¿Dónde estabas tú cuando caía el muro de Berlin?
por Tatiana Fedotova
Esta pregunta me hizo ayer mi marido que me considera (espero que en broma) una experta sovietóloga. Me puse a recordar mi pasado turbulento y resultó que, de verdad, unos aires liberalizadores habían alcanzado también a nuestro colegio en una ciudad satélite de Moscú.
Teníamos que realizar una gincama paramilitar como clase práctica de preparación militar obligatoria.
Correr con camillas, mascarillas antigas, poner cabestrillos y vendaje, ya sabéis.
Correr con camillas, mascarillas antigas, poner cabestrillos y vendaje, ya sabéis.
Y todo parecía indicar que nuestra clase iba ganando. Pero el diploma fue entregado a otra clase, pese a que era evidente que había perdido. El jurado improvisado compuesto del profe de la mili, un subcoronel jubilado, y el conserje, nos ordenó que nos callásemos y dijo que la decisión era irrevocable. Allí mismo, llevados no sé por qué aires liberalizadores, los chicos de nuestra clase quemaron el diploma. Ya se nota que éramos “otra generación”, ¿verdad?
El mismo día, desde la administración, la célula del Partido Comunista del colegio y la de las Juventudes Comunistas (a las que irremediablemente pertenecíamos todos) se nos sugirió pedir perdón al jurado bajo amenaza de expulsión masiva con consecuencias... Lo rechazamos, nos sentimos héroes y mártires de la justicia y nos mantuvimos firmes.
Al día siguiente, con toda la urgencia posible, se convocó una reunión conjunta de la administración, claustro, nuestra clase y nuestros padres. Se intentó sentar a los padres a la derecha y a los chicos a la izquierda del auditorio, pero todos, los padres y los hijos, quisimos estar mezclados y juntos. Bueno. Nuestra clase no era las única tocada por los famosos aires.
Nuestros padres, con un ímpetu y decisión que no sospechábamos en ellos (y los profes tampoco), se pusieron de nuestro lado gritando que “no es el año 37” (refiriéndose al clímax del terror estalinista). Nuestros comunistas estaban pálidos y perdidos. Los padres e hijos salimos juntos y victoriosos del aquelarre. El incidente quedó en nada. Nada de “consecuencias”. Pero mucho en los recuerdos.
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