Reflexionando sobre el Evangelio: Mt 18,21-35
Cuando queramos misericordia de Dios, ofrezcamos misericordia
La parábola incluida en el Evangelio de hoy domingo es de esas que solemos olvidar con facilidad. Somos rápidos en solicitar misericordia de Dios y lentos o remisos, a ofrecer misericordia a quien nos la solicita. El en domingo pasado Cristo indicaba que : “Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo” (Mt 18, 18) dejando claro que todo lo que hagamos en nuestra vida tiene reflejo en el Cielo. Por ejemplo cuando dejamos de tolerar con caridad a quien necesita de nosotros.
Ved la sobreabundancia del amor divino. Pide el siervo que se le prolongue el tiempo y El le concede más de lo que le pide, perdonándole y concediéndole todas las deudas. Incluso hizo más. Él quería darle desde el principio, pero no quería que su donativo viniese solo, sino acompañado de las súplicas del siervo, a fin de que no se retirase éste sin mérito personal. Mas no le perdonó las deudas antes de pedirle cuentas, para enseñarle cuántas eran las deudas que le perdonaba y hacerle de este modo más benigno para su consiervo. Todas las cosas hechas hasta ahora, fueron efectivamente oportunas. Confesó él sus deudas y el Señor prometió perdonárselas; suplicó arrojándose a sus pies y comprendió la grandeza de sus deudas; pero lo que después hizo fue indigno de lo primero. Porque sigue: "Y habiendo salido halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios y trabando de él le quería ahogar", etcétera. (San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 61,3-4)
La sociedad en la que vivimos nos educa en el egoísmo, en mirarnos el ombligo, en despreciar el sufrimiento ajeno, en comprar como método para olvidar lo desgraciados que nos sentimos. Ir en contra de la sociedad conlleva problemas muy fuertes, sobre todo cuando se hace caridad contradiciendo lo bien visto y valorado. Esto nos va conduciendo a vivir cada vez más desconectados y aislados. Se puede llorar por la vida de un animal doméstico, pero no por la vida de un niño abortado. Se puede vivir solidariamente para sentirse admirado, pero no se puede hacer silenciosa caridad a quien lo necesita.
El mundo en que vivimos valorar todo lo que sea vendible a través de los medios y desdeña la ayuda que se realiza sin que mano izquierda sepa lo que hace la derecha (Mt 6, 3). Los medios de comunicación se han convertido en los jueces que valorar todo lo que ocurre y lo que no sale en ellos, parece que no existe. Olvidamos que la caridad debe ser secreta (Mt 6, 4) al igual que la misericordia que ofrezcamos a quien la solicita. Sólo Dios sabrá y entonces, la misericordia que hayamos atado de la tierra, será atada hacia nosotros en el Cielo. No lo debemos olvidar, porque Dios es tan justo como misericordioso.