Domingo, 24 de noviembre de 2024

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¿Has venido a acabar con nosotros? San Jerónimo

¿Has venido a acabar con nosotros? San Jerónimo

por La divina proporción

El evangelio de hoy martes es sugestivo. Un endemoniado habla a Cristo y le echa en cara su presencia y su misión. Llega a preguntarle si su deseo es acabar con “nosotros”, pero ¿Quiénes son esos a los que se refiere el endemoniado? Tal vez hoy en día no podamos ver con tanta facilidad la presencia del maligno entre nosotros y eso hace que pensemos que no está presente y hasta que no existe. Ese “nosotros” es enigmático, pero lo cierto es que Cristo no le responde, tan sólo le ordena salir del cuerpo de esa persona y liberarla. 

“Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo”. Este espíritu no podía soportar la presencia del Señor; se trataba de ese espíritu impuro que había llevado a todos los hombres a la idolatría… “¿Qué acuerdo había entre Cristo y Satán?” (2C 6,15); Cristo y Satán no podían estar de acuerdo el uno con el otro. “Se puso a gritar: ¿Qué quieres de nosotros?” El que así se exclama es un individuo que habla en nombre de muchas personas; eso da a entender que tiene conciencia de ser vencido él y los suyos. 

 “Se puso a gritar: ‘¿Qué quieres de nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios’”. Atormentado y a pesar de la intensidad de los sufrimientos que le hacen gritar, no ha abandonado su hipocresía. Esconde el decir la verdad, el sufrimiento le aprieta, pero la malicia le impide decir toda la verdad: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús de Nazaret?” ¿Por qué no reconoces al Hijo de Dios? ¿Es este hijo de Nazaret el que te tortura, y no el Hijo de Dios? (San Jerónimo. Comentario al evangelio de Marcos, 2) 

¿Cómo actuaría un santo cuando se ve sometido al sufrimiento? Sin duda con esperanza y confianza en el Señor. Nunca gritará para alejar aquello que le hace daño, sino que verá en ese dolor una oportunidad de salvación. El espíritu inmundo no actúa de forma santa. Rechaza la presencia de Cristo y le reta de forma directa. Muchas veces podemos sentir en nosotros mismos la tentación de dejar la santidad a un lado y enfrentarnos a lo que nos horroriza con ánimo destructivo y vengativo. Entonces nos pareceremos al endmoniado. Nuestra naturaleza herida propicia que la herida se infecte y supure generando dolor y desesperanza. Podemos ver el sentido de la santidad en el siguiente párrafo, escrito por un sacerdote ortodoxo, que fue asesinado por el régimen comunista en un campo de concentración de Siberia: 

La ascesis [disciplina y confianza ante el sufrimiento] no crea al hombre “bueno” sino al hombre bello, y el rasgo distintivo de los santos no es propiamente la “bondad”, que puede estar presente también en personas carnales y muy pecadoras, sino en la belleza espiritual, la belleza cegadora de la persona luminosa y radiante, absolutamente inaccesible al hombre grosero y carnal. “Nada es más bello que Cristo”, el único sin pecado (P. Pavel Florenskij. La columna y el fundamento de la Verdad) 

La santidad nos aleja de la actitud del espíritu inmundo. Una actitud que es horrible y ofensiva. Una actitud que evidencia el mal que hay dentro de ese ser. Una actitud que es todo menos santa y vivificadora. El santo encuentra en el sufrimiento de su propia vida cotidiana, el camino hacia la belleza. No propicia el sufrimiento ni se martiriza por el gusto de hacerlo. Más que la bondad aparente y mundana, del santo emerge la belleza del ser que resplandece y supera las limitaciones humanas. 

Cuando veamos algo que nos disgusta, nos martiriza, nos duele en lo más hondo del ser, intentemos parecernos lo menos posible al espíritu inmundo. Busquemos a Dios en el camino que la vida nos ofrece y sobre todo, miremos a los sufrimientos como una oportunidad para acercarnos a Dios y separarnos de lo grosero y carnal. En estos tiempos en que la Iglesia está llena de sufrimientos, desconfianzas y durezas de corazón, miremos hacia delante con esperanza y confianza. Dios no nos deja nunca, siempre nos tiende su mano para no hundirnos en las tormentas de la vida.

¿Has venido a acabar con nosotros? Cristo nos responde: No, he venido a liberarte de las ataduras del pecado y del sinsentido de una existencia vacía de Dios.
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