De la SAFA y del Atleti
Haber estudiado en la SAFA es una de esas cosas buenas que te pasan una vez en la vida. Si luego decides ser del Atlético de Madrid es cosa tuya. Recuerdo de carrerilla la alineación del profesorado como recuerdo la del mejor Pupas de la historia. Había maestros que impartían clase con la contundencia de Panadero Díaz y docentes que te introducían en el saber con la elegancia de Gárate. El denominador común era un estilo persuasivo entreverado de disciplina. La palmeta no estaba de adorno, pero no era la primera opción. Para entonces había perdido vigencia educativa la teoría sobre la incidencia de la sangre en la letra. De hecho, una vez un profesor me dio un guantazo y después me dio un duro. Lo comido por lo servido.
Para no tener que añorar la infancia lo mejor es no salir nunca de ella. O salir sólo de nueve a tres, mientras trabajas, que es lo que yo hago. Y en la infancia en la que permanezco la SAFA es una de mis zonas comunes, junto al comedor de mi casa, siete frente al puchero, y la calle, cien detrás del balón. Por eso me he tomado como algo personal el ataque la Junta de Andalucía a varios centros de las escuelas profesionales de la Sagrada Familia en las que suprimirán líneas so pretexto de que el número de escolares es, por fin, inferior a la ratio exigida. Ni que decir tiene que la Junta esperaba este momento con las mismas ganas con la que el ecologista radical aguarda la llegada del anticiclón para que se seque el campo de golf.
La aritmética es el poli malo tras el que se escuda el Gobierno autonómico para vender como inevitable su política contra la educación concertada. Extinguida la onda expansiva de la explosión demográfica, los pocos niños en edad de escolarizar que queden serán matriculados en la enseñanza pública, de modo que tras ir a por la SAFA irán a por las calasancias, a por los maristas, a por las carmelitas y a por todo colegio que huela a cristiandad. La única manera de evitarlo es la movilización callejera, pero la Junta, no sé por qué, asusta a los andaluces, de cuya idiosincrasia forma parte la cobardía tanto como el gracejo. Quienes desde la distancia creen que el toro de Osborne refleja el carácter del andaluz es que desconocen su vocación de buey.
Para no tener que añorar la infancia lo mejor es no salir nunca de ella. O salir sólo de nueve a tres, mientras trabajas, que es lo que yo hago. Y en la infancia en la que permanezco la SAFA es una de mis zonas comunes, junto al comedor de mi casa, siete frente al puchero, y la calle, cien detrás del balón. Por eso me he tomado como algo personal el ataque la Junta de Andalucía a varios centros de las escuelas profesionales de la Sagrada Familia en las que suprimirán líneas so pretexto de que el número de escolares es, por fin, inferior a la ratio exigida. Ni que decir tiene que la Junta esperaba este momento con las mismas ganas con la que el ecologista radical aguarda la llegada del anticiclón para que se seque el campo de golf.
La aritmética es el poli malo tras el que se escuda el Gobierno autonómico para vender como inevitable su política contra la educación concertada. Extinguida la onda expansiva de la explosión demográfica, los pocos niños en edad de escolarizar que queden serán matriculados en la enseñanza pública, de modo que tras ir a por la SAFA irán a por las calasancias, a por los maristas, a por las carmelitas y a por todo colegio que huela a cristiandad. La única manera de evitarlo es la movilización callejera, pero la Junta, no sé por qué, asusta a los andaluces, de cuya idiosincrasia forma parte la cobardía tanto como el gracejo. Quienes desde la distancia creen que el toro de Osborne refleja el carácter del andaluz es que desconocen su vocación de buey.
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