Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Conversión de un judío

por Isabel Warleta

De todas las conversiones a la Iglesia Católica desde otras denominaciones, la conversión de un judío es la más complicada.

Para un ortodoxo, un anglicano o un protestante, en hecho de creer en Jesucristo es un punto de unión. Lo único que un cristiano no católico necesita para regresar a casa es aceptar la primacía de Pedro y en el caso de los anglicanos y protestantes aceptar la presencia real, ésto incluso más que aceptar la importancia de María en la Historia de la Salvación. Cuando veamos la conversión de un protestante hablaremos del descubrimiento de la "Real Presencia de Cristo" como punto fundamental en las conversiones.

En el caso de los judíos el tema es más complicado, ya que lo primero que han de aceptar es que Jesucristo es Hijo de Dios, lo cual para ellos es prácticamente inaceptable.

Traigo hoy la conversión de Martin K. Barrack aparecido en Envoy Magazine, revista católica norteamericana de gran prestigio dirigida por Patrick Madrid, uno de los más importantes apologetas católicos americanos.

Barrack, nacido judío ortodoxo, experimenta un proceso de conversión impresionante, para muchos increíble, pero real; y el Señor le concedió la gracia especial de mostrarle a Jesucristo vivo y resucitado de una manera tan directa que no tuvo excusas para no dar el paso a la Iglesia Católica.

Un personaje interesante en la vida de Barrack es su esposa, católica ella, que en ningún momento trata de evangelizar a su marido, él llega por pura gracia al conocimiento de Cristo y ella se mantiene al margen por miedo a hacer una política contraria a la voluntad de Dios. También esto será motivo de análisis en artículos futuros, ya que la mayoría de conversos provenientes de otras denominaciones a la Iglesia Católica afirma que cuando se encontró con un católico éste nunca intentó "convertirlo", y éste hecho fue definitivo para que la conversión se produjera. Es el ejemplo lo que mueve los corazones.

Os animo a leer éste maravilloso artículo, la traducción es mía, así que perdonad las inexactitudes, espero que os guste y os animo a participar.

CONVERSIÓN DE MARTIN K. BARRACK

Tomado de:
El barrio Pelham Parkway Sur del Bronx, donde me crié, era tan sólidamente judío que a 15 minutos a pie desde nuestro apartamento había cuatro sinagogas y dos restaurantes "kosher glatt". Glatt kosher significa "totalmente" kosher, bajo supervisión del Mashiaj. El Mashiaj no es un empleado del restaurante, sino un miembro del consejo de rabinos locales. Éste está presente en todo momento cuando el restaurante está abierto. Si el propietario abre el restaurante cuando el Mashiaj no está allí, el restaurante kosher será sospechoso. Ésta palabra hebrea, Mashiaj, significa "aquel que es enviado". En castellano podemos decir que significa "Mesías", la palabra que los primeros judíos cristianos usaban para describir a Jesucristo. Creciendo judío, mi fe en Dios era importante, como era mi identidad judía. Jesucristo y los católicos eran algo muy alejado de mi mente. Deseaba vivir y morir Judío -o eso creía yo. Entonces no podía ver, pero ahora veo que incluso en mi juventud, Cristo fue guiando mis pasos constantemente hacia la unión con Él y su Iglesia.
A Bobby le gustaba conducir rápido. Un día en particular nos lanzamos a lo largo de una carretera recta a algo más de 100 millas por hora cuando de pronto el camino se convirtió en una pronunciada pendiente. Al llegar a la cima de una colina el vehículo se disparó hacia abajo, vimos que el camino hacía un repentino giro a la derecha al fondo. De frente había un grupo de árboles enormes. Al instante, los nueve que íbamos en el vehículo nos dimos cuenta de que no teníamos ninguna posibilidad de girar. Bobby hizo una mueca.
- "Adiós, muchachos", masculló, su rostro era una máscara de terror.

Mi pensamiento fue: "Así que así es como termina todo para mí, con tan sólo 16 años de edad".

Instintivamente, Bobby pisó el freno y trató de girar de todos modos. De cualquier manera era imposible que la enorme camioneta girara, se arrastró sobre el extremo exterior del pavimento, con sus dos neumáticos de la izquierda chillando y arrojando tierra. Los troncos de los árboles brillaban a nuestra izquierda mientras el coche daba media vuelta como en una montaña rusa.

En un momento todo se había terminado. De alguna manera habíamos conseguido girar. No estábamos muertos. Y otro extenso tramo de carretera de Massachusetts se extendía ante nosotros. Bobby aminoró la marcha del vehículo dando tumbos hasta detenerse a un lado de la carretera. Permanecimos en silencio durante varios minutos, temblando. El único sonido era el de nuestra respiración.

Bobby rompió el silencio mirando al frente.

- "¿Ha ocurrido ésto realmente?"

Por un momento, nadie respondió. Entonces detrás alguien susurró:

- "Dios tiene planes para alguien en este auto, y por el bien de uno ha salvado a nueve".

Todos estuvimos de acuerdo en eso. Bobby volvió a poner el camión en marcha, salió a la carretera y nos dirigimos lentamente hacia el campo. No hablamos nunca más entre nosotros acerca de ese episodio. Pero me he acordado.
Con 19 años vivía de nuevo en la ciudad. Terminada ya la escuela secundaria y rebosante de entusiasmo juvenil y curiosidad, me convertí en un radioaficionado por hobby. Generalmente los "Hams" -como nos llaman- solíamos iniciar una conversación radiofónica diciendo uno a otro su nombre y ubicación. Un sábado por la mañana estaba llamando, en busca de conversación.

- "Hola, Marty, Pelham Parkway, Bronx, Nueva York" decía.

Segundos después, una voz amiga disparó hacia mí:

- "¡Hola! Hermano George, Graymoor, Garrison, Nueva York
".
Levanté las cejas.

- "George, aquí en las bandas de radioaficionados somos todos amigos, pero ¿´hermano´ no implica un nivel de familiaridad que todavía no hemos alcanzado?"

El hermano de George, entre divertido y asombrado, dijo:

- "Soy un fraile católico. ¡Hermano es parte de mi nombre!"

Me dí cuenta muy pronto que no tenía ninguna experiencia con los católicos, mucho menos con la variedad "fraile" (como buen chico judío, yo no estaba seguro de lo que era un "fraile"), el hermano George charló conmigo un poco y luego me invitó a visitar el "Monte", como llamaban al centro que tienen en la cima de la montaña de Graymoor. Yo no tenía otros planes ese día, así que salté en el coche y una hora más tarde me encontraba en la puerta del Monasterio tocando el timbre. Debí haber pillado al hermano George durante una hora de trabajo porque llegó a la puerta vestido de manera informal. Nos dimos la mano y me invitó a entrar. Cuando me enseñó su oficina le comenté que no se parecía a los frailes que había visto en fotografías. Giró los ojos con diversión, salió durante unos momentos y regresó vistiendo el hábito franciscano. Ahora sí parecía un fraile.

Graymoor me dió una viva demostración de fe católica. Un joven sacerdote, el Padre Víctor, había instalado una antena de radioaficionados junto a la Capilla del Espíritu Santo en la cima de la montaña. El suelo descendía abruptamente desde la capilla por ese lado, haciendo una pendiente. Era imposible colocar una escalera allí. Sorprendido, le pregunté al Padre Víctor cómo había instalado la antena. Explicó que él había subido al tejado que tenía una gran inclinación en ese lado y colgado la antena a un lado. Cuando le dije que era una cosa impresionante y arriesgada, el Padre Víctor me explicó en voz baja que instaló la antena para que las enseñanzas de Cristo salieran de esa montaña a cientos de kilómetros en todas direcciones, mediante la instalación de de operadores de radioaficionado a los Frailes Graymoor. Antes de salir al tejado se había confesado y recibido la Sagrada Comunión. Si hubiera muerto en el intento de instalar la antena, explicó, habría sido un mártir y su alma habría volado hacia el cielo. Yo estaba profundamente impresionado con la fe por la que el Padre Víctor estaba dispuesto a morir. Aunque en aquel momento todavía me sentía en paz con mi identidad judía, la oportunidad de experimentar con los Frailes Graymoor me preparó para la primera fase de un compromiso de vida con la fe católica.

Siempre había imaginado que lo mejor sería casarse con una niña judía que compartiera la fe de mis padres. Creía que el matrimonio fuera de la fe, inevitablemente significa no estar casado en el nivel más profundo. Sin embargo, con poco más de 20 años, Dios me presentó a una joven y bella mujer católica llamada Irene. Los Frailes de Graymoor me ayudaron a ver la Iglesia Católica con una nueva luz. Pude ver que muchos católicos, especialmente éstos hombres notables, estaban inmersos en el Único Dios Verdadero. Estaban deseosos de servirlo, incluso como mártires de ser necesario. Irene era definitivamente igual. Su casa estaba llena de crucifijos e imágenes sagradas. Su fe tenía una fuerte y tranquila intensidad que me resultó impresionante y atractiva.

Irene y yo nos enamoramos y nos casamos. Durante los siguientes 20 años ella vivió como católica y yo como Judío. No tuvimos hijos, pero siempre nos ayudamos mutuamente. La llevaba a la iglesia los domingos en los días de mal tiempo, y ella hacía comida judía para mí con amor. Los años pasaron. Y nuestro matrimonio maduró como el vino añejo.

OIGO UNA VOZ

A un cuarto de milla de nuestra casa de Burke, Virginia, hay una iglesia católica. Y un cuarto de milla más allá hay un centro comercial. No tenía ningún interés en la iglesia en absoluto, pero cuando el tiempo era bueno solía dirigirme al centro comercial por placer y por hacer un ejercicio suave.

Un día, con 43 años, me dirigí paseando hacia el centro comercial. Conforme me acercaba a la iglesia una maravillosa sensación de paz comenzó a anular mis pensamientos. Una voz interior me dijo,
- "Te amo. Yo siempre te he amado. ¡Ven a casa!"

A medida que me acercaba a la Iglesia, la sensación de paz crecía. Entendí que procedía de la iglesia, pensé que no era mi iglesia, y me dije a mí mismo,

-"¿Qué tiene esto que ver conmigo?"

Después de pasar la Iglesia, disminuyó la sensación de paz, y en el momento que llegué el centro comercial había desaparecido. Me preguntaba si era una reacción a algo que había comido, pero había comido lo de siempre los últimos días. Pensé que podría haber sido el recuerdo de alguna conversación mantenida hace mucho tiempo, pero no podía recordar nada que se ajustase a aquello. ¿Tal vez algo que había leído años atrás? No. No.

Por último, atribuí esa sensación maravillosa y extraña a una imaginación hiperactiva y lo olvidé. Pero sucedió lo mismo en el camino de regreso. Se hizo más fuerte cuando me acerqué a la iglesia y más débil al dejarla trás de mí. Cuando llegué a casa, la sensación había desaparecido. Perplejo, decidí que yo era Judío y ese lugar donde el "acontecimiento" había ocurrido era una iglesia católica, debió ser una casualidad -nada que ver conmigo.

Unas semanas más tarde, caminé por la misma ruta de nuevo. Había olvidado por completo el episodio anterior. Pero de nuevo, conforme me acercaba a la iglesia, la sensación de paz interior y la voz volvieron. La tercera vez que ésto sucedió, comencé a pensar que quizá Dios me llamaba.

QUE SE LEVANTE EL SUDARIO
Irene y yo vimos un video muy completo sobre la Sábana Santa de Turín, llamado "el testigo mudo". Después de verlo, me puse a investigar. Con el tiempo llegué a la convicción, basada en una evaluación objetiva de la evidencia, de que la Sábana Santa de Turín era la verdadera sábana mortuoria que cubrió a Jesús de Nazaret mientras yacía en la tumba. Entonces me di cuenta de algo fundamental: La imagen de la Sábana parece ser una señal quemada en un lado de la tela de lino. La energía que había grabado la imagen en la tela tenía que haber venido de el cuerpo de Jesús de Nazaret. El calor viaja a través de lino en milésimas de segundo, la única forma en que la tela puede ser quemada de forma tan ligera por un solo lado era por una explosión instantánea de energía procedente del cuerpo.

Esto me sorprendió. El único evento que parecía encajar todos los hechos conocidos acerca de la imagen de la Sábana Santa es la resurrección. La evidencia científica me convenció de que Jesús de Nazaret había resucitado de los muertos. Ahora las ideas llegaban tan rápidamente que apenas podía pensar en todas ellas. ¡Si la resurrección ocurrió realmente, entonces Jesús es Dios! Si Jesús es Dios, tenía que repensar completamente quién era yo y lo que debía hacer. También tenía que discernir si este deseo cada vez mayor de creer en Cristo era un verdadero llamamiento de Dios o si se trataba simplemente de una idea humana. Decidí no hablar a Irene acerca de mis pensamientos. Si lo hubiera sabido seguramente me animaría, y mis motivos a partir de entonces serían dobles: queriendo agradar a Dios y queriendo agradarla a ella. Me sentí completamente independiente.

Irene se dio cuenta inmediatamente de que algo había cambiado. Mi relajada confianza habitual se había ido. En lo referente a Dios, empecé sutilmente la sustitución de mi lenguaje básicamente judáico por palabras que bien podrían ajustarse a una perspectiva judía o católica. Más tarde me contó que había empezado a orar por mí, preguntando al Espíritu Santo lo que debía hacer. El Espíritu Santo la llevó a responder a mis preguntas y proporcionarme lo que yo pedía, nada más.
- "¿Existe algo así como un libro de preguntas y respuestas sobre la fe católica?" Le pregunté un día.

Al día siguiente me encontré un simple catecismo de preguntas y respuestas lo que necesitaba para sentarme y leer. Lo leí con avidez, lo releí, y lo volví a leer de nuevo. La Iglesia Católica, como se explica en este libro delicioso, era más clara y consistente que todo lo que yo había encontrado antes. Pregunté a Irene si había un libro similar pero más amplio que explicara el catolicismo. Ella dijo que lo buscaría para mí. Tuve que sonreír cuando, la tarde siguiente, me encontré un gran catecismo de preguntas y respuestas en la mesa de al lado de mi sillón reclinable. Cerré la puerta y empecé a leer el libro, tratando de comprender mejor las enseñanzas de la Iglesia Católica.

Tenía un montón de preguntas. Irene podría haber respondido a la mayoría de ellas. Yo sabía por entonces que ella era consciente de lo que estaba pasando conmigo, pero todavía sentía que reconocer abiertamente mi odisea podría llevar a motivaciones mixtas para continuar con mi estudio. Le pregunté a Irene si había alguna clase a la que pudiera asistir que fuera como un tour por la fe católica. El Espíritu Santo estaba trabajando mucho. La parroquia a la que asistía Irene acababa de anunciar que comenzaba una clase de investigación la semana siguiente.

Decidí a asistir a las clases. ¡Fue todo un viaje! Hice preguntas -muchas preguntas. Mis preguntas eran lanzadas a menudo de manera combativa, pero el Espíritu Santo había elegido bien a mi maestro. El diácono Nick La Duca se había criado en Brooklyn, y sabía que los Judíos tienen la antigua tradición de hacer preguntas profundas acerca de su fe. Es la forma en que llegan a conocer a Dios. Cualquiera que lea el Talmud lo descubriría.

Desafié la afirmación del diácono de que la fe católica era la única verdadera. Los Judíos hacen la misma demanda, tal y como sucede en algunas denominaciones protestantes. ¿Entonces por qué los católicos tienen razón y todos los demás se equivocan? El diácono Nick respondió que miles de años de profecía judía se había detenido poco antes de que Jesús de Nazaret llegara, y que los sacrificios de sangre de los judíos terminaron después del sacrificio de Jesús en la cruz. Señaló que los Evangelios cuentan lo que vieron testigos oculares de la vida de Cristo encarnado, y describen los acontecimientos que sólo el verdadero Mesías de Dios puede cumplir. Señaló que Jesús sólo instituyó una Iglesia que, mientras algunos de los apóstoles estaban todavía vivos, ya había comenzado a hacerse llamar Iglesia Católica. Explicó que todos los obispos católicos, los sacerdotes y los diáconos habían sido ordenados por alguien que había sido ordenado, y así sucesivamente, en línea directa de sucesión apostólica hasta llegar a la persona de Jesucristo.

Los católicos somos signos de contradicción, explicó. Estámos llamados a ser diferentes de todo el mundo que nos rodea. Cristo enseñó que los primeros serán postreros, y los últimos serán los primeros, y que el que quisiera ser el más grande fuera el siervo de todos. Esta sabiduría parece incompatible con nuestra experiencia hasta que nos damos cuenta de que Dios, el más alto soberano, hizo exactamente éstas cosas por nosotros. Amar a los enemigos y hacer el bien para ellos, bendecir a los que nos odian, dando testimonio de Cristo en un mundo hostil, del Príncipe de la Paz, todo esto es tan contrario a lo que experimentamos como los valores del mundo.

El diácono Nick también hizo hincapié en que los católicos deben estar preparados para ser mártires. Mártir significa "testigo". Los católicos deben estar dispuestos a dar su vida por Cristo, como Cristo dio su vida por la Iglesia. El diácono Nick leyó la Escritura de las palabras de Jesús: "El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí, y el que ama a su hijo o hija más que a mí no es digno de mí, y el que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí". Pero Jesús también prometió el pago al añadir que "El que pierda su vida por causa mía, la encontrará."

Comencé a ver que la conversión al catolicismo significa dar la propia vida a Cristo y, a cambio, Cristo se entrega totalmente a nosotros, viviendo en el cielo para siempre.

En el aula había un cuadro de la Ultima Cena. Recuerdo mirar esa foto durante mucho tiempo y pensar: "¡Esa es una imagen de Dios!" Los Judíos no hacen imágenes grabadas debido al Primer Mandamiento: "Puesto que no visteis imagen el día que el Señor os habló en Horeb en medio del fuego, tened cuidado de no actuar de manera corrupta, haciendo una imagen tallada por vosotros en forma de cualquier figura". Entre otras explicaciones en torno al uso de estatuas e imágenes por los católicos, fui consciente de que a pesar de que no vimos la forma de Dios en Horeb, si lo hicimos en el Calvario. Crucifijos y estatuas son los recuerdos de ese hecho.
    
¿DE DIOS O DEL HOMBRE?
  

Como la clase continuó en primavera, el diácono Nick preguntó a cuál de nosotros nos gustaría ser bautizados en la fe católica. Todo el mundo esperaba que yo diera el paso, pero no pude. El diácono Nick había presentado la fe de manera tan convincente que me preguntaba si mi destellos de discernimiento espiritual y mi sentido de la transición gradual del judaísmo al catolicismo fueron la inspiración del Espíritu Santo, o simplemente el trabajo de un diácono persuasivo. Es la vieja pregunta: ¿Es de Dios o del hombre?

No podía decirlo, por lo que elegí la solución del Rabino Gamaliel. Poco después de la llegada del Espíritu Santo, los saduceos capturaron a los Apóstoles y los llevaron ante el Sanedrín. La mayor parte del Sanedrín quería ejecutar los Apóstoles y detener el avance del cristianismo. Pero la gran influencia rabino Gamaliel instó al Sanedrín a ponerlos en libertad diciendo: "Si este plan o esta empresa es de los hombres, fracasará, pero si es de Dios, ustedes no serán capaces de acabar con ellos". Decidí darme un año de tiempo para el estudio y la reflexión, para ver si esta inspiración se mantenía en mí.

Durante el año continuó la transición. Me sentía más y más católicó en el corazón. Cuando terminó el año, a principios de marzo, me di cuenta que estaba atascado. Yo siempre había amado y adorado a Dios, pero sabía que los católicos adoran a Jesús como Dios. Sentí que no podía volver al judaísmo porque me había hecho católico de corazón, pero no podía seguir formalmente adelante hacia el catolicismo porque nunca podría abandonar mi monoteísmo judío. Luché con ésto durante algún tiempo. Entonces me di cuenta de que simplemente tenía que preguntar a Dios lo que debía hacer.

Un día, en Washington, DC, en la Elipse, un gran campo de hierba abierta, caminé y oré.
- "Padre Dios, necesito saber tus deseos para mí. Me creaste Judío, y durante 46 años he sido Judío. Siento que ahora me estás llamando a la Iglesia Católica. Sabes que siempre seré tuyo, pero Los católicos adoran a Jesús. Si me das a Jesús, le adoraré. Si no, retornaré al judaísmo. Muéstrame tu voluntad, Padre. Y, por favor, que sea tan claro que no sea consumido por la duda".
Cuando bajé los ojos pude sentir a Jesús caminando a mi lado. Oí la voz interior que había escuchado tres años antes, esta vez diciendo,
- "Te amo. Yo siempre te he amado. ¡Bienvenido a casa!".

Traté de darle la bienvenida, pero todo lo que empecé a decir me parecía inadecuado. "Gracias" era tan inadecuado para describir el profundo sentimiento de gratitud y alegría que inundó mi corazón. Como tenía problemas, pude sentir el consuelo del Señor.

- "Lo entiendo. Yo sé lo que está en tu corazón. No tienes que decir nada".

Después de un tiempo, esta toma de conciencia de la intensa presencia radiante de Cristo se detuvo. Me quedé de piedra. ¿ocurrió realmente? Sí, lo hizo.

Fui corriendo a casa a contárselo a mi esposa.

- "¡Irene, llama a tu sacerdote! Quiero ser bautizado ahora".

Aturdida, me preguntó qué me había pasado. Hice mi mejor esfuerzo para explicárselo, y en un momento estaba en el teléfono con el padre Salvador Ciullo, entonces párroco de la Parroquia de la Natividad. El Padre Sal estaba dispuesto a ajustar su apretada agenda para verme esa misma noche. Después de una reunión larga y muy útil, me miró a los ojos y dijo:

- "Como Cristo resucitó de la tumba, usted va a morir a sí mismo y resucitará en Cristo".
¿QUÉ PENSARÁ MI FAMILIA?
La Vigilia de Pascua de 1989 fue la mejor noche de mi vida. Recibí los tres sacramentos de iniciación cristiana. Primero fui sepultado con Cristo por el bautismo en su sacrificio redentor, para como Cristo resucitar de entre los muertos, yo también andaré en una vida nueva. El sacramento de la Confirmación me fortaleció con gracias especiales del Espíritu Santo para futuras batallas. El sacramento de la Eucaristía selló su pacto de amor conmigo. Este pacto es el corazón y el alma de la fe católica: Cristo dio su vida por mí, y yo le doy la mía a Él. Al recibir su cuerpo, sangre, alma y divinidad en la Santa Comunión, le doy mi cuerpo, sangre, alma y humanidad.

Cuando la Misa de Vigilia de Pascua hubo terminado, reflexioné sobre la realidad increíble de que ahora era católico. Ahora tenía que contárselo a mi familia. Había decidido no decir nada hasta después de haber sido bautizado. Me había preocupado de que diciéndoselo demasiado pronto a Irene crearía una influencia indebida sobre mi proceder, y decirle a mi familia crearía una influencia indebida sobre mí para volver atrás.
Les dije que como católico era realmente un Judío que aceptaba a Jesucristo como el Mesías prometido, y que había aceptado su depósito de la fe como la realización de mi herencia judía. Le dije a mi familia que mientras la sinagoga tiene un tabernáculo con la Palabra escrita de Dios, la Iglesia tiene un tabernáculo con la Palabra de Dios hecha carne. La sinagoga coloca una vela roja sobre el tabernáculo que representa el pilar de fuego de la protección de Dios, el tabernáculo de la iglesia tiene lo mismo. Mientras el hogar judío tiene una vela Yahrzeit para recordar a los muertos, los católicos ponen velas conmemorativas en la iglesia. El sacerdote católico continúa, como ordenó el Mesías, el sacrificio final que los antiguos sacerdotes judíos prefiguraron.
Los miembros de mi familia cuyo apego a la fe judía era principalmente cultural fueron los más afligidos por mi conversión. Al tener poca experiencia de la revelación divina, pensaron que mi experiencia debió haber sido imaginaria y que yo había traicionado la fe de mis padres. Curiosamente, los miembros de la familia con una profunda fe judía sabían que Dios transforma las vidas, y comprendieron que tenía que seguir el llamado de Dios, obediente, aunque yo no lo entendíera plenamente.

Uno de mis primos, un serio Judío ortodoxo, me miró con gran intensidad y me preguntó:
- "Has llegado mucho más cerca de Dios, ¿no?".
- "".
Su mirada se mantuvo estable.
- "Bien. Estar cerca de Dios es lo más importante".

Varias semanas después, me senté en mi sala de estar orando,

- "Jesús, hiciste mucho para traerme a la Iglesia Católica. Ya sé que no hiciste todo eso para estamparme aquí, así que tiene que haber una misión. Señor, me gustaría empezarla. ¿Cuál es mi misión? ¿Qué quieres que haga por tí?"
En ese momento se me ocurrió mirar hacia abajo a la copia de un libro que había escrito titulado "Cómo nos comunicamos: la habilidad más importante". Escrito antes de mi conversión, había sido publicado sólo unos meses antes de mi bautismo y se vendía bien. Sentí interiormente un mandato del Señor,
´- "Quiero que comuniques Mi Palabra lo más ampliamente posible".
- "¿Cómo, Señor?" -Oré- "¿Cómo voy a saber qué decir?"

Sentí que mis talentos en el campo de las comunicaciones fueron los que Cristo quería que usara para sus propósitos. Quería que me tomara los principios de comunicación sobre los que había escrito y los pusiera a trabajar en la causa de hablar a otros acerca de Él.
Sonreí al pensar lo que pasó por mi mente:
- "Moisés tenía la misma preocupación cuando el Señor lo llamó".
Mientras oraba pensé en la historia de Moisés y la misión que Dios le encomendó. Era un gran Judio, enviado por Dios para ser signo de contradicción. Él también pensó que no tenía lo que necesitaba para hacer el trabajo que el Señor le estaba pidiendo realizar. Pero Dios le dio lo que necesitaba para llevar a cabo su gran misión.

Sabía que el Señor me daría lo que necesitara para llevar a cabo mi pequeña misión.
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