Del asilo y la gasolinera
Hace un par de lustros dos hermanos dejaron a su padre nonagenario encerrado una semana en su vivienda andaluza. Como a un canario, pero sin alpiste. El escándalo propició el ingreso del desnutrido anciano en una residencia, a la que me desplacé para realizar un reportaje de televisión. Más que el estado del abuelo, que aquella mañana devoraba magdalenas como si fueran pipas, me impresionó el estado de la residencia. En comparación con el frío que hacia en ella Alaska es Acapulco. Decenas de ancianos tapados con mantas moqueaban en silencio sentados en sillas prestas para el plan Renove. No movían ni los ojos. Ni ellas hacían punto ni ellos jugaban a la brisca. Todos tenían gesto de camposanto. Me dio la impresión de que si hubiera alzado la vista habría visto planear a un buitre.
Recuerdo la anécdota porque hoy es el día de la Sagrada Familia y las cosas han cambiado para peor. Tanto que es posible que aquella residencia, en lugar de invertir en radiadores, cobre ahora a los abuelos por las sesiones de criogenia. También es posible que haya mejorado la infraestructura sin que a los ancianos les haya variado el gesto. Es lo que tienen las puñaladas. Es mejor abandonar al abuelo en una gasolinera que internarlo en un asilo, porque el abandono tiene algo de heroico mientras el internamiento tiene mucho de hipócrita. El hombre que abandona a su padre es consciente de que el acto se volverá contra él, en tanto que el hombre que interna a su padre duerme como un bendito.
Para que se desvele tras el primer sueño tendría que saber que el asilo es hoy un cuartel donde rigen las reglas de infantería en el horario: a las nueve en pie, a las ocho en la cama. Tedría que saber que el asilo es hoy un cuartel sin jura de bandera ni licencia, es decir, sin días felices. Tendría que saber que el asilo es un cuartel en el que no posible descubrir Madrid tras hacer el campamento en Vicálvaro. Y eso sí que es una pena porque para los que hoy están en el asilo lo mejor de la mili era poder piropear a Concha Velasco en la plaza de España. No es lo mismo verla ahora en Cine de Barrio.
Recuerdo la anécdota porque hoy es el día de la Sagrada Familia y las cosas han cambiado para peor. Tanto que es posible que aquella residencia, en lugar de invertir en radiadores, cobre ahora a los abuelos por las sesiones de criogenia. También es posible que haya mejorado la infraestructura sin que a los ancianos les haya variado el gesto. Es lo que tienen las puñaladas. Es mejor abandonar al abuelo en una gasolinera que internarlo en un asilo, porque el abandono tiene algo de heroico mientras el internamiento tiene mucho de hipócrita. El hombre que abandona a su padre es consciente de que el acto se volverá contra él, en tanto que el hombre que interna a su padre duerme como un bendito.
Para que se desvele tras el primer sueño tendría que saber que el asilo es hoy un cuartel donde rigen las reglas de infantería en el horario: a las nueve en pie, a las ocho en la cama. Tedría que saber que el asilo es hoy un cuartel sin jura de bandera ni licencia, es decir, sin días felices. Tendría que saber que el asilo es un cuartel en el que no posible descubrir Madrid tras hacer el campamento en Vicálvaro. Y eso sí que es una pena porque para los que hoy están en el asilo lo mejor de la mili era poder piropear a Concha Velasco en la plaza de España. No es lo mismo verla ahora en Cine de Barrio.
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