Cuatro vías para ser felices
por Antonio Gil
Está claro que en la vida no hay fórmulas mágicas, y menos para conseguir la felicidad. Por más que se diga y se proponga, nunca se consigue. Y, sin embargo, pensándolo bien, existen cuatro vías fáciles que, recorridas con ilusión y encanto, pueden hacernos sonreir de gozo y de esperanza.
La primera vía es nuestra realización personal, es decir, llevar a cabo cada día nuestro proyecto de vida, la misión que se nos ha colocado en nuestras manos débiles, la tarea de cada jornada, la vocación que nos brilla en el alma y nos urge en nuestro caminar. Cada persona, contemplada desde la orilla de la fe, es una maqueta de Dios que deberá proyectarse en el escenario de la historia. En esa realización reside una de las más hermosas claves de nuestra felicidad.
La segunda vía para ser felices es la vía de una permanente reconciliación: con Dios, con el prójimo, con nosotros mismos. No se puede vivir en una ruptura continua, en un profundo alejamiento de lo que constituye nuestra meta. La verdadera reconciliación no es sólo recobrar el camino perdido sino lograr ese equilibro entre lo que pensamos y decimos, entre lo que decimos y hacemos, entre lo que queremos ser y conseguimos. Una persona reconciliada es una persona equilibrada, que no está en deuda, que no tiene asignaturas pendientes. Respira por todos sus poros la paz del esfuerzo, del trabajo, de la entrega a un ideal.
La tercera vía para ser felices es la vía de la restauración o la reconstrucción personal de todo aquello que se ha hundido o derribado por el paso del tiempo o por esa tempestad que llega sin esperarla y que menaza con hundirnos por completo. Hemos de restaurar desconchones y reconstruir pequeños o grandes derrumbamientos.
La cuarta vía para ser felices es la vía de una resurrección constante, devolviendo a la vida lo que esté muerto: ilusiones perdidas, horizontes desaparecidos, proyectos aparcados. Mueren muchas cosas a lo largo de los años, se desvanecen muchas ilusiones, caen secas muchas hojas del árbol de la vida. Queramos o no, estamos sometidos a pequeñas o grandes muertes que nos inmovilizan, que nos convierten en cadáveres ambulantes. Hemos de resucitar las zonas muertas, las ilusiones abandonadas.
Resucitar viene de "resurgere", y equivale a "surgir", a "levantarse", a "alzarse", a "erguirse", a "ponerse de pie". El prefijo "re" denota que eso está ocurriendo por segunda vez, se estuvo erguido y después yacente, y ahora, resurgido, resucitado. En una palabra: realizarnos, reconciliarnos, restaurarnos y resucitarnos, son cuatro hermosas vías para ser felices. Y, sin duda, constituyen muchas claves para colocar una sonrisa permanente en nuestros rostros y en nuestro corazón. Como nos dijera hermosamente Gregorio Marañon, "la vida es nueva cada día".
La primera vía es nuestra realización personal, es decir, llevar a cabo cada día nuestro proyecto de vida, la misión que se nos ha colocado en nuestras manos débiles, la tarea de cada jornada, la vocación que nos brilla en el alma y nos urge en nuestro caminar. Cada persona, contemplada desde la orilla de la fe, es una maqueta de Dios que deberá proyectarse en el escenario de la historia. En esa realización reside una de las más hermosas claves de nuestra felicidad.
La segunda vía para ser felices es la vía de una permanente reconciliación: con Dios, con el prójimo, con nosotros mismos. No se puede vivir en una ruptura continua, en un profundo alejamiento de lo que constituye nuestra meta. La verdadera reconciliación no es sólo recobrar el camino perdido sino lograr ese equilibro entre lo que pensamos y decimos, entre lo que decimos y hacemos, entre lo que queremos ser y conseguimos. Una persona reconciliada es una persona equilibrada, que no está en deuda, que no tiene asignaturas pendientes. Respira por todos sus poros la paz del esfuerzo, del trabajo, de la entrega a un ideal.
La tercera vía para ser felices es la vía de la restauración o la reconstrucción personal de todo aquello que se ha hundido o derribado por el paso del tiempo o por esa tempestad que llega sin esperarla y que menaza con hundirnos por completo. Hemos de restaurar desconchones y reconstruir pequeños o grandes derrumbamientos.
La cuarta vía para ser felices es la vía de una resurrección constante, devolviendo a la vida lo que esté muerto: ilusiones perdidas, horizontes desaparecidos, proyectos aparcados. Mueren muchas cosas a lo largo de los años, se desvanecen muchas ilusiones, caen secas muchas hojas del árbol de la vida. Queramos o no, estamos sometidos a pequeñas o grandes muertes que nos inmovilizan, que nos convierten en cadáveres ambulantes. Hemos de resucitar las zonas muertas, las ilusiones abandonadas.
Resucitar viene de "resurgere", y equivale a "surgir", a "levantarse", a "alzarse", a "erguirse", a "ponerse de pie". El prefijo "re" denota que eso está ocurriendo por segunda vez, se estuvo erguido y después yacente, y ahora, resurgido, resucitado. En una palabra: realizarnos, reconciliarnos, restaurarnos y resucitarnos, son cuatro hermosas vías para ser felices. Y, sin duda, constituyen muchas claves para colocar una sonrisa permanente en nuestros rostros y en nuestro corazón. Como nos dijera hermosamente Gregorio Marañon, "la vida es nueva cada día".
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