Católico que huyó
Católico que huyó
CATÓLICO QUE HUYÓ
El que pide con timidez se expone a que le nieguen
lo que pide sin convicción.
-Maximilien Robespierre-
Robert Peckam, caballero inglés del tiempo de Enrique VIII, no queriendo acatar la nueva religión inventada por su rey, se expatrió a Italia. Refugiado en Roma, no hacía más que hablar de Londres, su patria soñada.
Murió y mandó colocar sobre su tumba este epitafio:
Robert Peckam, católico que huyó de Inglaterra porque no podía vivir fuera de su religión, y murió en Roma porque no podía vivir fuera de su patria.
Todo hombre que se esfuerza por ser persona suele debatirse entre sus miedos y sus aspiraciones. Lo corriente es que intente huir de sus miedos y vaya hacia sus aspiraciones.
El que «huye de», normalmente no sabe a dónde va, y hasta a veces ni sabe de lo que huye, ya que el miedo suele presentarse diluido, inconcreto. Para vencer los fantasmas del miedo, lo mejor es tratar de identificarlos.
Cuando el individuo está encerrado en sí mismo por el egoísmo de no dar, o el orgullo de no querer recibir, suele ser víctima de prejuicios, de malentendidos y de suposiciones sospechosas.
Rara vez comunican sus problemas a los que podrían remediarlos, sino que los van contando a quienes padecen su mismo mal; y por contacto amargo y desilusionado, va decreciendo la alegría de los dos, y proliferan las habladurías, los chismes y los líos. Lo peor es que, a menudo sin darse cuenta, su contacto va dañando ilusiones a otros.
Por eso, en la actualidad, lo que se necesita mayormente es mostrar a la gente que la vida tiene sentido. El sentido puede propiciarse. Pero cada uno tiene que ir descubriendo el suyo. Se pueden contagiar las ganas de encontrarlo y hasta la alegría de haberlo encontrado, pero el dar con él es cosa propia de cada uno, personal, íntima, intransferible.
Vivir fuera de la patria puede resultar doloroso. Pero vivir fuera de la religión resulta absurdo y sin sentido. Y lo que ocurre en el conjunto, ocurre también con cada parte: las cosas que hago y el tiempo que paso al margen de la religión, es decir, sin tener a Dios presente, es esfuerzo y tiempo perdido, absurdo y sin sentido.
En una sociedad tan desorientada y tan sin sentido, en muchos casos, como la nuestra, es una gran obra social ser faros orientadores del devenir de nuestros contemporáneos. Y para los que tenemos fe, es una responsabilidad urgente e irrenunciable anunciar a nuestros coetáneos que la vida vivida de cara a Dios resulta estimulante y gratificante.
Y si hoy el mundo está como está, a lo mejor es porque muchos católicos han huido de su fe y están muriendo en tierra ajena.