Alabemos la Bondad de Dios y roguemos Su Misericordia. San Ambrosio
Alabemos la Bondad de Dios y roguemos Su Misericordia. San Ambrosio
Dios hace salir el sol para buenos y malos, lo que evidencia su bondad. Dios perdona los pecados a quienes se arrepienten de corazón y le buscan, lo que evidencia su misericordia. La bondad de Dios ofrece a todos los seres humanos un espacio para que puedan desarrollar su vida y acercarse a Él. La Misericordia de Dios es la mano tendida para quien deja atrás la soberbia y entonces es capaz de tomarla.
“Señor, de tu bondad está llena la tierra; enséñame tus leyes” (sl 118, 64). ¿Cómo está llena la tierra de esta misericordia del Señor si no es por la Pasión de nuestro Señor Jesucristo de quien el salmista, que la veía de lejos, de alguna manera, celebra la promesa?... La tierra está llena porque la remisión de los pecados es para todos. El sol tiene orden de levantarse para todos, y eso es lo que ocurre cada día, Y es para todos que, en un sentido místico, ha venido el Sol de Justicia (Ml 3,20), por muchos ha sufrido y por muchos ha resucitado. Y si ha sufrido es, precisamente, para “quitar el pecado del mundo” (Jn 1,29).
Pero si alguno no tiene fe en Cristo, es él mismo quien se priva de este beneficio universal. Si alguien, cerrando sus ventanas, no deja entrar los rayos del sol, no puede decir que el sol no se ha levantado por todos ya que es él mismo quien ha provocado que no le llegue el calor del sol. En lo que se refiere al sol, no queda afectado; al que le falta la prudencia, se priva de la gracia de una luz que se ofrece a todos.
Dios se ha hecho pedagogo; ilumina el espíritu de cada uno derramando a todos la claridad de su conocimiento, con la condición de que abras la puerta de tu corazón y acojas la luz de la gracia celestial. Cuando dudes, apresúrate a buscar, porque “el que busca, halla y a quien llama, se le abre” (Mt 7,8). (San Ambrosio. Sermón 8 sobre el salmo 118)
Quien no desea tomar la mano de Dios, queda perdido en el relativismo de las ideologías humanas que nos rodean. Perdido como Pedro cuando intentó andar encima de las aguas con sus propias fuerzas humanas. Como es lógico, se fue hundiendo a medida que dejaba de confiar en la acción de Dios sobre él. Pero Cristo estaba allí con su mano tendida. Cuando Pedro tomó la mano del Señor dejó de hundirse.
En el Evangelio de hoy domingo podemos encontrar un episodio similar al de la barca sometida a la tormenta, pero vista desde el punto de vista de la sobreabundancia de bondad de Dios. En la Transfiguración, cuando Pedro ve lo maravilloso que era vivir en ese atisbo de Gloria, decide ofrecer la institucionalización terrenal de la misma. Se ofrece a construir una serie de cabañas para atrapar la Gloria de Dios en el mundo. Como es lógico, todo termina para sorpresa de Pedro, que se ve de nuevo en la misma realidad terrena, humana, mundana de siempre. La única estructura es Cristo. Las Torres de Babel que construyamos para llegar a Dios con nuestras fuerzas están destinadas a caer tarde y generar división de lenguas entre nosotros. Cuando hay división, el maligno es el maestro de obras de la Torre.
Pedro es modelo la naturaleza humana, llena de fogosidad y de arrojo, pero no siempre piensa lo que dice o hace. Pedro que es también modelo de arrepentimiento, llorando amargamente las tres negaciones. Pedro que fue elegido como base sobre la que la Iglesia sería edificada, pero que no siempre fue capaz de estar a la altura de la misión que Cristo le asigno. Pedro es el cimiento de la Iglesia, mientras no se separa de Cristo y cumple su misión: Ser la piedra de base que busca sostener, por encima del mundo, el arco eclesial que es coronado por la Piedra Angular: Cristo.
Si generalizamos el modelo que nos muestran las Escrituras, cada uno de nosotros debe alabar y agradecer todo lo bueno que Dios reparte. También debemos arrepentirnos de nuestras culpas y desconfianzas. Debemos tomar humildemente la mano de Cristo, para no ahogarnos en el mundo. Si buscamos la santidad siendo dóciles, transparentes a Cristo y humildes, podremos ser soporte de otras personas que necesiten ayuda y consejo. Ayuda y consejo que no siempre serán bien recibidos. A veces nos encontraremos con rechazo e incluso insultos cuando señalemos dónde está obrando el maligno. Sobre cada uno de nosotros, que somos piedras de la Iglesia, está la Piedra Angular que sostiene esta obra, que no es humana, sino Divina. La Iglesia coronada por el Señor, que ofrece su Bondad a todos y su Misericordia a quienes deseen tomar su mano.
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