Londes católico: el convento de los mártires de Tyburn
He tenido la oportunidad recientemente de hacer una visita relámpago a Londres y he podido regresar al Brompton Oratory, una visita que recomiendo a cualquiera que pase por la capital británica. Allí podrá ver lo que es la liturgia bien cuidada, una gozada que consigue lo que es su fin: introducirnos en el misterio de la redención y rendir culto adecuado a Dios.
Pero quiero compartir con quienes lean estas líneas un descubrimiento, el de el convento de Tyburn. En el extremo noreste de Hyde Park se encuentra un lugar conocido como Tyburn en el que durante la persecución contra los católicos que se desató durante los reinados de Enrique VIII y de su hija Isabel albergó el conocido como Tyburn Tree, el árbol de Tyburn.
Aquel árbol no era de ninguna especie vegetal, sino una horca en la que fueron colgados muchos de los católicos que no se inclinaban ante el poder que les exigía la fidelidad que sólo Dios merece.
En aquel entonces Tyburn estaba en las afueras de Londres; varios siglos después la zona se urbanizó y finalmente el terreno en el que tantos mártires habían entregado su vida fue comprado por católicos. Allí construyeron un convento en el que las Adoratrices Benedictinas del Sagrado Corazón de Montmartre (acaba de abrirse el proceso de canonización de su fundadora, Marie Adele Garnier) adoran día y noche al Santísimo Sacramento.
La entrada de la iglesia es discreta, pero al entrar uno puede unirse a las monjas que se turnan en esa adoración perpetua a Aquel por quien dieron la vida allí tantos mártires ingleses. Allí puede uno también observar, pintados en las paredes de la iglesia, los escudos que simbolizan a cada uno de los mártires de Tyburn, entre los que se encuentran San Edmund Campion, de quien el gran Evelyn Waugh escribió una indispensable biografía, San Robert Southwell o Santa Margaret Ward . Y por supuesto puede uno unirse a la adoración, rezar a Cristo sacramentado y meditar sobre de quién es la victoria final.
"Por lo tanto", escriben las monjas en Tyburn Convent, "los santos mártires transformaron el Árbol de la muerte de Tyburn, en el Árbol de la Vida y de la Puerta del Cielo, que se mantiene hasta nuestros días".
Toda una lección para nuestros días.
Pero quiero compartir con quienes lean estas líneas un descubrimiento, el de el convento de Tyburn. En el extremo noreste de Hyde Park se encuentra un lugar conocido como Tyburn en el que durante la persecución contra los católicos que se desató durante los reinados de Enrique VIII y de su hija Isabel albergó el conocido como Tyburn Tree, el árbol de Tyburn.
Aquel árbol no era de ninguna especie vegetal, sino una horca en la que fueron colgados muchos de los católicos que no se inclinaban ante el poder que les exigía la fidelidad que sólo Dios merece.
En aquel entonces Tyburn estaba en las afueras de Londres; varios siglos después la zona se urbanizó y finalmente el terreno en el que tantos mártires habían entregado su vida fue comprado por católicos. Allí construyeron un convento en el que las Adoratrices Benedictinas del Sagrado Corazón de Montmartre (acaba de abrirse el proceso de canonización de su fundadora, Marie Adele Garnier) adoran día y noche al Santísimo Sacramento.
La entrada de la iglesia es discreta, pero al entrar uno puede unirse a las monjas que se turnan en esa adoración perpetua a Aquel por quien dieron la vida allí tantos mártires ingleses. Allí puede uno también observar, pintados en las paredes de la iglesia, los escudos que simbolizan a cada uno de los mártires de Tyburn, entre los que se encuentran San Edmund Campion, de quien el gran Evelyn Waugh escribió una indispensable biografía, San Robert Southwell o Santa Margaret Ward . Y por supuesto puede uno unirse a la adoración, rezar a Cristo sacramentado y meditar sobre de quién es la victoria final.
"Por lo tanto", escriben las monjas en Tyburn Convent, "los santos mártires transformaron el Árbol de la muerte de Tyburn, en el Árbol de la Vida y de la Puerta del Cielo, que se mantiene hasta nuestros días".
Toda una lección para nuestros días.
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