Casillas para todos
La propuesta del Ministerio de Justicia de que el contribuyente tenga la opción de marcar en la declaración de la renta la casilla de siete religiones en lugar de una sola es coherente con la multiculturalidad, que es el signo distintivo del pensamiento único. El propósito de la multiculturalidad, por cuanto propicia similar marco de respeto a la castidad y a la ablación, es debilitar rasgos identitarios de la sociedad, como el catolicismo, para que tenga el mismo peso específico el traje de comunión que el burka.
La medida no perjudicará económicamente a la Iglesia católica, cuyo suelo contributivo se asienta en nueve millones de españoles, pero abre la puerta a la financiación directa de una religión que cuentan con fieles que tienen un problema de comprensión lectora porque consideran que el libro les dice que hay que acabar con el infiel. Y no se refiere al marido de Lorena Bobbit. No digo que el planteamiento gubernamental equivalga a propiciar pasto al caballo de Troya, pero estoy convencido de que, por si acaso, si un ministerio de Arabia Saudita propone que los católicos del país financien a su confesión al titular del departamento le cae un mínimo de cien latigazos con efecto.
Como Occidente confunde la reciprocidad con el ojo por ojo, no la aplica, pero la reciprocidad equivale más bien a priorizar la paella sobre el cuscús sin que eso suponga incluir al cuscús entre los alimentos cancerígenos. En el extremo contrario se sitúa el Gobierno, que al incluirlo entre las recomendaciones del chef actúa como el jefe de cocina que se juega la estrella michelín al permitir que un comensal intransigente exija que se retire la especialidad de la casa, carne de cerdo, de la minuta. Con la aquiescencia del pinche, que anda en negociaciones con el cliente para acabar con el negocio. Quiero decir que el laicista clásico marcará la casilla de la religión musulmana porque el laicista clásico lo que quiere en el fondo no es eliminar una fe, sino una civilización.
La medida no perjudicará económicamente a la Iglesia católica, cuyo suelo contributivo se asienta en nueve millones de españoles, pero abre la puerta a la financiación directa de una religión que cuentan con fieles que tienen un problema de comprensión lectora porque consideran que el libro les dice que hay que acabar con el infiel. Y no se refiere al marido de Lorena Bobbit. No digo que el planteamiento gubernamental equivalga a propiciar pasto al caballo de Troya, pero estoy convencido de que, por si acaso, si un ministerio de Arabia Saudita propone que los católicos del país financien a su confesión al titular del departamento le cae un mínimo de cien latigazos con efecto.
Como Occidente confunde la reciprocidad con el ojo por ojo, no la aplica, pero la reciprocidad equivale más bien a priorizar la paella sobre el cuscús sin que eso suponga incluir al cuscús entre los alimentos cancerígenos. En el extremo contrario se sitúa el Gobierno, que al incluirlo entre las recomendaciones del chef actúa como el jefe de cocina que se juega la estrella michelín al permitir que un comensal intransigente exija que se retire la especialidad de la casa, carne de cerdo, de la minuta. Con la aquiescencia del pinche, que anda en negociaciones con el cliente para acabar con el negocio. Quiero decir que el laicista clásico marcará la casilla de la religión musulmana porque el laicista clásico lo que quiere en el fondo no es eliminar una fe, sino una civilización.
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