Trump, King Kong encadenado
Jesús Gil no llegó a nombrar cónsul a su caballo, pero es posible que Donald Trump nombre a su perro embajador para Oriente Medio si se tiene en cuenta que el presidente de Estados Unidos parece estar menos en sus cabales que el ex alcalde de Marbella. Con Nerón como referente político y Atila como estratega militar, el comandante en jefe ha anunciado que construirá un muro con Méjico a portes debidos y que suprimirá el sistema sanitario gratuito. Aún no le ha dado tiempo a declarar la guerra a China, pero, tal vez en honor al país asiático, sí lo ha tenido para buscar encaje legal a la tortura, cuya generalización, si se concreta, motivará que, desprestigiada por la dura competencia, Guantánamo troque en Oropesa del Mar.
El presidente parece creer que recuperar la táctica del ahogamiento simulado propiciará que el terrorista desvele, entre inmersión e inmersión, el plan de la célula durmiente de Boston para atentar durante el día de acción de gracias. Si es por eso, no hace falta que los servicios secretos le laven tan drásticamente la cabeza. Para que hable bastará con que agentes de la CIA ataviados con trajes de mil dólares descuarticen al bebé del moro en su presencia o arrojen a sus cinco esposas por un balcón. La segunda opción tiene la ventaja de que si las señoras llevan el burka puesto el vecindario creerá que lo que ha caído desde el piso franco es un tendedero.
Algunos católicos creen que Trump es de los buenos. Si es porque todos somos hijos de Dios, vale, pero lo cierto es que cuesta reconocer la huella de Jesús en un hombre cuyos primeros seis días son la antítesis de los del Génesis. Y que en el séptimo, en lugar de descansar, sopesa aplicar la versión americana de la gota malaya. Esto es muy poco cristiano. En cierto modo, aplaudir a Trump es aplaudir a Pilato, bajo cuyo mandato fue torturado el rey de reyes. Existen, claro, diferencias entre taladrar los pies del Mesías y dejar sin respiración a un sospechoso, pero la intención, que es lo que cuenta, es la misma: abusar del poder. Espero que alguien frene la iniciativa, aunque tengo mis dudas. Algunos analistas aseguran que el sistema de contrapesos de la democracia estadounidense maniata la acción del presidente, en cuyo caso Trump sería King Kong encadenado. ¿Le tranquiliza?: a mí no. Ya saben cómo acabó la película.
El presidente parece creer que recuperar la táctica del ahogamiento simulado propiciará que el terrorista desvele, entre inmersión e inmersión, el plan de la célula durmiente de Boston para atentar durante el día de acción de gracias. Si es por eso, no hace falta que los servicios secretos le laven tan drásticamente la cabeza. Para que hable bastará con que agentes de la CIA ataviados con trajes de mil dólares descuarticen al bebé del moro en su presencia o arrojen a sus cinco esposas por un balcón. La segunda opción tiene la ventaja de que si las señoras llevan el burka puesto el vecindario creerá que lo que ha caído desde el piso franco es un tendedero.
Algunos católicos creen que Trump es de los buenos. Si es porque todos somos hijos de Dios, vale, pero lo cierto es que cuesta reconocer la huella de Jesús en un hombre cuyos primeros seis días son la antítesis de los del Génesis. Y que en el séptimo, en lugar de descansar, sopesa aplicar la versión americana de la gota malaya. Esto es muy poco cristiano. En cierto modo, aplaudir a Trump es aplaudir a Pilato, bajo cuyo mandato fue torturado el rey de reyes. Existen, claro, diferencias entre taladrar los pies del Mesías y dejar sin respiración a un sospechoso, pero la intención, que es lo que cuenta, es la misma: abusar del poder. Espero que alguien frene la iniciativa, aunque tengo mis dudas. Algunos analistas aseguran que el sistema de contrapesos de la democracia estadounidense maniata la acción del presidente, en cuyo caso Trump sería King Kong encadenado. ¿Le tranquiliza?: a mí no. Ya saben cómo acabó la película.
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