Reflexionando sobre el Evangelio (Mt 13,24-43)
Las naciones ponen toda su esperanza en su Nombre
¿En quién o en qué ponemos nuestra esperanza? Vivimos en una sociedad en que la soledad es lo más habitual. Nuestra esperanza busca dónde sostenerse y es muy frecuente que pongamos la esperanza en sistemas políticos, ideologías, tiempos pasados, tiempos por venir, reacciones al cambio o revoluciones de los establecido. Nos olvidamos de Cristo, que es la Piedra sobre la que edificar nuestra vida. Nos olvidamos de las Palabras de vida eterna que manan de los Evangelios.
¿Qué hombre conocerá todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, ocultos en Cristo y escondidos en la pobreza de su carne? En efecto, siendo rico, por nosotros se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza. Cuando asumió la mortalidad y destruyó la muerte, se manifestó en pobreza, pero no perdió las riquezas, como si se las hubieran quitado, sino que las prometió, aunque diferidas. ¡Cuán grande es su dulzura que esconde a los que lo temen y plenifica a favor de quienes ponen su esperanza en él! Nuestro conocimiento es parcial hasta que llegue la plenitud. Para hacernos capaces de alcanzarla, el que era igual al Padre en la forma de Dios, hecho semejante a nosotros en la forma de siervo, nos restaura en la semejanza de Dios. Haciéndose hijo del hombre el Hijo único de Dios, convierte en hijos de Dios a muchos hijos de los hombres, y nutriendo, mediante la forma visible de siervo, a quienes son esclavos, los hace totalmente libres para ver la forma de Dios. Somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es. (San Agustín. Sermón 194, 3)
Que triste es ver que las distancias entre nosotros se van creciendo día a día. La unidad de Cristo ha dejado paso a la desconfianza que nos hace temer al prójimo. Como dice San Agustín, todavía no se ha manifestado lo que Dios quiere que seamos. Tan sólo tenemos algunas pistas que nos ofrecen los grandes santos que se dejaron transformar por el Señor. ¿Cómo podemos andar el mismo camino ayudándonos cuando sentimos miedo de la cercanía fraterna. Cuando vivimos alejados unos de otros, es imposible que la comunidad cristiana se haga realidad. ¿Nos sentimos acosados por nuestros propios hermanos? Sin duda algo no funciona en nuestras comunidades. En nuestras comunidades el amor fraterno ha dejado de fluir y de generar esperanza. Preferimos que el silencio nos proteja de los demás.
Pero, entonces ¿dónde deberá refugiarse el cristiano, para no lamentarse en medio de los falsos hermanos? ¿Dónde irá? ¿Qué hará? ¿Huirá al desierto? Las oportunidades de caída le seguirán. ¿Se separará, el que va por buen camino por no soportar más a ninguno de sus semejantes? Pero, dime, a este, antes de su conversión, ¿ha podido soportarlo alguien? Si, por consiguiente, con el pretexto de que avanza, no quiere soportar a ninguna persona, por este hecho, es evidente que todavía no ha avanzado nada. Escuchad atentamente estas palabras: "Soportaos los unos a otros con amor. Procurad mantener la unidad en el Espíritu con el vínculo de la paz» (Ef 4,2-3). ¿No hay nada en ti, que otro no tenga que soportar? (San Agustín. Sermón 99, 9)