El catolicismo constituye el patrimonio de los pueblos hispanoamericanos unidos a España por la fe
Hispanidad por el cardenal Gomá, 90 años después (3)
DISCURSO PRONUNCIADO EN BUENOS AIRES. Como decíamos en el capítulo XIX, del segundo tomo El Cardenal Gomá, pastor y maestro, y que se titula HISPANIDAD, los autores nos ofrecen un resumen del largo discurso pronunciado por el cardenal Isidro Gomá en el teatro Colón de la ciudad de Buenos Aires (Argentina) el 12 de octubre de 1934.
[La primera playa de Augusto Ferrer-Dalmau. En el diario de a bordo se lee: «El día viernes llegaron a una isleta de los Lucayos, que se llamaba en lengua de indios Guanahani». El texto se refería a los habitantes primigenios de las Bahamas. Cristóbal Colón, tras explorar varias islas cercanas, «a esa primera le puse el nombre de San Salvador].
I. América es la obra clásica de España
«América es la obra de España por derecho de invención. Colón, sin España, es genio sin alas. Sólo España pudo incubar y dar vida al pensamiento del gran navegante, que luchó con nosotros en Granada; a quien ampararon los Medinaceli, a quien alentó en la Rábida el P. Marchena, a quien dispensó eficaz protección mi insigne predecesor el gran Cardenal Mendoza; que halló un corazón como el de Isabel y hombres bravos para saltar de Palos a San Salvador. Sin España no hubiese pasado de sueño de poeta o de remembranza de una vieja tradición la palabra de Séneca: Algunos siglos más, y el océano abrirá sus barreras: una vasta comarca será descubierta, un mundo nuevo aparecerá al otro lado de los mares, y Tule no será el límite del universo.
Al descubrimiento sigue la conquista. Cuando se funda -ha dicho alguien- no se sabe lo que se funda. Cuando España, el día del Pilar de 1492, abordaba en las playas de San Salvador, no sabe que tiene a uno y otro lado de sus naves diez mil kilómetros de costa y un continente con cuarenta millones de kilómetros cuadrados. Ignora que lo pueblan millones de seres humanos, partidos en cien castas, con una manigua de idiomas más distintos entre sí que los más diversos idiomas de Europa. No sabe que la antropofagia, la sodomía, los sacrificios humanos, son las grandes lacras de Aztecas y Pieles Rojas, Caribes y Guaraníes, Quechuas, Araucanos y Diaguitas. No importa: España es pródiga, no cicatera; tiene el ideal a la altura de su pensamiento cristiano; no mide sus empresas por sus ventajas, y se lanzará con toda su alma a la conquista del Nuevo Mundo.
Imposible hablar de la conquista y colonización de América. Una epopeya de tres siglos no cabe en una frase; y la obra de España en América es más que una epopeya: es una creación inmensa».
Ni codicia ni crueldad
«Se ha acusado a España de codicia en la obra de la conquista: Auri rabida sitis -decía en frase exagerada Pedro Mártir- a cultura hispanos avertit. España, no; muchos españoles, sí, vinieron a las Américas tras el cebo del oro; como acá vinieron muchos extranjeros mezclados con las expediciones españolas; como muchos otros, piratas, para quienes era mucho más cómodo desvalijar los galeones que regresaban a España con el botín. Pero el oro vino más tarde; antes tuvieron que pasar los españoles por la dura prueba de la miseria y del clima tropical que los diezmaba.
¡Que los españoles fueron crueles! Muchos lo fueron, sin duda; pero ved que la dureza del soldado, lejos de su patria y ante ingentes masas de indígenas, había de suplir el número y las armas de que carecía. Y ved que la primera sangre derramada sobre aquella tierra virgen, es la de los treinta y nueve españoles de la Santa María, primeros colonos de América, sacrificados por los indios de la Española.
La obra de España en América está hoy por encima de las exageraciones domésticas de Las Casas y de las cicaterías de la envidia extranjera. Es inútil, ni cabe en un discurso, reducir a estadísticas lo que acá se hizo, en poco más de un siglo, en todos los órdenes de la civilización».
La obra de España en América: de verdadera fusión
«La obra de España ha sido, más que de plasmación, como el artista lo hace con su obra, de verdadera fusión, para que ni España pudiese ya vivir en lo futuro sin sus Américas, ni las naciones americanas pudiesen, aun queriendo, arrancar la huella profunda que la madre las dejó al besarlas, porque fue un beso de tres siglos, con el que la transfundió su propia alma».
a) Fusión de sangre
«Fusión de sangre, porque España hizo con los aborígenes lo que ninguna nación del mundo hiciera con los pueblos conquistados: cohibir el embarque de españolas solteras para que el español casara con mujeres indígenas, naciendo así la raza criolla, en la que, como en Garcilaso de la Vega, tipo representativo del nuevo pueblo que surgía en estos países vírgenes, la robustez del alma española levantaba a su nivel a la débil raza india. Y el español, que en su propio solar negó a judíos y árabes la púrpura brillante de su sangre, no tuvo empacho de amasarla con la sangre india, para que la vida nueva de América fuera, con toda la fuerza de la palabra, vida hispanoamericana. Ved la distancia que separa a España de los sajones, y a los indios de Sudamérica de los pieles rojas».
b) Fusión de lengua
«Fusión de lengua en esta labor pacientísima con que los misioneros ponían en el alma y en los labios de los indígenas el habla castellana, y absorbían al mismo tiempo -sobre todo de labios de los niños de las Doctrinas- el abstruso vocabulario de cerca de doscientas, no lenguas, sino ramas de lenguas que se hablaban en el vastísimo continente. Gramáticas, Diccionarios, Doctrinas, Confesionarios y Sermonarios, elaborados con amor de madre y paciencia benedictina, fueron la llave que franqueó a los españoles el secreto de las razas aborígenes y que permitió a éstas entrar en el alma de la madre España. Y paulatinamente se hizo el milagro de una Babel a la inversa, trocándose un pueblo de mil lenguas en una tierra que, valiéndome de la frase bíblica, no tenía más que un labio y una lengua, en la que se entendieron todos. Era la lengua ubérrima, dulce, clara y fuerte de Castilla».
c) Transfusión de la religión
«Con la fusión de lengua vino la fusión, mejor, la transfusión de la religión. Porque el español, hasta el aventurero, llevaba a Jesucristo en el fondo de su alma y en la médula de su vida, y era por naturaleza un apóstol de su fe. Se ha dicho que el conquistador español, mostrando al indio con la izquierda un Crucifijo y blandiendo en su diestra una espada, le decía: «Cree o mueres.» ¡Mentira! Esto puede denunciar un abuso, no un sistema. La palabra cálida de los misioneros, su celo encendido y sus trazas divinas, su amor inexhausto a los pobres indios fueron, por la gracia, los que arrancaron al alma india de sus supersticiones horribles y la pusieron a los pies del Dios Crucificado».
[Detalle de La marcha a Tenochtitlán de Augusto Ferrer-Dalmau. Hernán Cortes en el centro del cuadro. Bartolomé de Olmedo, del hábito de la Merced, era consejero de Cortés y celebró las primeras misas y bautizos].
d) Transfusión del ideal
Y a todo esto siguió la transfusión del ideal: el ideal personal del hombre libre, que no se ha hecho para ser sacrificado ante ningún hombre ni siquiera ante ningún dios, sino que se vale de su libertad para hacer de sí mismo un dios, por la imitación del Hombre-Dios. Y el ideal social, que consiste en armonizarlo todo alrededor de Dios, el Super Omnia Deus, para producir en el mundo el orden y el bienestar y ayudar al hombre a la conquista de Dios.
Esto es la suma de la civilización, y esto es lo que hizo España en estas Indias».