Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Todos los Santos

por Angel David Martín Rubio



La liturgia de esta fiesta de Todos los Santos nos invita a elevar nuestra mirada hacia la muchedumbre innumerable de los santos que ya participan del lugar del consuelo, de la luz y de la paz en presencia de Dios.

En esa muchedumbre no sólo están los santos reconocidos de forma oficialpor la Iglesia mediante la beatificación o canonización, sino también los bautizados de todas las épocas y naciones, que se han esforzado por cumplir con amor y fidelidad la voluntad divina. De gran parte de ellos no conocemos ni el rostro ni el nombre, pero seguro que forman parte de la Iglesia triunfante algunos de nuestros antepasados y familiares, personas a las que hemos conocido y con las que hemos convivido. Particularmente grato me resulta evocar entre ellos a los miles de mártires que en nuestra Cruzada dieron su vida por Dios y por España en la retaguardia roja y en los frentes de combate:

Si por las noches ves resplandecer,

sobre tu cielo luces sin igual,

son las estrellas de los que al caer

velan tu sueño en la Inmortalidad"

 

Al contemplar el luminoso ejemplo de los santos, la solemnidad de hoy suscita en nosotros un deseo operante de ser como ellos. Esta es la vocación de todos los bautizados que hoy se vuelve a proponer de modo solemne a nuestra atención.

Hemos nacido para un gran destino: servir y amar a Dios en esta vida y después gozarle en la eterna. El cielo es nuestra meta. Allí está nuestro descanso, nuestra felicidad insospechable, sin fin. Pensemos con frecuencia que nuestra casa es el Cielo, donde Dios, nuestro padre, nos espera: «Ya no sois extranjeros y huéspedes, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios» (Ef 2,19).

Para conseguirlo, imitemos la vida de los santos. Tenemos ejemplos para ello en los más diversos estados y profesiones: monjes, obreros, sacerdotes, reyes, mendigos...

Ha de alentarnos a seguir el ejemplo de los Santos considerar que ellos eran tan débiles como nosotros y sujetos a las mismas pasiones; que, fortalecidos con la divina gracia, se hicieron santos por los medios que también nosotros podemos emplear, y que por los méritos de Jesucristo se nos ha prometido la misma gloria que ellos gozan en el cielo.

Frente a los que han imaginado una santidad facilona, vulgar, al alcance incluso de quienes ni siquiera piensan en ella -como si Dios quisiera salvarnos sin contar con nosotros- la historia de la Iglesia demuestra que la santidad, aun siguiendo sendas diferentes, pasa siempre por el camino de la cruz, y el caso de los mártires es privilegiado en este sentido La santidad exige un esfuerzo constante que es posible a todos porque, además de la obra del hombre, presupone la gracia, el don de Dios: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!» (1 Jn 3, 1).¿Cómo no responder al Padre celestial con una vida de hijos agradecidos?

Los santos son para nosotros modelos de vida. Invoquémoslos para que nos ayuden a imitarlos y esforcémonos por responder con generosidad, como hicieron ellos, a la llamada divina. Invoquemos en especial a María, modelo de toda santidad. Que Ella nos haga recorrer con fidelidad el camino de la verdadera imitación de Cristo.

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