengan en la cabeza, duele el que nos arranquen incluso solo uno. Igualmente por mucho capital que ciertos hombres tengan, les duele que se les toque, aunque tan solo sea un centavo. Y como saben que no pueden llevárselos consigo, niegan que haya sitio alguno a donde ir después”.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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