El abrigo de San Pablo

Cuando San Pablo le pide a Timoteo que le traiga el abrigo que se dejó en Troas desvela lo limitado que es su fondo de armario. Tampoco parece que Isabel, la prima de la Virgen, comprara la primera muda del Bautista en Prenatal. El cuento de la que iglesia católica es rica lo suele firmar gente que teoriza sobre el hambre durante la sobremesa, pero ya se sabe que entre los españoles el eructo tiene más predicamento que la caridad. Si fuera al contrario, la izquierda destacaría la labor de los comedores sociales en lugar de propiciar el ayuno.
El comedor social no tiene buena prensa entre una izquierda radical que entiende que el plato de fabada es un inhibidor de la lucha de clases. No le falta razón: es más fácil manipular a un estómago vacío que a un hombre agradecido que recibe el postre de manos de una monja. De ahí que cuando la izquierda ataca a la Iglesia no pretenda tanto acabar con la basílica de San Pedro como con Cáritas, que es la que le deja en evidencia al sentar a un pobre en su mesa.
El laicismo intenta dinamitar las cuatro esquinitas, los bienes inmuebles de la Iglesia, pero su misión principal es demoler la misericordia. Para conseguirlo cuenta con la aquiescencia de una sociedad desorientada dispuesta a creer que el reparto de carbohidratos que realiza Cáritas entre los desheredados se hace en contra de la opinión del arzobispo. Lo que le lleva a considerarla una organización no gubernamental más. Sin tener en cuenta que fue Jesús, no Marx, quien apostó primero por facilitar la digestión a los parias de la tierra.