El cardenal Newman al Sagrado Corazón
La verdad es que el beato Cardenal Newman es un pozo de sabiduría y piedad. Dos rasgos que conjugó a la perfección.
Gracias al blog Supremacy and Survival: The English Reformation llego hasta una oración de Newman al Sagrado Corazón que me ha parecido preciosa, muy profunda y sentida y al tiempo muy teológica. Pero antes, he encontrado estas reflexiones de Newman sobre la santidad y la perfección, unas palabras con las que, escribe en el blog Stephanie Mann, habrían gustado a santa Teresita. Y que acaban con un plan de vida sencillo, que nos muestra el camino que la Iglesia siempre ha enseñado.
Escribe el beato Newman:
“Se dice de los santos que, si deseamos ser perfectos, no tenemos que hacer nada más que llevar a cabo bien los deberes ordinarios de cada día. Un camino directo a la perfección, directo no porque sea fácil, sino porque es pertinente e inteligible. No hay caminos cortos a la perfección, pero los hay seguros...
Hay que tener en cuenta lo que se entiende por perfección. No significa ningún servicio extraordinario, nada excepcional ni especialmente heroico, no todos tienen la oportunidad de realizar actos heroicos ni de pasar sufrimientos extraordinarios, sino que significa lo que normalmente significa la palabra perfección. Cuando la utilizamos queremos decir lo que no tiene defecto en ella, lo que es completo, lo que es coherente, lo que tiene sentido, nos referimos a lo opuesto a imperfecto. Como sabemos bien lo que es la imperfección, sabemos por contraste lo que se entiende por perfección.
Es perfecto pues quien hace el trabajo del día a la perfección, y no tenemos que ir más allá de esto para buscar la perfección. No necesitas salirte de lo cotidiano.
Insisto en esto porque creo que simplifica nuestros puntos de vista y fija nuestros esfuerzos en un objetivo definido. Si me preguntas lo que tienes que hacer para ser perfecto, te digo, en primer lugar: no te quedes en la cama más allá de la hora debida de levantarse; dirige tus primeros pensamientos hacia Dios; haz una buena visita al Santísimo Sacramento; di el Ángelus con devoción; come y bebe para la gloria de Dios; di bien el Rosario; recógete; mantente alejado de los malos pensamientos; haz bien tu meditación de la tarde; examínate a ti mismo todos los días; vete a la cama a su debido tiempo, y ya serás perfecto”.
De su oración al Sagrado Corazón, que es una combinación de oración personal, meditación teológica, explosión de amor, me ha llamado la atención el modo en que Newman destaca cómo el Sagrado Corazón está inextricablemente unido al Misterio Pascual y a la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Ésta es la oración:
“Oh Sagrado Corazón de Jesús, yo te adoro en la unicidad de la Personalidad de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Todo lo que pertenece a la persona de Jesús, pertenece por tanto a Dios y debe ser adorado con el mismo y único culto que rendimos a Jesús. No tomó en Él su naturaleza humana, como algo distinto y separado de sí mismo, sino como un simple, absolutamente, eternamente Él. Yo te adoro a Ti, oh Corazón de Jesús, como a Jesús mismo, como a la Palabra Eterna en la naturaleza humana que Él tomó en su totalidad y vive en su totalidad, y por lo tanto en Ti. Tú eres el Corazón del Altísimo hecho hombre. Al adorarte, adoro a mi Dios encarnado, Emmanuel. Yo te adoro, a Ti que llevas una parte de esa Pasión que es mi vida, porque Tú te desgarraste y quebraste en la agonía del huerto de Getsemaní, y tu precioso contenido se derramó a través de las venas y los poros de tu piel sobre la tierra. Y de nuevo fuiste drenado y secado en la Cruz; y luego, después de la muerte, fuiste traspasado por la lanza y entregaste los pequeños restos de aquel tesoro inestimable, que es nuestra redención.
Dios mío, mi Salvador, adoro tu Sagrado Corazón, porque ese Corazón es el trono y la fuente de todos tus más tiernos afectos humanos hacia nosotros pecadores. Es el instrumento y órgano de Tu amor. Batía por nosotros. Se conmovía por nosotros. Se dolía por nosotros y por nuestra salvación. Estaba en llamas por el celo de que la gloria de Dios se manifestara en y por nosotros. Es el canal a través del cual ha llegado a nosotros todo tu desbordante afecto humano, todo tu amor divino hacia nosotros. Toda tu incomprensible compasión para con nosotros, como Dios y como Hombre, como nuestro Creador y nuestro Redentor y Juez, ha llegado a nosotros, y sigue llegando, inseparablemente mezclados en una corriente a través de ese Sagrado Corazón. ¡Oh símbolo sacratísimo y Sacramento del Amor, divino y humano, en su plenitud, Tú me salvas con tu fuerza divina y tu amor humano, y lo haces completamente por esa sangre que obra maravillas, con la cual Tú te has desbordado!.
Oh, sacratísimo y amantísimo Corazón de Jesús, Tú estás oculto en la Santa Eucaristía, y Tú lates aún por nosotros. Ahora como entonces nos salvas. Yo te adoro pues con todo mi mejor amor y temor, con mi ferviente afecto, con mi más sumisa y resuelta voluntad. Oh mi Dios, cuánto has aceptado sufrir para que yo te reciba, te coma y te beba, y por un tiempo hagas tu morada dentro de mí, haz que mi corazón lata con tu corazón. Purifícalo de todo lo que es terreno, de todo lo que es orgullo y sensualidad, de todo lo que es duro y cruel, de toda perversidad, de todo desorden, de toda muerte. Y así, llénalo de Ti, que ni los acontecimientos del día, ni las circunstancias del momento puedan confundirlo, sino en Tu amor y en Tu temor pueda estar en paz”.
Gracias al blog Supremacy and Survival: The English Reformation llego hasta una oración de Newman al Sagrado Corazón que me ha parecido preciosa, muy profunda y sentida y al tiempo muy teológica. Pero antes, he encontrado estas reflexiones de Newman sobre la santidad y la perfección, unas palabras con las que, escribe en el blog Stephanie Mann, habrían gustado a santa Teresita. Y que acaban con un plan de vida sencillo, que nos muestra el camino que la Iglesia siempre ha enseñado.
Escribe el beato Newman:
“Se dice de los santos que, si deseamos ser perfectos, no tenemos que hacer nada más que llevar a cabo bien los deberes ordinarios de cada día. Un camino directo a la perfección, directo no porque sea fácil, sino porque es pertinente e inteligible. No hay caminos cortos a la perfección, pero los hay seguros...
Hay que tener en cuenta lo que se entiende por perfección. No significa ningún servicio extraordinario, nada excepcional ni especialmente heroico, no todos tienen la oportunidad de realizar actos heroicos ni de pasar sufrimientos extraordinarios, sino que significa lo que normalmente significa la palabra perfección. Cuando la utilizamos queremos decir lo que no tiene defecto en ella, lo que es completo, lo que es coherente, lo que tiene sentido, nos referimos a lo opuesto a imperfecto. Como sabemos bien lo que es la imperfección, sabemos por contraste lo que se entiende por perfección.
Es perfecto pues quien hace el trabajo del día a la perfección, y no tenemos que ir más allá de esto para buscar la perfección. No necesitas salirte de lo cotidiano.
Insisto en esto porque creo que simplifica nuestros puntos de vista y fija nuestros esfuerzos en un objetivo definido. Si me preguntas lo que tienes que hacer para ser perfecto, te digo, en primer lugar: no te quedes en la cama más allá de la hora debida de levantarse; dirige tus primeros pensamientos hacia Dios; haz una buena visita al Santísimo Sacramento; di el Ángelus con devoción; come y bebe para la gloria de Dios; di bien el Rosario; recógete; mantente alejado de los malos pensamientos; haz bien tu meditación de la tarde; examínate a ti mismo todos los días; vete a la cama a su debido tiempo, y ya serás perfecto”.
De su oración al Sagrado Corazón, que es una combinación de oración personal, meditación teológica, explosión de amor, me ha llamado la atención el modo en que Newman destaca cómo el Sagrado Corazón está inextricablemente unido al Misterio Pascual y a la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Ésta es la oración:
“Oh Sagrado Corazón de Jesús, yo te adoro en la unicidad de la Personalidad de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Todo lo que pertenece a la persona de Jesús, pertenece por tanto a Dios y debe ser adorado con el mismo y único culto que rendimos a Jesús. No tomó en Él su naturaleza humana, como algo distinto y separado de sí mismo, sino como un simple, absolutamente, eternamente Él. Yo te adoro a Ti, oh Corazón de Jesús, como a Jesús mismo, como a la Palabra Eterna en la naturaleza humana que Él tomó en su totalidad y vive en su totalidad, y por lo tanto en Ti. Tú eres el Corazón del Altísimo hecho hombre. Al adorarte, adoro a mi Dios encarnado, Emmanuel. Yo te adoro, a Ti que llevas una parte de esa Pasión que es mi vida, porque Tú te desgarraste y quebraste en la agonía del huerto de Getsemaní, y tu precioso contenido se derramó a través de las venas y los poros de tu piel sobre la tierra. Y de nuevo fuiste drenado y secado en la Cruz; y luego, después de la muerte, fuiste traspasado por la lanza y entregaste los pequeños restos de aquel tesoro inestimable, que es nuestra redención.
Dios mío, mi Salvador, adoro tu Sagrado Corazón, porque ese Corazón es el trono y la fuente de todos tus más tiernos afectos humanos hacia nosotros pecadores. Es el instrumento y órgano de Tu amor. Batía por nosotros. Se conmovía por nosotros. Se dolía por nosotros y por nuestra salvación. Estaba en llamas por el celo de que la gloria de Dios se manifestara en y por nosotros. Es el canal a través del cual ha llegado a nosotros todo tu desbordante afecto humano, todo tu amor divino hacia nosotros. Toda tu incomprensible compasión para con nosotros, como Dios y como Hombre, como nuestro Creador y nuestro Redentor y Juez, ha llegado a nosotros, y sigue llegando, inseparablemente mezclados en una corriente a través de ese Sagrado Corazón. ¡Oh símbolo sacratísimo y Sacramento del Amor, divino y humano, en su plenitud, Tú me salvas con tu fuerza divina y tu amor humano, y lo haces completamente por esa sangre que obra maravillas, con la cual Tú te has desbordado!.
Oh, sacratísimo y amantísimo Corazón de Jesús, Tú estás oculto en la Santa Eucaristía, y Tú lates aún por nosotros. Ahora como entonces nos salvas. Yo te adoro pues con todo mi mejor amor y temor, con mi ferviente afecto, con mi más sumisa y resuelta voluntad. Oh mi Dios, cuánto has aceptado sufrir para que yo te reciba, te coma y te beba, y por un tiempo hagas tu morada dentro de mí, haz que mi corazón lata con tu corazón. Purifícalo de todo lo que es terreno, de todo lo que es orgullo y sensualidad, de todo lo que es duro y cruel, de toda perversidad, de todo desorden, de toda muerte. Y así, llénalo de Ti, que ni los acontecimientos del día, ni las circunstancias del momento puedan confundirlo, sino en Tu amor y en Tu temor pueda estar en paz”.
Comentarios