Domingo, 22 de diciembre de 2024

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De uno de los Requiem más hermosos nunca escrito, compuesto por un ateo

por En cuerpo y alma

 

             ...con permiso de Mozart, autor del Requiem de Requiems, eso por supuesto.

             El Requiem Alemán, “Ein deutsches Requiem”, "UN Requiem alemán" en la lengua de Goethe, es el opus 45 del gran compositor hamburgués Johannes Brahms, una de las tres grandes “B” de la música (Bach, Beethoven y el propio Brahms) según el director de orquesta Hans Von Bulow, esposo que fue de Cosima Liszt, hija del gran Franz Lizst y luego amante también de Wagner, el gran rival de Brahms. Como ven, todo queda en casa entre los músicos.

             El Requiem es una de las obras más celebradas de Brahms, si no la que más. El maestro hamburgués la tiene casi completa con apenas 35 años, hermosa coincidencia con Mozart, que también deja prácticamente terminado su Requiem con la misma edad, sólo que el pobre se muere, mientras que a Brahms aún le es dado alcanzar los 64, por lo que, según vemos, cuando escribe su Requiem se halla progresando hacia el esplendor de su creatividad, y todavía compondrá algún centenar de obras entre las cuales algunas tan grandes como sus "Danzas Húngaras" o sus Tercera y Cuarta sinfonías.

             El solo nombre de la obra ya es objeto de controversia. Se lo llama Requiem, pero no es propiamente un Requiem al estilo de los escritos por Mozart, Verdi, o Johannes Ockeghem, -el primero polifónico, escrito a mediados del s. XV-, perfectamente acordes a la liturgia católica de una Misa de Requiem o Missa Defunctorum y con un contenido muy concreto y definido, cuyo origen hunde sus raíces en el s. X con la aparición de la festividad de los difuntos.

             Y es que aunque tomado de las Sagradas Escrituras, en parte del Antiguo Testamento y en parte del Nuevo, el texto de Brahms no se constriñe a la estructura canónica, sino al criterio y orden del propio compositor, que elige él mismo los pasajes que estima adecuados a su propósito, ni que decir tiene que todo ello según la traducción bíblica realizada por Lutero al alemán, en lo que constituye una especie de homenaje a su protestantismo natal, aunque Brahms no pierda ocasión de informar a quien se tercie de su acendrado agnosticismo, o por mejor decir, su abierto ateísmo. Todo lo cual no es óbice para el amplio conocimiento de la Biblia que el gran músico exhibe en todo momento, y también desde luego, cuando compone su Requiem.

             Tal vez por ello, sin renunciar a un mensaje muy espiritual basado en la trascendencia del ser humano y en la vida eterna, Brahms evita premeditadamente poner el acento de la obra en la salvación que otorga el sacrificio de Cristo en la cruz. Tanto así que con el director de la orquesta de la catedral de Bremen, Carl Martin Reinthaler, mantendrá todo un debate sobre la conveniencia de incluir en ella el texto correspondiente a Jn. 3.16 donde se dice: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”, a lo que D. Johannes se va a oponer con toda  rotundidad.

             ¿Alemán? El título parece dárselo a la obra en la carta que escribe a su admirada Clara Schumman, donde lo llama “eine Art deutsches Requiem”, que más que como “Un Requiem alemán” habría que traducir como “una especie de Requiem Alemán” o “un Requién de tipo alemán”, convirtiéndose así lo que en la carta era una mera descripción, en el título con el que la pieza pasa a la historia. Lo cierto es que según parece y confía al mismo Karl Reinthaler del que hablamos arriba, más allá de que efectivamente se cante en alemán, lo que representa una verdadera innovación, Brahms habría preferido denominarlo “Un Requiem humano”, o más bien, “Un Requiem humanista” (“Ein menschliches Requiem”). Por si ello fuera poco, en Viena, en una coyuntura histórica en el que las relaciones austro-germánicas no pasan por su mejor momento, el título “alemán” no va a caer bien y va a contribuir más bien a una cierta animosidad del versado público austríaco que a otra cosa.

             Tampoco está enteramente claro a quien lo dedica Brahms. Algunos apuntan a que el destinatario podría ser su propia madre, muerta en 1865, poco antes del estreno por lo tanto, si bien Brahms ya llevaba bastante tiempo trabajando en ella, lo que no parece apoyar la tesis de dicha dedicatoria. Otros biógrafos del músico hamburgués dirigen la mirada hacia el gran amigo de Brahms, Robert Schumann, muerto sin embargo mucho antes de que el Requiem fuera estrenado, tanto como una década, en 1856. La correspondencia con la muy admirada por Brahms Clara Schumann, viuda del compositor sajoniense, avalaría la tesis. Muy posiblemente, el compositor se planteara simplemente escribir un Requiem, como habían hecho tantos grandes antes que él y aún harán otros después, siendo el tema de la dedicatoria más un debate académico que verdaderamente apegado a la realidad.

             En el aspecto musical, el Requiem alemán dura algo más de una hora y diez minutos y es una obra para barítono, soprano y orquesta, pero sobre todo, para coro, tanto que son muchos los que la consideran la piedra de toque de todo grupo coral que se precie. Y se vislumbra en él un cierto influjo de la obra de Bach, compositor admirado por Brahms, hasta el punto de que se puede hablar de algún parecido entre el segundo movimiento del Requiem (“Denn alles Fleisch, es ist wie Gras”, “así que toda carne es como hierba”) y el coro inicial de la Cantata BWV 27 bachiana (“Wer weiss, wie nahe mein Ende” “quién sabe cuan cerca está mi final”)

              En cuanto al texto, se compone de siete movimientos compuestos con veintiún fragmentos bíblicos, nueve procedentes del Antiguo Testamento (concretamente de los Salmos, Isaías y Sabiduría), y doce del Nuevo (procedentes del Evangelio de Mateo, Primera Carta de Pedro, Carta de Santiago, Evangelio de Juan, Carta a los Hebreos, Primera Carta a los Corintios y Apocalipsis).

             La obra, aunque con solo seis movimientos todavía, se estrena en la catedral de la bella ciudad de Bremen, capital del estado del mismo nombre, el Viernes Santo de 1868, que aquel año caerá en 10 de abril, y es dirigida por el propio Brahms. Ya completa con el último movimiento de los siete que la forman se estrenará en Leipzig el 18 de febrero de 1869, con Carl Reinecke a la batuta de la Gewandhaus Orchestra and Chorus.

             Una célebre reposición tendrá lugar un nuevo Viernes Santo pero de 1871, también en la catedral de Bremen, esta vez en homenaje a los caídos en la Guerra Franco-prusiana que, como es sabido, termina con la victoria de la Prusia bismarckiana frente a la Francia de Napoleón III y la entrada del ejército prusiano en París, victoria que culmina la unificación alemana con la anexión de la Alsacia y Lorena francesas y conduce a la exaltación del rey de Prusia Guillermo I como emperador o káiser (káiser es la germanización de la palabra césar) del II Reich, heredero en la visión teutónica del momento del Sacro Imperio Romano Germánico. Una reposición que traemos a colación por servir perfectamente para ilustrar el ambiente romántico y nacionalista en el que el Requiem de Johannes Brahms viene al mundo.

             Y sin más por hoy me despido de Vds. no sin desearles como siempre, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.

  

 

            ©L.A.

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