Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa, la Iglesia. San Cirilo de Alejandría

Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa, la Iglesia. San Cirilo de Alejandría

por La divina proporción



¡Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa! ¿A quien habla Cristo de esta forma? A un paralítico incurable que acercaron a Jesús para implorar su curación, pero también nos lo dice a nosotros cada vez que caemos postrados sin esperanza. Rara vez nos acercamos a Cristo para que nos transforme y nos permita recobrar las fuerzas que hemos perdido en la lucha cotidiana. Si preguntamos a cualquier persona sobre la sociedad en que vivimos, casi todas dirán que no tiene remedio. Si nos miramos, tal como somos, nuestro diagnóstico personal será casi idéntico, ya que somos parte de la misma sociedad y nuestra naturaleza es la misma:
 
El paralítico incurable yacía en su camilla. Después de haber agotado el arte de los médicos llegó, traído por sus familiares, hacia el verdadero y único médico, el que viene del cielo. Pero, una vez puesto delante de aquel que le podía curar, el Señor se fijó en su fe. Para demostrar que esta fe borra los pecados, Jesús dijo al instante: “Tus pecados te quedan perdonados.” (Mt 9,2) Alguien dirá, quizá: Este hombre quería ser curado de su enfermedad ¿por qué Cristo le anuncia el perdón de sus pecados? Lo hizo para que aprendas que Dios ve el corazón del hombre en el silencio y sin ruido, que contempla los caminos de todos los vivientes. La Escritura, en efecto, dice: “El Señor ve los caminos del hombre, vigila todas sus veredas.” (Prov 5,21)...
 
No obstante, cuando Cristo dijo: “Tus pecados te quedan perdonados” deja el campo libre para la incredulidad. El perdón de los pecados no se ve con los ojos del cuerpo, mientras que cuando el paralítico se levanta y echa a andar manifiesta, con evidencia, que Cristo posee el poder de Dios...
(San Cirilo de Alejandría. Comentario al evangelio de Lucas, 5)
 
¿Quiénes conformamos la Iglesia? Personas llenas de defectos. La santidad de la Iglesia rara vez se refleja en los que la conformamos e intentamos ser fieles a Ella. Cometemos muchos errores y estos errores tienen, desgraciadamente, consecuencias en las vidas de quienes tenemos cerca de nosotros. No es fácil ser capaz de ver la viga que tenemos cada uno de nosotros en nuestros ojos, ya que conlleva una humildad que nos parece innecesaria. ¿No intenta todo el mundo presentarse como perfecto? ¿Por qué no vamos a presentarnos nosotros mismos de la misma forma?
 
Según pasan los años y vemos que la Iglesia parece que va dando continuos pasos atrás, es lógico que pensemos que no tenemos remedio y que se va a pique. Hay personas que encuentran beneficios personales en ello e intentan propiciar el hundimiento. Piensan que sobre las ruinas de la Iglesia podrán construir una iglesia a su medida. También hay quienes temen el final de los tiempos, se desesperan y se hunden. Otras se recluyen en grupos cerrados que les protegen de los peligros que acechan por todas partes. No es fácil encontrarse con una persona que sepa ver en todo esto la mano de Dios y sepa sentir y comunicar esperanza a los demás. Si Cristo está cerca, debemos estar más contentos que nunca y prepararnos para ello.  En todo caso, la Iglesia sigue siendo la misma de siempre aunque nos parezca que no es así. Ya Cristo nos dijo que muchos son los llamados y pocos los escogidos, lo que indica que la fe no se lleva bien con las multitudes. La Iglesia de Cristo siempre ha sido una pequeña parte de multitud que se decía católica por razones sociales o culturales. El Concilio Vaticano segundo nos dice que la Iglesia de Cristo subsiste dentro de la Iglesia Católica.
 
Por ello es importante cuidar de nuestra vida espiritual para no caer en los dos precipicios que tenemos a los lados y detrás de nosotros. A un lado la creación de iglesias adaptadas al mundo, por otro la desesperación y detrás, encerrarnos en guetos aparentemente seguros. Oración, sacramentos, lectura de la Palabra de Dios y de los Primeros Padres de la Iglesia, etc. Ahora en verano, con menos ocupaciones, podemos dedicar un poco de más tiempo a la oración y a dejarnos transformar por el Señor. Si nos sentimos sin fuerzas y desesperanzados, pongámonos delante del Señor y humildemente roguemos para que nos tome de la mano y nos levante. Quiera de Señor que dejemos a un lado la camilla de la desesperanza y volvamos a casa, la Iglesia, alabando la misericordia de Dios.
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