Ensancha tu tienda
por Kairós Blog
Después de ser bautizado en el Jordán y ser llevado por el Espíritu Santo al desierto, Jesús comienza su ministerio público en Galilea. En una ocasión que fue a Nazaret y entró en la sinagoga, proclamó las palabras que el profeta Isaías cita en los primeros versículos del capítulo 61:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor.” (Lc 4,18-19)
Tal y como afirmó el Señor ante sus atónitos paisanos, en Él se estaba cumpliendo la Escritura proclamada (Lc 4,21). La tradición judía en tiempos de Jesús reflejada en el tárgum o traducción aramea entiende que el heraldo aquí descrito debía ser un profeta. Jesús está mostrando que Él es el Mesías, constituido “Cristo” (Ungido) por el Espíritu Santo, también como el profeta que anuncia la salvación. A partir de aquí, la doctrina cristiana contempla a Jesús como el Mensajero y Heraldo último enviado por el Espíritu Santo.
Se ha cumplido en Cristo y se debe seguir cumpliendo hoy en la Iglesia que continúa su misión y propósito en el mundo. La efusión del Espíritu Santo es algo que va unido a la unción, como en el caso del rey (Is 11,2) y del siervo del Señor (Is 42,1), pero este mensajero es más que un rey; es profeta y heraldo, consolador y apóstol. Tú también participas de esa misma unción por el bautismo y la confirmación, para ser heraldo del Rey y mensajero del Señor. El Rey de reyes y Señor de señores te hace partícipe de su misión, para que seas un agente de cambio y transformación en el mundo.
“Reconstruirán sobre ruinas antiguas, pondrán en pie los sitios desolados de antaño, renovarán ciudades devastadas, lugares desolados por generaciones.” (Is 61,4)
Estas palabras del profeta nos hablan de una renovación profunda. Se trata del efecto que produce una Iglesia en salida que se ha tomado en serio su misión. Es el resultado de corazones enamorados que no ven dificultades sino desafíos, que no divisan problemas sino oportunidades. Quien se ha encontrado con Cristo verdaderamente, no calcula y no se sienta a pensar; simplemente contagia con su vida y hace una diferencia allí donde va.
Lo que Jesús proclamó en la sinagoga de Nazaret forma parte de los estatutos de su Iglesia, se trata de la constitución que debe estar en los fundamentos de nuestra vida cristiana. Renovar, curar y consolar es propio del hospital de campaña que está presente allí donde están las personas heridas. El 19 de septiembre del año 2014, en el encuentro internacional “El proyecto pastoral de la Evangelii gaudium” de Roma, en el que nos encontrábamos mi esposa y un servidor, el papa Francisco nos habló acerca de la Iglesia como ese hospital de campaña.
Este hospital tiene la misión de recibir y de ir a buscar a los enfermos, ya que es el lugar donde podemos ser sanados de los cuatro tipos de dolencias y enfermedades, según la lectura del profeta Isaías proclamada por Jesús:
- El pecado; evangelizar a los pobres
- Las enfermedades espirituales; proclamar la libertad a los cautivos
- Las dolencias físicas; anunciar la vista a los ciegos
- Las influencias del diablo; poner en libertad a los oprimidos
Nuestro mundo está afligido y busca el consuelo de mil formas y maneras. Es hora de reconstruir sobre ruinas, de levantar lo que está desolado y de renovar lo que está devastado. Salgamos a curar con la medicina de Dios y vayamos a proveer a esta generación el alimento espiritual que es Cristo.
Si tú no has experimentado aún el consuelo y el abrazo de Dios que restaura, corre al hospital del alma y no lo dejes para mañana porque tu vida puede estar en riesgo. Si ya has descubierto la medicina que te está curando y en Cristo has encontrado tu manjar espiritual, mira a tu alrededor y podrás contemplar la gran necesidad que hay muy cerca de ti.
El Señor le pidió a Abrahán que saliera de su propia tienda, porque deseaba mostrarle las estrellas del cielo (Gen 15,5). Una Iglesia en salida misionera es aquella que sale fuera de sí misma y es capaz de contemplar esa multitud de hombres y mujeres a la que es enviada. La humanidad entera está llamada a formar parte de la familia de los hijos de Dios, representando esa descendencia por la que la Iglesia, como madre, debe sentirse responsable.
“Ensancha el espacio de tu tienda, despliega los toldos de tu morada, no los restrinjas, alarga tus cuerdas, afianza tus estacas, porque te extenderás de derecha a izquierda. Tu estirpe heredará las naciones y poblará ciudades desiertas. No temas, no tendrás que avergonzarte, no te sientas ultrajada, porque no deberás sonrojarte.” (Is 54,2-4)
Si lo que de verdad mueve a la Iglesia, tu parroquia, tu grupo y tu movimiento es la compasión por las almas y el celo apostólico, el temor nunca será un obstáculo que impida ensanchar nuestra tienda para acoger a los cautivos. Una Iglesia misionera está llamada a desplegar los toldos, alargar sus cuerdas y afianzar sus estacas. Cuando dejamos atrás la mentalidad de Iglesia de mantenimiento, comenzamos a extendernos de derecha a izquierda.
¿Dónde están los mensajeros de la consolación que nuestra generación necesita? ¿Dónde están los profetas que pueden curar y renovar nuestro mundo y que la humanidad hambrienta está esperando? ¿Dónde están los apóstoles y heraldos enviados por el Espíritu Santo para heredar las naciones y poblar ciudades desiertas?
Fuente: kairosblog.evangelizacion.es