Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Señor ten piedad de mí y enséñame a orar. San Juan Clímaco

Señor ten piedad de mí y enséñame a orar. San Juan Clímaco

por La divina proporción

¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! (Lc 18, 38) es la oración más elemental que podemos hacer. La utilizó el ciego Jericó cuando Cristo pasó cerca de él. El ciego no paraba de gritar aunque las personas que le rodeaban le mandaran a callar. En ese grito había sinceridad, necesidad y esperanza. Cristo no podía pasar de largo sin escucharle y por eso no paraba de llamarle con todas sus fuerzas. 

En Cuaresma, la oración debería de llenarse con nuestra sinceridad sin que las palabras sean un problema. Dios no necesita que le digamos lo que Él ya sabe de sobra: le necesitamos y Él quiere donarse a quien le necesita. Una sencilla frase o una simple palabra pueden ser suficientes: 

Que vuestra oración sea totalmente simple; una sola palabra bastó al publicano y al hijo pródigo para alcanzar el perdón de Dios (Lc 15,21)… Ninguna búsqueda en las palabras de vuestra oración; ¡cuántas veces los balbuceos simples y monótonos de los niños, hacen doblar el corazón de su padre! No os lancéis a hacer largos discursos a fin de no disipar vuestro espíritu buscando las palabras necesarias. Una sola  palabra del publicano conmovió la misericordia de Dios; una sola palabra llena de fe, salvó al buen ladrón (Lc 23,42). Ser complicados en la oración, a menudo, no hace más que llenar el espíritu de imágenes y lo disipa, mientras que, a menudo, una sola palabra basta para recogerlo. ¿Te sientes consolado, atraído por una palabra de la oración? Párate en ella, porque es señal que nuestro ángel entonces ora con nosotros. No estés demasiado seguro, aunque hayas alcanzado la pureza, sino más bien una gran humildad, y entonces te sentirás con una gran confianza. Incluso si has subido la escalera de la perfección, ora para impetrar el perdón de tus pecados; escucha este grito de san Pablo: “Soy un pecador, yo, el primero” (1Tm 1,15)…Si estás revestido de dulzura y libre de toda cólera, no te va a costar mucho más liberar a tu espíritu de la cautividad. 

Mientras no hayamos obtenido la verdadera oración, nos asemejamos a aquellos que enseñan a los niños a dar sus primeros pasos. Trabajad para, con las palabras de vuestra oración, subir el pensamiento, o mejor, contenerlo; si la debilidad de la infancia le hace caer, levantadlo. Porque el espíritu es, por naturaleza, inestable, pero Aquel que todo lo hace firme puede también fijar el espíritu… El primer grado de la oración consiste, pues, en echar con una simple palabra las sugestiones del espíritu en el mismo momento en que ellas se presentan. El segundo es poner atención únicamente en lo que decimos y pensamos. El tercero, es que el alma sea captada por el Señor. (San Juan Clímaco. La Escalera santa, c. 28) 

San Juan Clímaco nos habla de tres grados o pasos en la oración. El primero es la sencillez de corazón que confía en Dios más que en sus propias palabras. El segundo es el desprendimiento de todo lo que es innecesario en la oración. El tercero es saberse y sentirse en presencia de Dios. Llenar nuestra boca de grandes y bellas palabras es una tarea noble, pero lo que quiere realmente Dios es sencillez, confianza y esperanza en cada paso que demos en nuestra vida. Cada latido de nuestro corazón, es una oración a Dios si se lo ofrecemos con humildad y confianza. Cristo no llamó a ser como niños: En verdad os digo que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos (Mt 28, 3). El Reino de Dios no de este mundo (Jn 18, 36) aunque muchos nos quieran hacer pensar en nuestra fe como una cruzada voluntarista que sólo busca el bienestar de cada momento de la vida. Para orar con sencillez, tenemos que parecernos al Publicano y no al Fariseo (Lc 18, 914).
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