Jueves, 21 de noviembre de 2024

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El hermano es fortalecido por el hermano, como una ciudad segura. P. Pavel Florensky

El hermano es fortalecido por el hermano, como una ciudad segura. P. Pavel Florensky

por La divina proporción

Confieso que la unidad de los cristianos es uno de los temas que con más frecuencia se cruzan en mi camino. Siento que la unidad es esencial en todas sus dimensiones, formas y sentidos. La unidad es reflejo de Dios, por lo que su ausencia evidencia también la ausencia de Dios. La unidad tiene dimensiones sociales, culturales, estéticas y también sacramentales. La Eucaristía nos reúne en torno al Cordero que se ofrece por nosotros para nuestra redención. 

El mismo cuerpo de Cristo no puede vivir sino del Espíritu de Cristo. De aquí que el apóstol Pablo nos hable de este pan, diciendo: Somos muchos un solo pan, un solo cuerpo, iOh qué misterio de amor, y qué símbolo de la unidad, y qué vínculo de la caridad! Quien quiere vivir sabe dónde está su vida y sabe de dónde le viene la vida. Que se acerque, y que crea, y que se incorpore a este cuerpo, para que tenga participación de su vida. (San Agustín. Tratado sobre el Evangelio de San Juan 26, 13) 

San Agustín nos habla de la Eucaristía señalando un aspecto de su misterio insondable. En ella se reúne unidad y caridad, de la misma forma que en el cuerpo de Cristo, la Iglesia, es necesario que ambas estén presentes. La comunión nos une, reúne y consolida dentro de la Iglesia. Caridad que es Dios mismo en su forma de Amor que se da a todos con sobreabundancia. Caridad que debería ser la sangre que corra por la venas interna de la Iglesia para llevar el sustento del Espíritu a todas sus partes, por muy diversas que sean. 

Tú y yo recibimos juntos la comunión: con ello fue sembrada la semilla de todo lo que yo ahora poseo. Porque no en vano nos repetía tantas veces nuestro Abba Isidor (sólo después de su partida de aquí empiezo a comprender el sentido escondido de sus palabras reiteradas e insistentes): “El hermano es fortalecido por el hermano, como una ciudad segura” (Prov 18, 19). Sobre esto precisamente quisiera meditar un poco en la presente carta. 

La actividad espiritual, en la cual y por medio de la cual es otorgado el conocimiento de la Columna de la Verdad, es el amor. Pero se trata del amor de la Gracia, que no se manifiesta más que en una conciencia purificada. Esta todavía hay que alcanzarla, siguiendo un largo (¡y cuán largo!) camino de ascesis. Para tender con todas las fuerzas hacia ese amor que la criatura es incapaz de representarse, es necesario recibir un impulso inicial y contar con un apoyo que sostenga el movimiento sucesivo. Tal impulso lo proporciona una revelación, tan habitual como incomprensible para el entendimiento, de la realidad de la persona humana; para el que la recibe, esta revelación se manifiesta como amor. (P. Pavel Florensky. La Columna de la Verdad. Carta decimoprimera: la amistad) 

La frase tomada de los Proverbios es maravillosa: “El hermano es fortalecido por el hermano, como una ciudad segura”. ¿Cómo podemos andar solos, desunidos, enclaustrados en nuestros egoísmos, atesorando los dones que el Señor nos ha dado para compartir? Cuando el agua del espíritu queda retenida entre los diques del egoísmo se termina por corromper y convertirse en fuente de infecciones y pecado. Somos mucho más egoístas de lo que muchas veces pensamos, por eso es necesaria la penitencia entendida como sacrificio. 

Por desgracia, la unidad es un don que duele en el ego. Cuando más duele es en ese momento cuando la penitencia debe poner a la soberbia en su sitio y abrir el corazón a aquello que genera unidad y nos fortalece. Necesitamos “recibir un impulso inicial y contar con un apoyo que sostenga el movimiento sucesivo”. Es el impulso de la Gracia de Dios, que tenemos que aceptar con humildad y abnegación. 

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