Domingo, 22 de diciembre de 2024

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¿Dónde crece la cizaña? A veces dentro de nosotros. San Agustín

¿Dónde crece la cizaña? A veces dentro de nosotros. San Agustín

por La divina proporción


Solemos pensar en cizaña como algo externo a nosotros, ya que creemos que nosotros somos siempre buen trigo, agradable a Dios. Esto no siempre es así. La cizaña siempre está esperando que dejemos un espacio para arrebatarnos la paz interior. Si la cizaña nos domina estaremos cono ciegos con una ceguera nos impide darnos cuenta de lo que estamos mostrando a las demás personas. La Gracia de Dios debe limpiar el corazón del cristiano, de forma que transparente a Dios en su vida cotidiana. La santidad no es más que dejar que Dios nos tome como herramientas dóciles en sus manos. Por ello, la soberbia, la envidia y el rechazo de otras personas no deberían anidar en entre nuestras actitudes. Las virtudes deben regarse con oración y negación de sí mismo, lo que conlleva ser tolerantes con quienes nos enfrentan y nos ponen en aprietos. ¿Por qué tolerantes? Por dos razones:
  1. Porque nos vemos a nosotros mismos en nuestro hermano y detrás de sus errores y defectos, vemos la imagen de Dios impresa.
  2. Porque quien no escucha la corrección de su hermano está en grave peligro de perderse. Incluso si la corrección es fuerte e injusta, es necesario saber escuchar lo que el Espíritu nos pueda decir a través de estas personas.
Si alguien ve en nosotros desesperación, destemplanza y soberbia, hemos metido la pata hasta el fondo. Hemos antepuesto nuestro orgullo a la Luz de Dios.

Atended, hermanos, a los paganos. Hallan, a veces, cristianos buenos que sirven a Dios, y se admiran, son atraídos y creen. Pero a veces los ven que viven mal y dicen: « ¡Mira los cristianos! » Estos que viven mal corresponden al tendón del muslo tocado y se han secado. Ese toque es la mano del Señor que castiga y vivifica. Por eso, por una parte se bendice y por la otra se seca. El Señor designó a estos que viven mal en la Iglesia, pues por eso escribió en el Evangelio que, cuando creció la hierba, apareció la cizaña, porque cuando la gente comienza a mejorar, empieza también a darse cuenta de los malos. Todo esto lo sabéis, ya que, gracias a Dios, se os da a conocer. Pero ahora hay que tolerar la cizaña hasta el fin de la siega, no sea que por arrancar la cizaña se arranque con ella el trigo también. Ya vendrá tiempo en que la Iglesia será escuchada, cuando dice: Júzgame, ¡oh Dios!, y discierne mi causa de la gente no santa, cuando venga el Señor en su claridad con sus santos ángeles; se congregarán ante él todas las gentes, y las segregará, como un pastor separa a las ovejas de los cabritos; pondrá a los justos a la derecha y a los cabritos a la izquierda; a aquéllos les dirá: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino; y a éstos dirá: Id al fuego eterno, que fue preparado para el diablo y sus ángeles. (San Agustín. Sermón 5, 8)

Cuando desesperamos, estamos siendo invadidos por la cizaña, por ello es importante que oremos solicitando la Gracia que permite que afiancemos nuestra Fe, Esperanza y Caridad. Cuando alguien se acerque a nosotros y nos ponga a prueba, debería de encontrarse con el testimonio de quien no siente que el suelo se cae a sus pies ni que el cielo sobre su cabeza. Si dejamos que la cizaña nos domine, nuestros hermanos tendrán que tolerarnos con paciencia y al mismo tiempo, intentar mostrarnos que la desesperación no tiene espacio en el corazón de un cristiano. Siempre con caridad, paciencia y humildad, porque el trigo busca que su semilla fructifique en el corazón de quien la recibe. Pero ¿De dónde podemos sacar esperanza cuando nos sentimos caer por el túnel de la desesperación? Hay una maravillosa frase de San Silvano que dice: El cristiano debería “permanecer en el infierno y perseverar sin desesperarse”.

Cuando la soberbia introduce la cizaña en nosotros, nos hinchamos con el humo de nuestro orgullo y somos fácilmente arrastrados por viento del maligno hasta la desesperación. Pero si la humildad anida en nuestro corazón, el peso de la sencillez impide que seamos arrastrados por el viento o la tempestad del maligno. Incluso cuando vivamos dentro de una tempestad de maldad en torno de nosotros. Quien confía y espera en el Señor, puede esperar en lo que parece un infierno, con confianza en que Dios hará salir el sol de nuevo cuando llegue el alba. Si sentimos el ansia de imponernos por la fuerza, es que algo no anda bien en nosotros.

Es Dios que se impondrá en el momento de la siega y en la separación de trigo y cizaña. Hasta entonces, toca tolerar y evangelizar a la cizaña, para que se transforme en trigo. ¿Difícil? Imposible sí la Gracia de Dios no nos da la capacidad de llevar todo esto a cabo. Hay que orar y hacerlo con suprema humildad. Oremos para que la cizaña no nos invada y nos lleve a desesperanos.
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