Jueves, 21 de noviembre de 2024

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El cansancio del evangelizador. San Agustín

El cansancio del evangelizador. San Agustín

por La divina proporción

No creo descubrir nada si les comento todos los seres humanos somos limitados y con tendencia cometer errores diversos. Los evangelizadores, catequistas y pastores son humanos también. Su labor resulta entusiasmante mientras que la esperanza anida en su corazón. Cuando la esperanza disminuye, el aburrimiento y la abulia se van haciendo dueñas hasta de los corazones más fuertes. A veces lanzar la semilla del Reino parece que no tiene resultados y nuestra labor aparece como interminable. ¿Por qué sentarnos a descansar mientras miramos todo lo que hemos realizado? 

…si nos aburre repetir muchas veces las mismas cosas, sabidas e infantiles, unámonos a nuestros oyentes con amor fraterno, paterno o materno, y fundidos a sus corazones, esas cosas nos parecerán nuevas también a nosotros. En efecto, tanto puede el sentimiento de un espíritu solidario, que cuando aquéllos se dejan impresionar por nosotros que hablamos, y nosotros por los que están aprendiendo, habitamos los unos con los otros: es como si los que nos escuchan hablaran por nosotros, y nosotros, en cierto modo, aprendiéramos en ellos lo que les estamos enseñando. 

¿Pues no suele ocurrir que, cuando mostramos a los que nunca los habían visto lugares hermosos y amenos, de ciudades o de paisajes, que nosotros, por haberlos ya visto, atravesamos sin ningún interés, se renueva nuestro placer ante su placer por la novedad? Y esto tanto más, cuanto más amigos son, porque a través de los lazos del amor, cuanto más vivimos en ellos tanto más nuevas resultan para nosotros las cosas viejas. (San Agustín. La catequesis de los principiantes XII, 17) 

Una vez disipadas las tinieblas de nuestro aburrimiento, con pensamientos y consideraciones de este tipo, el espíritu aparece preparado para la catequesis, a fin de que pueda ser inculcado con suavidad lo que brota alegre y gozosamente de la fuente abundante de la caridad. Y estas cosas no soy yo el que te las dice, sino que es el mismo amor que ha sido difundido en nuestros corazones, por medio del Espíritu Santo, que nos ha sido dado. (San Agustín. La catequesis de los principiantes XIV, 22) 

San Agustín nos da una clave importante: vivir la misión evangelizadora a través del corazón de quienes reciben las semillas de Reino que nosotros ayudamos a transportar. Es muy buena la comparación que realiza cuando indica cómo nos emocionamos cuando contamos a un amigo algo que nos impresionó y que él no ha podido ver. Cuanto más amamos a esa persona, más nos emocionamos. Es como si quisiéramos transportarlo a ese lugar que no conoce y además pudiéramos hacerle sentir lo que él no ha vivido. Algo parecido nos debería ocurrir cuando hablamos de Cristo a nuestros hermanos, pero esto no siempre es así. A veces las energías se apagan y nos encontramos sin voluntad, sentimiento e incluso, perdemos capacidad de transmitir conocimientos. ¿Qué hacer entonces? 

Creo que lo primero sería ser capaces de diagnosticar el problema y localizarlo en nosotros. No deberíamos de buscar culpables, sino las causas de que esto ocurra. ¿Qué le pasa a nuestra vida espiritual? ¿Ha perdido profundidad? ¿Lo que decimos parece que son sólo palabras vacías? ¿Dónde ha quedado el Espíritu que nos animaba y daba fuerzas anteriormente? Es posible que estemos pasando por una prueba de fe y dudemos de cosas que antes eran claras y evidentes. Quizás nuestra fe esté firme, pero no llegamos sentirla viva dentro de nosotros. Como dice San Agustín, vivimos las tinieblas de nuestro aburrimiento y no siempre es fácil salir de estas tinieblas una vez se han aposentado en nuestro corazón. Hay pocas más cómodas que la insensibilidad y la indiferencia. Ambas nos conquistan a partir de la búsqueda de descanso y paz que llevamos todos dentro de nosotros. ¿Quién no desea sentarse a descansar y olvidarse de las responsabilidades? 

Podemos tomar a la mujer de Lot como ejemplo. Cuando miramos atrás nos quedamos pegados a “lo realizado”. Si ya hemos recorrido 1000Km ¿no es suficiente e incluso mucho más de lo que creíamos que íbamos a hacer? En ese momento nos encontramos frente a frente con la abulia, es decir, la incapacidad de actuar porque hemos mirado atrás y se nos ha olvidado el horizonte donde nos espera el Señor. En el episodio evangélico de la Transfiguración, Pedro se ve en un lugar tan maravilloso y entre personas tan relevantes, que no deja de pensar que es el momento de echar el freno y disfrutar. No se reprime y le dice al Señor “«Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»” ¿Cuántas veces no tenemos la tentación de hacer lo mismo que Pedro¿ ¿Cuántas veces, tras hacerlo, nos vemos incapaces de seguir adelante? Hemos perdido la motivación, dejando el corazón abierto para que las tinieblas hagan su tienda y empiecen a vivir felizmente. 

Como dice San Agustín “estas cosas no soy yo el que te las dice, sino que es el mismo amor que ha sido difundido en nuestros corazones, por medio del Espíritu Santo, que nos ha sido dado”. Es el amor lo que ha sido desalojado por las tinieblas y la cómoda autocomplacencia. Tras sentirnos plenos ¿Podremos despojarnos del pesado traje con que nos hemos vestido? Habrá que hacer uso de la oración, la humildad, la renuncia y la poca voluntad que nos quede. Aunque nos hayamos petrificado, habrá que volver a hacer polvo al roca que nos ha atrapado y volver a empezar a ejercer de sembradores. Un oficio cuyo fin no es terminar, sino avivar y mantener encendido el amor dentro de nuestros corazones. Para ello, el Espíritu Santo debe se bien recibido, aunque no parezca que viene a quitarnos nuestro amado, cálido y cómodo aburrimiento.  

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